Entrelazando las manos.

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—¿Alguna vez te he dicho lo pequeñas que son tus manos? —Preguntó Dazai, mirando cómo las manos de Chuya se movían por el escritorio, donde él estaba recostado y el pelirrojo escribía un reporte.

—Todos los días —Respondió con tranquilidad Chuya, sin levantar la mirada. Ya estaba acostumbrado a que Dazai se presentara a su oficina y se sentara a lado suyo sin hacer nada, simplemente observándolo en silencio. Y, aunque no entendía por qué Dazai pasaba tanto tiempo mirándolo, no le decía nada porque disfrutaba su presencia.

—No, Chuya —Suspiró el castaño, incorporándose—. No me refiero a eso.

Y, después de sus palabras, Dazai se estiró un poco para tomar la mano izquierda de Chuya que reposaba sobre la madera, causando que la mano derecha detuviera su movimiento, dejando de escribir. Una pequeña sonrisa se asomó en el rostro del castaño al ver la reacción que había obtenido.

—¿Ves lo pequeñas que son? —Volvió a preguntar Dazai, separando los dedos de Chuya para insertar los suyos entre ellos, entrelazando sus manos. Deseó que Chuya no estuviera usando los guantes para poder sentir su piel, aunque eso no detuvo a su pulgar de acariciar la mano cubierta con el cuero—. Puedo envolverlas perfectamente con las mías.

—Ya veo —Fue lo único que dijo Chuya, con una sonrisa dibujándose en sus labios mientras regresaba a escribir su reporte. Por el rabillo del ojo observó cómo Dazai volvía a recostarse sobre el escritorio, regresando a su labor de aprenderse sus facciones en silencio, con la diferencia de que ahora sus manos reposaban sobre el mueble entrelazadas, con Dazai acariciándolo con su pulgar. Chuya no hizo ningún gesto por soltarse. De alguna manera, el calor que emitían sus manos entrelazadas en ese momento se sentía como lo más natural del mundo.

Calendario de adviento. (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora