Para cuando yo llego al cementerio, Darien ya se encuentra dentro. He venido andando ya que mi casa no se encuentra muy lejos de aquí.
Cuando entro, me recibe un suelo de piedra gris que hace daño al pisarla y unas puertas de hierro negro cubiertas de robín. Alrededor mío, miles de lápidas se alzan en mi camino, todas de personas con una historia, a veces bonita y otras trágica, pero una historia a fin de cuentas.
La tristeza que desprende este lugar hace que me encoja por unos segundos antes de seguir caminando. No debo mirar atrás ni salir corriendo, me digo a mí misma, sólo es un cementerio. Estoy aquí por mi amigo.
Observo desde lejos a Darien mientras camino hacia él, su cabello rubio está alborotado, su semblante me indica que está inmerso en su mundo y que todavía no se ha percatado de mi presencia. Me acerco despacio hasta que él se vuelve hacia mí. Parece como si no hubiera dormido en toda la noche, quizás, por hacerse a la idea de tener que visitar el cementerio.
—Hola. —lo saludó con timidez.
—Has venido. —dice para luego volver su mirada de nuevo a la lápida.
Yo lo imito casi inconscientemente.
Lana Sky. 19 años.
Las flores pueden marchitarse, las lágrimas pueden secarse, pero su memoria, su esencia, nunca se desvanecerán.—Te lo prometí. —respondo con voz entrecortada.
El aire en este lugar parece ser más gélido que en cualquier otra parte de Glasgow. Incluso siento varios escalofríos, pero me obligo a relajarme.
Espero a que Darien se sienta cómodo para sacar su dolor, a que tenga el valor de aparta la mirada de la lápida de Lana. Y, tal y como yo predije, eso ocurre unos minutos más tarde.
Su voz suena rasposa cuando trata de hablar.
—La quise, pero no como ella se merecía. No como ella esperaba.
—¿Por qué dices eso? —tomo su mano.
—A veces, siento que no la quise en absoluto.
Una lágrima resbala por su mejilla. La seco en silencio.
—Antes de que se fuera —explica con voz rota—, antes de la carrera, ella y yo peleamos. Me dijo que quería viajar, ver mundo, que su vida en Glasgow le quedaba pequeña. Yo no quería dejar Glasgow, sigo sin querer, y me enfadé con ella. Le grité de todo.
—Es algo normal que las parejas se enfaden —suavizo mi voz—, tú no podías saber lo que iba a suceder.
Darien niega con la cabeza.
—Ni siquiera pude despedirme —aparta su mirada de la tumba con dolor—, no me dio tiempo. Solo me dijo que ganara la carrera y es lo único que pude hacer.
—Ella sabía que la querías, te lo prometo.
—Edith, la culpa me está ahogando. Es la primera que vez que piso este lugar y siento que quiero salir corriendo.
—Su muerte no es tu culpa, Darien —aprieto su mano—, no fuiste tú quien trató de tirarla de la moto. Tú no tuviste nada que ver.
Sin embargo, a pesar de mis palabras de aliento, el semblante de Darien sigue decaído y sospecho que no lo he convencido en absoluto.
—Hay algo que no te he contado.
Eso llama mi atención. Lo observo con una ceja alzada.
—Cuéntamelo cuando te sientas cómodo.
—Creo que puedo ya —yo asiento, él parece pensar, buscando las palabras correctas para proseguir—. El motivo por el cual Benjamin no está en la cárcel pudriéndose es porque yo mentí a la policía.
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De corazones rotos y otros desastres ©
RomanceUna competición, un día de lluvia y un conductor en absoluto prudente es todo lo que se necesita para hacer que salten las chispas del odio..., ¿o quizás del amor? Portada realizada por: @Thera_mis.