Permiso.

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Fukuzawa miraba por la ventana, fingiendo ver el atardecer, pero en realidad observando como uno de sus subordinados se encontraba con una pequeña silueta, para después subir a un lujoso automóvil negro que sabía le pertenecía a Chuya Nakahara, comprado con su jugoso sueldo de la mafia.

Usualmente, no permitiría el contacto con la Port Mafia de ninguna manera. Sólo hacía alto al fuego y cooperaba con la organización cuando Yokohama estaba en grave peligro. Pero tenía una pequeña excepción, que guardaba con receloso secreto.

Recordó que, en cuanto Dazai pasó su examen de admisión para la Agencia de Detectives, le pidió un momento para hablar a solas, en calma. A Fukuzawa le extrañó, pero se lo concedió.

Desde antes que cruzaran la puerta, supo que Dazai no venía solo. Por un momento temió que su juicio hubiera fallado y hubiera admitido a alguien que traicionara a la organización que con tanto cariño y esfuerzo había fundado. Pero no se esperó lo que ocurrió en realidad.

Dazai fue claro desde el principio. Había una sola cosa que se negaría a dejar atrás de la mafia, y eso era su relación con Chuya Nakahara. No como el soukoku, el temido dúo de Yokohama del que había escuchado hablar. Sino como su pareja.

Fukuzawa no se habría negado, especialmente porque la determinación de Chuya de pisar territorio enemigo, probablemente sin la autorización de su jefe, hablaba por sí misma. Pero la manera en la que se miraban el uno al otro, con una adoración tan profunda y como si no existiera ninguna otra persona en el mundo... ¿Cómo podría decirle que no a eso? Especialmente cuando, al decir que sí, el miedo desapareció de la mirada de ambos jóvenes y quedaba únicamente el profundo amor que sentían el uno por el otro.

Calendario de adviento. (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora