MURO DE PESARES

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Cansada y profundamente sumida en el sueño, Catherine yacía inerte en el suelo después de haber rellenado su estómago con frutos. La necesidad de abandonar el lugar era urgente, así que sin más opción, Cassiel levantó el cuerpo dormido de Catherine y la sostuvo en sus hombros, decidido a continuar su viaje, llevándola consigo en su marcha hacia el desconocido destino. La carga física de llevar a la niña era poca pero significante. Sin embargo, Cassiel encontraba una inesperada comodidad, el silencio solamente interrumpido por los profundos ronquidos de la niña eran mejores que sus conversaciones infantiles y banales. Además, tenerla cerca de nuevo le daba un suspiro de seguridad, al ser capaz de protegerla en caso de un atentado.

Durante el trayecto, Cassiel se esforzaba por evitar confrontaciones con los hundidos, esas criaturas perdidas en la desesperación. Cada movimiento era calculado, buscando la discreción para no perturbar el sueño reparador de la niña. La duración del sueño de Catherine sorprendía a Cassiel, quien, libre de fatiga, no encontraba razón para detenerse. Se aproximaban al castillo de Tristitia, un lugar donde respuestas y peligros aguardaban por igual.

Intentando despertar a Catherine, Cassiel la llamó. Su voz era firme pero cargada de un matiz de preocupación. La respuesta de Catherine no llegó hasta después de varios intentos, un murmullo somnoliento que apenas rompía el silencio. Cassiel, sin mucho preámbulo, la dejó caer al suelo como si de un saco vacío se tratara. El grito de sorpresa de Catherine marcó su abrupto despertar.

-¿Qué pasó? -preguntó confundida y dolorida, aún desorientada.

-Hemos llegado a la muralla -respondió Cassiel, su voz resonando con una mezcla de resolución y cautela.

Frente a ellos se erguía la imponente muralla del castillo de Tristitia, una estructura que desafiaba la comprensión y el asombro. La majestuosidad de su altura y el espesor de sus paredes hablaban de una fuerza y un propósito inquebrantables. Las torres, erigidas a intervalos regulares, se alzaban como vigilantes de un reino oculto, lleno de misterios y secretos.

Cassiel observaba detenidamente la muralla, sus pensamientos se entrelazaban con preguntas sin respuesta. ¿Qué propósito tenía esa fortaleza? ¿Qué era lo que Tristitia temía o deseaba proteger con tanta fervorosidad? Tal vez la muralla era un monumento a su vanidad, o quizás un escudo contra un temor desconocido. Las respuestas solo se encontrarían tras esos muros.

Mientras tanto, Catherine, todavía recuperándose de su estado somnoliento, seguía a Cassiel, quien ya había comenzado a buscar un punto débil en la muralla. La entrada principal, guardada por esclavos visiblemente más afectados por la magia negra, se presentó ante ellos. La piel de estos guardianes brillaba con un tono azul celeste, señal de una corrupción avanzada.

-Mira, su piel... -comentó Catherine, señalando las diferencias con los hundidos que habían encontrado en el bosque.

-Sí, es el efecto de la magia negra consumiendo completamente sus cuerpos -explicó Cassiel, su voz baja pero clara.

-¿Y qué pasa cuando se les cae toda la piel? -preguntó Catherine con una mezcla de curiosidad y temor.

-Eso -respondió Cassiel, señalando hacia la puerta que se abría.

De ella emergían seres completamente despojados de piel, envueltos en una luz azul celeste intensa. A diferencia de los hundidos comunes, estos seres mostraban una postura orgullosa y una mirada llena de furia y destreza, mientras que al mismo tiempo lágrimas de tormento se arrastraban por sus mejillas. Flotaban ligeramente sobre el suelo, como espíritus vengativos desprovistos de peso terrenal.

Catherine observó, impresionada y aterrada, la majestuosidad y el horror de esos seres. Estaba a punto de sugerir buscar otra entrada cuando notó que Cassiel ya no estaba a su lado. Su búsqueda se interrumpió al escuchar la voz del demonio desafiando a los seres ante la puerta.

-Exijo ver a Tristitia, su reina -demandaba Cassiel con un tono retador.

El líder de los seres, manifestando una boca donde antes no había nada, respondió con una voz que resonaba con eco y autoridad.

-¿Quién se supone que eres? -inquirió, desafiante.

-Un viejo amigo -replicó Cassiel, desenvainando su khopesh con un movimiento firme y decidido.

-Aquí no hay amigos, solo súbditos y cadáveres -declaró el ente, deshaciendo su boca y formando una lanza de dos puntas en su mano.

El choque entre Cassiel y el ente fue un torbellino de acero y magia. La lanza del ser giraba en un baile mortal, lanzando estocadas y cortes en un ritmo vertiginoso. Cassiel, con su khopesh en mano, repelió cada ataque con una precisión y agilidad que desafiaban la naturaleza misma. El sonido del metal chocando resonaba por el bosque, una sinfonía de guerra y destreza.

Cada movimiento de Cassiel era una mezcla de fuerza bruta y elegancia demoníaca. El demonio no solo se defendía, sino que también atacaba, buscando cualquier oportunidad para golpear. A pesar de su habilidad, el ente resistía, girando su lanza con destreza y eficiencia, un guerrero formidable moldeado por la magia de Tristitia.

En un momento decisivo, Cassiel interceptó la lanza del ente con su khopesh, deteniendo su rotación. Las armas quedaron trabadas, y los dos combatientes se enfrentaron cara a cara. El ente, sin un rostro completo, sin cambio de expresión, soltaba lágrimas incesantes, un torrente de desesperación y dolor. Cassiel, por otro lado, emanaba una calma siniestra, su presencia imponente y dominante.

Las puertas de la muralla se cerraban lentamente tras ellos, sellando el escenario de su enfrentamiento. El ente reformó la lanza para zafarse del férreo agarre y retrocedió, caminando alrededor del demonio, preparándose para continuar la lucha. Pero Cassiel, con su khopesh todavía en mano, se mantuvo inmóvil, observando fríamente a su oponente.

Las palabras de Cassiel brotaron con una confianza y un desdén implacables, su voz resonando con un eco que parecía emanar de las mismísimas profundidades del inframundo:

-¿Crees que siendo un simple esclavo podrías derrotar a un rey? -Las palabras de Cassiel no eran solo un desafío, sino una proclamación de su poder y autoridad. En ellas se reflejaba su naturaleza inquebrantable, la esencia de un ser que trascendía lo humano, un demonio que enfrentaba su destino con la certeza de un conquistador.

Against MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora