LUNAE DRACONIS

10 4 0
                                    

Cassiel se detiene ante una de las secciones más polvorientas, donde un objeto en particular captura su atención. Entre las reliquias cubiertas de telarañas, un collar de perlas blancas resplandece con una pureza inmaculada. Cada perla, perfectamente redonda y lustrada, parece contener en su interior un fragmento de luna llena, irradiando un brillo suave pero persistente. El dije central, tallado en obsidiana, es una obra maestra de la orfebrería demoníaca: un dragón enroscado, sus escamas detalladas hasta el más mínimo relieve, sus ojos de rubíes rojos como la sangre, parecen observar con una vida propia. Cassiel, con un gesto de reverencia casi involuntario, lo toma entre sus dedos y lo examina con una mezcla de admiración y codicia.

Con un movimiento súbito y una fuerza sobrenatural, Cassiel aplasta el collar en su puño cerrado. La magia negra fluye de su ser hacia el adorno, y cuando lo libera, el collar parece haber cobrado vida propia, vibrando con un poder oscuro y seductor.

—Me quedaré este.

—El primero es de cortesía, guárdalo. —dice la señora con una sonrisa astuta. —Aunque no estoy segura de que le siente bien a alguien tan... imponente.

—No es para mí, es para la niña. —Sin mirar atrás y con desfachatez, Cassiel lanza el collar al suelo cerca de Catherine, quien lo recoge con manos temblorosas, maravillada por su belleza y el aura de misterio que lo envuelve.

—Te lo agradezco mucho. Lo llevaré siempre.

—Y tanto que lo harás. —responde él con un tono siniestro. En cuanto la niña se coloca el collar, este se adhiere a su piel con la fuerza de un parásito hambriento. Catherine grita, su voz se eleva en una melodía de dolor y sorpresa mientras el collar se incrusta en su carne, dejando una marca ardiente que se extiende como raíces venenosas por su cuello. La quemadura es leve, pero la hinchazón y el terror en sus ojos son profundos.

—¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo quitármelo? —pregunta Catherine, aterrada, mientras intenta en vano liberarse de su nuevo adorno.

—Inútil que lo intentes, está maldito.

Catherine cesa en su empeño y desiste, la resignación pintada en su rostro juvenil.

—Tranquila, es por tu bien. Como no puedo transferirte directamente mi magia oscura, se la he dado al collar y lo he unido a ti para que nunca lo extravíes. Así podré saber en dónde estás en todo momento, lo agradecerás

Catherine exhala y se sienta de nuevo en el suelo, intentando tragar los nudos que el miedo le había dejado en la garganta. —Está bien, pero podrías haberme avisado.

—Eso habría arruinado la sorpresa.

La señora suspira resignada. —Demonios, en fin...

—Será mejor que partamos antes de que ese bandido regrese con refuerzos. —advierte Cassiel a Catherine, su voz cargada de urgencia.

—¿Sabe dónde puedo encontrar a Aversatio?—pregunta a la señora con una intensidad que corta el aire.

—¿Te diriges hacia el rey demonio más temible y sanguinario? ¿Qué planeas hacer?

—Tengo asuntos pendientes.

—Te estás adentrando en la guarida del lobo.

—Ya no hay vuelta atrás. ¿Sabes dónde está o no?

—No lo sé, pero conozco a alguien que sí.

—¿Quién?

—Tristitia, la reina demonio —señala la señora hacia una estatua en la lejanía, en la cima de una imponente montaña atravesando un denso bosque. La figura de una mujer sentada, con su brazo derecho extendido hacia el cielo, estaba envuelta en un aura celeste y rodeada por un cúmulo de nubes que variaban desde una oscuridad profunda hasta ser medianamente relucientes en el mismo tono azulado, iluminando la misma estatua. Una escultura impresionante. La señora continúa:

—Si tu intención es acabar con Aversatio, deberías empezar con el pie derecho. Interroga a Tristitia. Ella ha dominado estas tierras, pero ha estado tan absorta en erigir su castillo, su ciudad y esa estatua maldita, que ha descuidado gran parte del territorio. Por eso otros reyes demonios han venido a extender su influencia y terror en estas tierras olvidadas. Pero eso no durará mucho más; los esclavos de Tristitia se han estado movilizando con más frecuencia últimamente, lo que indica que algo grande está por suceder.

—Sí, será interesante visitarla. —murmura Cassiel, su voz teñida de una determinación sombría.

Cassiel se gira y comienza a caminar hacia la estatua, su figura alta y oscura recortada contra el cielo oscurecido por las nubes. —Niña, nos vamos —anuncia sin mirar atrás.

Catherine se levanta serenamente, agradece a la señora y se despide con una reverencia. La señora asiente con la cabeza y sonríe. —Buena suerte —les desea mientras se alejan, atravesando las calles oscuras de aquel pueblo antes de abandonarlo para seguir su rumbo hacia los peligros y obstáculos que deben enfrentar con tal de cumplir con su destino.

Against MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora