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Octubre, tres meses después.

Hacía ya casi tres meses que Lisandro le había pedido a Cristian formalizar su relación y todo estaba cada vez mejor entre ellos. Se veían casi todos los días y, como bromeaban sus amigos, ya casi parecían una pareja de casados. Pero, para desgracia de Lisandro, se aproximaba la fecha que más odiaba en el año, junto con su cumpleaños: el día de la madre. El shopping donde trabajaba comenzaba a llenarse de negocios que publicitaban descuentos para madres, que ofrecían los mejores regalos y que en sus vidrieras mostraban fotos de mamis felices con sus hijos. Cada vez que Lisandro recordaba a su mamá sentía una punzada de angustia en el pecho: ella era la única persona de su familia, junto con su hermano Alejandro, que lo había apoyado cuando declaró abiertamente que le gustaban los hombres. Hacía ya más de cinco años que ella no estaba más en su vida, pero aún la extrañaba como el primer día. Y, claro, detestaba pasar otro día de la madre más sin ella.

Cristian lo sabía, habían tenido charlas donde Lisandro se abrió con él y le confesó su profundo dolor por la pérdida de su mamá, es por esto que el morocho pensó que la fecha sería una buena ocasión para presentarle a su madre e impedir que Lisandro pasara ese día tan triste sólo, ya que a su hermano lo tenía a miles de kilómetros. El teñido al principio se mostró reticente, ya que nunca había conocido a la familia de ninguna persona con la que estuvo en una relación y porque, además, conocer a la madre de Cristian implicaba un viaje a Córdoba.

-¿Y si no le caigo bien? -le preguntó por vez número mil Lisandro visiblemente en crisis, mientras Cristian manejaba por la ruta camino a su ciudad natal. Habían salido a primera hora de la mañana del sábado, y ya llevaban varias horas de viaje.

-Imposible. Te va a amar, así tal cual sos -le respondió acariciándole la mano, pero sin despegar la vista de la ruta - como yo.

Lisandro se quedó helado. Hasta ahora nunca habían puesto en palabras aquello que sentían, aunque él más de una vez estuvo a punto de decirlo.

-¿Me... amas? -murmuró el teñido, sorprendido más por la situación que por las palabras que había escuchado.

-Lisandro, pensé que te habías dado cuenta ya -Cristian le lanzó una mirada que intentaba simular fastidio -aunque si te hace sentir presionado no te lo digo más -bromeó.

No volvieron a mencionar el tema en todo el camino, aunque las palabras de Cristian quedaron haciendo eco en la mente de Lisandro. Las casi ocho horas de viaje resultaron amenas y divertidas, escuchando una playlist que ambos habían creado especialmente con sus temas favoritos y frenando a tomar mates en estaciones de servicio. A Lisandro le sorprendía lo feliz que podía ser con esos pequeños detalles, estando con Cristian hasta lo más mínimo para él era hermoso.

-¿Estás listo? -preguntó el moreno, estacionando el auto en la puerta de su antigua casa -llegamos.

-Estoy re cagado -Lisandro suspiró, secándose el sudor de las manos en el pantalón -¿estás seguro de que le voy a caer bien?

-Si me lo preguntas una vez más te mando de vuelta a Buenos Aires.

...

Se instalaron en la habitación que la madre de Cristian les había preparado, que por la decoración Lisandro dedujo que era el antiguo cuarto del moreno. Las paredes tenían colgados pósters de fútbol, desteñidos por el paso del tiempo, y en los estantes había montones de libros y fotos.

-Mi vieja insiste en conservar el lugar como cuando vivía con ella -explicó Cristian- según ella es para extrañar menos a su nenito.

Lisandro sonrió tristemente, pensando en si su madre hubiera hecho lo mismo cuando él se mudó de su casa después de que ella falleciera. Probablemente sí, pero probablemente nunca se hubiera mudado si ella estuviera viva. Intentó apartar esos pensamientos de su cabeza para no amargarse el día y se puso a observar las fotos que había en la habitación. Cristian con amigos, Cristian jugando al fútbol, Cristian con su mamá, con amigos... hasta que se detuvo a mirar unos segundos una foto que particularmente le llamó la atención: Cristian (que parecía varios años más joven) con un hombre muy parecido a él, que aparentaba tener unos cincuenta años, quizás más.

-Es mi viejo -Cristian sobresaltó a Lisandro, que pensaba que él no lo estaba observando -yo también conozco las pérdidas.

Sus palabras provocaron que Lisandro se sintiera profundamente conmovido, a la vez que se sentía un egoísta: estuvo tan preocupado por su propia pérdida, que nunca se tomó el trabajo de averiguar sobre la familia de su novio. Y allí comprendió que la vida los había unido por algo, sin saberlo tenían tanto en común...

-Perdón, Cris -sollozó Lisandro, abrazándolo -perdoname, por favor. Soy un pelotudo.

-No digas eso -Cristian le pasó los pulgares por las mejillas, secándole las lágrimas -ya está. Algún día te contaré, pero ahora prefiero que disfrutemos del finde.

...

La madre de Cristian adoró a Lisandro desde el primer momento en que la vio, y el sentimiento fue mutuo. Los tres se quedaron hasta altas horas de la madrugada del sábado charlando, mirando fotos viejas, comiendo y bebiendo.

-Acompañame, te quiero mostrar algo -Cristian invitó a Lisandro mientras terminaban de guardar los platos y vasos que habían usado en la cena -ponete la campera, está fresco.

Ambos salieron al patio trasero de la casa, que estaba iluminado tenuemente con la luz de la luna. Lisandro se sorprendió de la cantidad de estrellas que se notaban en el cielo, un detalle que en la ciudad pasaba desapercibido por culpa de las luces de las calles y los negocios. De fondo se veía el paisaje de las sierras cordobesas, que hacía que la vista del lugar sea simplemente hermosa.

-¿Se te pasaron los nervios? -le preguntó el moreno, abrazándolo por la espalda.

-Un poco... -murmuró Lisandro -esto es hermoso, Cris. Me encanta este lugar.

Se quedaron en silencio unos minutos, abrazados, contemplando la tranquilidad del paisaje. Después de un rato que les pareció eterno, pero a la vez insuficiente, Lisandro se separó del abrazo y se dio vuelta, para quedar frente a Cristian.

-Cris... -le tomó de las manos, mirándolo a los ojos -gracias. Te... te amo.

Y finalmente, Lisandro pudo poner en palabras eso que Cristian le hacía sentir. Estaba profundamente enamorado de ese hombre que lo sacaba de su zona de confort, que lo hacía disfrutar de cada pequeño detalle de su tediosa rutina, que lo acompañaba en cada momento. Fue allí donde supo que Cristian era su serendipia, aquello tan valioso que no buscaba pero que, afortunadamente, lo encontró. 

Serendipia (Cuti x Licha AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora