Desde mi sofá, observo a Darien desenvolviéndose en la cocina, deambulando de un lado para otro y tomando múltiples utensilios. No puedo evitar preguntarme qué estará haciendo, pues en mi despensa no hay la gran cosa.
Unos minutos más tarde, sale con un plato de tostadas entre sus manos. Olisqueo el ambiente para saber de qué son, pero no logro averiguarlo.
—¿Qué es eso? —ladeo la cabeza con curiosidad mientras él se deja caer a mi lado, peligrosamente cerca de mí.
—Queso, atún, tomate y aceite. —se lleva la primera a la boca.
No puedo dejar de observarlo con envidia. Lo mucho que disfruta comiendo es embelesante, sin un atisbo de miedo o duda. Él parece notar mi mirada anhelante porque se vuelve hacia mí.
—¿Quieres? —pregunta acercando un poco su plato a mí.
Trago saliva, indecisa. Si no como, pronto me desmayaré, pero si como, lo vomitaré antes de que mi organismo lo pueda procesar. Siempre ha sido así.
—No, gracias. —termino diciendo, tratando de sonar lo más convincente posible.
—¿Te apetece otra cosa? —siguió masticando su cena con ímpetu—, ¿te preparo algo?
—Tranquilo, comeré algo antes de acostarme. —miento como tantas otras veces he hecho con mis padres.
Él parece relajarse, ajeno a mis verdaderas intenciones.
Asfixiada por mis propios pensamientos, enciendo la tele y rebusco entre los canales algo interesante.
La mano de Darien toma mi brazo cuando ve un canal que le gusta. Sólo entonces dejo de darle al botón. El programa trata sobre jóvenes talentos.
No puedo evitar que mis ojos se cristalicen cuando aparece una niña patinando en una pista de hielo. Me recuerda tanto a mi antigua yo, siempre con una sonrisa y con un par de patines puestos en mis pies.
—Oh, vaya, mala elección. —murmura Darien.
Pero yo niego con la cabeza mientras sorbo mi nariz.
—Para nada —es casi imposible para mí apartar mis ojos de la televisión—, sólo he tenido un recuerdo.
Darien apoya su cabeza contra el sofá, quedando más cerca de mí.
—¿Alguna vez has tenido algún sueño, Edith?
La intimidad en su tono de voz me abruma.
—He tenido muchos —admito, distraída—, cuando era más pequeña.
—¿Y ahora?
Tragué saliva, ignorando la intensidad de su mirada.
—Ahora, solo me quedan retazos de sueños rotos.
Darien toma mi mentón con su mano y me obliga a mirarlo. Algunos de sus rizos rubios caen descuidadamente por su frente.
—Cuéntamelos. —me pide, como si fuera lo más sencillo del mundo. Y, al mirarlo, por unos instantes, me lo parece a mí también.
—No son importantes —susurro, contrariada—, no se merecen ser escuchados.
Pero Darien, obstinado, niega con la cabeza.
—Cualquier pensamiento tuyo es digno de ser escuchado.
—¿Y si te digo que Dios es un gato y Jesucristo un alíen? —bromeo, él arruga la nariz.
—Entonces, te diría que has perdido la cabeza —sonríe por unos segundos—. No me cambies de tema, listilla.
Mi sonrisa pierde un poco de fuerza, centrándome de nuevo en su pregunta.
ESTÁS LEYENDO
De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.