Mi nueva dieta se basa en frutos secos, verduras y hortalizas. El señor Martin me ha dicho que estoy mejorando y que pronto podré disfrutar de otras comidas.
Aunque yo no estoy tan segura.
Mi madre me dedica una sonrisa mientras deja una ensalada frente a mí, pero, como el resto de días, no soy capaz de devolvérsela.
Desde que Zane me contó la verdad sobre Lana y Darien y yo peleamos, llevo evitando a todos los Mcleid como si fueran una enfermedad. He intentado no pensar demasiado en el tema para encontrarme mejor, pero no lo he conseguido.
—¿Pasa algo, Edith? —se muestra preocupada.
Aunque todavía no nos llevemos de maravilla, la charla con el señor Martin la ha hecho ser menos estricta y controladora, así que ya no peleamos tanto.
—No es nada.
—Sé que algo te pasa, por algo soy tu madre. —toma asiento frente a mí y espera con paciencia.
Cedo porque sé que no dejará el tema y yo acabaré loca si sigue insistiendo.
—Es solo que tuve una pelea con Darien.
—¿Muy grave?
Niego con la cabeza.
—No lo creo.
—¿Qué tal si te acompaño a su casa cuando acabemos de comer? —sugiere horrorosamente dispuesta— Así yo puedo charlar con Eve.
Pongo una mueca de horror.
—No creo que eso sea buena idea.
—¡Oh, venga! —clama ella— Él siempre viene aquí cuando quiere algo, déjame que te lleve. Sé que quieres solucionarlo.
Suspiro mientras termino mi ensalada. Hace varios días, tuve un intento de vomitar, pero pude contenerlo. El rostro de alivio que adoptó mi madre cuando no escuchó la cisterna es lo que me motiva a comer hoy.
—Ya veremos.
Pero ella salta de alegría sabiendo que ya ha ganado.
ꨄ︎ ꨄ︎ ꨄ︎
Mi madre definitivamente ha ganado.
La casa de Darien se eleva frente a mí, causándome taquicardia y pánico. Toco la puerta varias veces, pero rezo internamente porque se hayan ido y no haya nadie.
—Mamá —la llamo con voz temblorosa—, ¿estás segura de esto?
—Calla.
La puerta se abre revelando a Eve Mcleid, que nos dedica una amplia sonrisa cálida.
—Meredith, Edith —se hace a un lado para que pasemos—, no os esperaba hoy.
—Venimos de improvisto —se disculpa mi madre—, es que Edith quiere hablar con Darien.
Al instante, me vuelvo hacia ella con rostro asesino. Me acaba de echar a locos y con una mentira, encima.
—¡No! —me quejo.
—Anda, calla —sacude mi hombro—, ve a buscarlo.
El semblante de Eve se vuelve tremendamente alegre y pícaro. Yo me llevo las manos a la cabeza, hastiada de las dos.
—No te preocupes —me dice ella—, yo te ayudo.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.