Mañanas.

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Osamu Dazai tenía la costumbre de llegar tarde al trabajo, y su pareja, Chuya Nakahara, lo aceptaba con facilidad. Desde que dejaron de trabajar juntos, ya no le afectaba. Excepto en días como hoy en los que el castaño amanecía más cariñoso de lo habitual, y por supuesto que arrastraba a su pareja a las sesiones de besos perezosos y efímeros de los que era tan fácil perder la cuenta.

—Osamu —Llamó Chuya entre besos, lo que desencadenó que su pareja no soltara sus labios con un beso más largo de los que estaban compartiendo hasta entonces. Sabía que su debilidad era cuando lo llamaba por su nombre, y lo había hecho a propósito. Él también estaba disfrutando el momento—. Debemos ir a trabajar.

—A mí no me importa faltar —Respondió con tranquilidad el castaño entre sus brazos, finalizando su frase con otro beso corto. Ni siquiera se molestaba en abrir los ojos, así de poca era la importancia que le daba al asunto. Tampoco era que le molestara a Chuya. Adoraba el rostro adormilado frente a él, y adoraba poder besarlo incontables veces.

—Lo sé. Pero a mí sí —Después de todo, dudaba que él fuera capaz de huir de la mafia y seguir con vida igual que su novio. Fue callado con un beso como respuesta. Y luego otro. Y otro más, como si supiera sus preocupaciones. Otro beso para borrar las dudas de su mente. De verdad, ¿Cuántos llevaban a este punto? No sabía, ni le importaba. Lo besaría toda la vida— Tienes que ir a trabajar.

—Tú también —Dazai tenía razón, y la mafia era menos flexible que la Agencia. Debería darse prisa, salir de la cama y arreglarse para no llegar tarde al trabajo. Debería. Lo que hizo, por supuesto, fue besarlo de nuevo.

Calendario de adviento. (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora