Ópera prima

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Capítulo 16

Zoro se sentía agotado y aún no daban las 2. Los trastes se acumulaban más rápido en las charolas de servicio y las reservaciones exigían cambiar el orden y extensión de las mesas una y otra vez. Cada día el Baratie parecía estar más lleno.

«No hay tiempo qué perder», se repetía a sí mismo una y otra vez mientras que en sus audífonos sonaba todo tipo de música. Necesitaba asimilar lo que pudiera tan rápido como pudiera, aprender en pocos días lo que a la mayoría le llevaba una vida entera. Su última composición, la composición que deseaba dedicarle a Kuina, aún no terminaba de gustarle. Había decidido arriesgarse en algunas partes, hacerla mucho más compleja, pero todavía no lograba "domar" esos acordes tan difíciles que se había autoimpuesto.

«Tengo que practicar mucho más», se dijo mientras simulaba los movimientos de sus dedos sobre las cuerdas de una guitarra.

Y es que, desde que vio a Kid y a su banda, se había obsesionado con superarlos.

Estaba tan metido en lo suyo que cuando Jimbe le tocó un hombro para llamar su atención, pegó un brinco. El jefe de meseros le hizo una seña para que se quitara los audífonos un momento.

—Perdón por interrumpirte así, pero en la entrada hay un mensajero que tiene una entrega para ti y necesita tu firma.

Zoro ladeó la cabeza, él no había ordenado nada, y mucho menos al Baratie. Curioso, salió deprisa.

En la puerta principal del restaurante se encontró con un hombre que no tenía pinta de entregar paquetes a menudo, pues venía vestido con un traje negro y gafas.

—¿Usted es Roronoa Zoro?, una identificación, por favor —habló con sequedad. Tras cersiorarse bien que el joven era quien decía, le entregó un sobre blanco sin ninguna indicación o remitente.

—¿Qué es esto?, ¿quién lo manda? —preguntó Zoro sin que aquel caballero se dignara a contestarle. Simplemente volvió a subirse en su auto y se marchó.

Zoro clavó su atención en el extraño sobre y entró nuevamente en el Baratie, pero al notar que muchos de sus compañeros tenían la vista curiosa clavada en él, decidió irse a los vestidores en busca de un poco de privacidad. Tomó asiento en una banca, abrió el sobre y de él salieron 4 boletos para una gala operística que se llevaría a cabo esa misma noche. Zoro miró los asientos, eran sin duda de los mejores del lugar. Observó también el precio y abrió los ojos con genuina sorpresa.

«¿Quién mierda pagó todo este dinero?». Se preguntó, y por un instante temió que, tras ser entregados, se los quisieran cobrar después a él.

Observó que dentro del sobre aún quedaba algo, así que metió la mano y sacó una pequeña tarjeta blanca. En ella estaban escritas dos palabras con una caligrafía perfecta:

Sigue aprendiendo.

Firmado con las iniciales DM.

En ese momento el corazón de Zoro dio un vuelco y su cuerpo pareció llenarse de una deliciosa sensación.

—Dracule Mihawk —soltó en voz baja, saboreando cada letra de ese nombre.

Miró el revés de la tarjeta y descubrió un número telefónico. Nervioso, sacó su móvil y lo apuntó. Su dedo se posó en el botón de llamar, pero se acobardó en el último momento. No sabía si él estaba en condiciones de contestar, así que mejor decidió escribirle un mensaje. Como si se tratara de un examen de dificultad máxima, escribió una y otra vez lo que deseaba decir sin atreverse a enviarlo. «Ah, mierda, no sé qué poner».

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