Desde la ventana de mi salón, observo a Darien salir de su coche blanco y caminar hacia mi puerta.
Mentiría si dijera que no me he puesto nerviosa y he tratado de peinar mi pelo con mis manos. Doy un brinco cuando toca a la puerta.
—¡Voy yo, mamá! —grito, sin saber si realmente me escucha o no. Por suerte, no se le ocurre salir.
Tomo un par de bocanadas de aire antes de abrir la puerta.
—Darien, que sorpresa.
El aludido eleva ambas cejas.
—Te he visto en la ventana.
Bufo y me hago a un lado para que pase.
—¿Qué te trae por aquí?
—Bueno, es sábado, ¿no?
Yo asiento, ligeramente confusa.
—¿Has venido a preguntarme qué día es hoy? Existen los calendarios, te los recomiendo.
Darien se cruza de brazos y rueda los ojos.
—Edith siempre a la defensiva, con o sin pacto.
Una pequeña sonrisa tira de las comisuras de mi boca.
—Está bien, dime cuál es tu propósito real.
Él se sienta sobre el sofá, como si estuviera en su casa, y pone sus brazos en su cabeza. Mi mirada se clava en ese sitio sin querer.
—He venido a llevarte a un lugar. —sentencia.
Pongo mi peso sobre un pie y aguardo a que continúe. Cuando veo que no va a darme más pistas, me rindo.
—¿A qué lugar?
—¿Dónde estaría la gracia si te lo cuento?
—Contestar a una pregunta con otra es de mala educación. —le dedico una sonrisa mordaz.
Darien adopta una mueca entretenida.
—No es gracioso que uses mis propias frases contra mí.
—Tampoco es gracioso que nunca me cuentes a dónde me llevas. —replico.
—Supongo que la vida no es justa —se encoge de hombros, pero será fresco—. Ahora, cámbiate. No quiero que nos paren para darnos dinero por el camino.
Abro la boca, sorprendida, pero sé que tiene razón. Llevo un pijama de dinosaurios que tiene varios agujeros en el pantalón y la camiseta lleva una mancha de colacao porque mi madre me lo derramó encima esta mañana.
—Esto no pasaría —contesto con condescendencia— si avisaras antes de presentarte en mi casa.
—¿Dónde estaría la gracia en eso? Me perdería tus pijamas animados.
Le saco el dedo, ofendida, y me alejo para ir hasta mi cuarto y cambiarme.
—¡Abrígate! —me grita desde abajo— Es un consejo.
Una vez dentro de mi habitación, rebusco por el armario. Esta vez, me cuesta menos decidirme, pues mi madre me compró algunas prendas hace una semana.
Elijo un vestido color crema, con unas medias transparentes y unos zapatazos marfil. Como no me parece lo suficientemente abrigado, elijo también un abrigo a combinación con los zapatos.
No destapo el espejo para observarme porque todavía no he superado ese pánico, pero sé que voy increíble. A pesar de mi miedo.
Cuando bajo al piso de abajo para volver con Darien, escucho la voz de mi madre. Me alerto y camino más rápido hacia ellos.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.