El dulce calor desprendido de la calefacción me recibe con los brazos abiertos. Mi cuerpo sufre un escalofrío y se encoge en el asiento. Se me hace muy complicado arrepentirme de haberme subido al coche con Darien, independientemente de que no lo conozca de prácticamente nada. No parece un mal tipo.
—¿Me dirás ya tu nombre? —arranca una vez que me abrocho el cinturón.
—Eres muy pesado.
—¿Siempre eres tan simpática? —la burla en su expresión me hace saltar interiormente de rabia, pero trato de no exteriorizarlo.
—¿Y tú siempre eres tan preguntón? —se la devuelvo.
—Responder una pregunta con otra es de mala educación.
—Salpicar a una pobre inocente con el coche también lo es.
—No ha sido mi intención. —parece una disculpa, un tanto rara, pero, al fin y al cabo, es una disculpa igual.
—Te lo perdonaría si no hubieras arruinado mi competición.
Al mencionar de nuevo el evento, recuerdo que esta mañana, me había puesto maquillaje, como para todas las competiciones y ahora, debo parecer un payaso. A grandes velocidades, saco el pequeño espejo que tienen todos los coches en el lugar del copiloto y cuando me veo, tengo que hacer acopio de todas mis fuera das para poder contener un grito de miedo.
El agua de la lluvia y las lágrimas se han encargado de arruinar todo mi maquillaje, como era de esperar. Ahora mis mejillas estaban negras por el rímel y mi pelo estaba levemente despeinado y apelmazado, ni rastro del perfecto moño que había hecho con esmero esta mañana.
—¿De qué era tu competición? —a pesar de todo, suena realmente interesado. Pero su genuincidad no contrarresta mi dolor en el pecho al pensar en el tema, por lo que lo esquivo.
—Ya de nada. No puedo participar, he perdido la oportunidad.
—Lo lamento mucho.
Decido no responder para no hacerlo más incómodo; sin embargo, el silencio se hace pesado y tenso. El sonido del parabrisas moviéndose al compás es lo que único que irrumpe en el ambiente. Tomo una bocanada de aire para calmarme. Sólo es un chico, me repito interiormente.
—No me has dicho a dónde te llevo. —replica al cabo de un tiempo.
—A mi casa. —suelto como si fuera obvio.
—Claro, Siri, llévame a la casa de la chica desastre. —aprieto los dientes cuando me llama por ese maldito apodo.
Le doy las indicaciones hasta mi casa escuetamente y él asiente lentamente, planificando como llegar.
—Creo que vivimos cerca. Vecina.
—Espero que no. No me gustaría verte por mi barrio.
—¿Entonces quién arruinaría tus competencias? —Ríe levemente, pero frena en seco cuando ve mi cara de asesina.
—No tiene gracia.
—Está bien, no me río —sin embargo, sigo pudiendo ver su sonrisa aunque tenga la vista al frente—, es sólo que pareces un panda asesino.
—Te estoy viendo reírte. —protesto. Entonces, gira su cabeza y me mira durante unos segundos en los que puedo jurar que se me para el corazón. Él luce perfecto y yo... me ha llamado panda asesino.
—Los pandas no son asesinos.
—Los pandas quizás no, pero tú tienes toda la pinta.
—Perfecto, mi primera víctima será el chico que me ha mojado entera con un maldito charco.
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De corazones rotos y otros desastres ©
Storie d'amoreUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.