LA BOCA DEL LOBO

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Cassiel y Catherine se abrían paso por la maleza azul celeste que cubría el sendero hacia la estatua de Tristitia. El ambiente se tornaba cada vez más húmedo y la niebla cada vez más espesa, y poco a poco surgía más de esa escarcha que iluminaba el entorno con un brillo fantasmal. Era un lugar hermoso si no fuera por los desconsolados que se encontraban por doquier. Los dos esquivaban estos obstáculos para no poner en peligro a Catherine, y se ocultaban entre las hojas de los árboles, los cuales estaban tan decaídos que rozaban el suelo.

A veces la confrontación era inevitable, pero Cassiel se encargaba de no cometer el mismo error y los asesinaba antes de que entraran en ese llanto desesperado que usaban para llamarse entre ellos, pero de igual manera, más de una vez tuvieron que huir; aunque esta vez Cassiel le protegía la espalda a la niña mientras ella corría.

El tiempo que pasaron caminando lo mantuvieron en silencio, solamente órdenes salían de la boca de Cassiel y afirmaciones de la de Catherine, hasta que en un momento de tranquilidad, ella decidió hablar:

—Oye Cassiel… ¿Tengo alguna marca?

Cassiel se volvió a mirarla de pies a cabeza y contestó:

—Si... Muchas.

—No, pero, me refiero a las marcas de las víctimas que solo tú puedes ver… ¿Tengo la marca de mi hermano?

—En efecto, la de tu hermano y la de otros diecinueve.

—¡¿Qué?! ¿Cómo?

—Todos esos humanos lamentables con los que nos acabamos de enfrentar. —dijo mientras seguía caminando. Ante la expresión de duda en la cara de Catherine, procedió a explicar: —Soy un ser que no pertenece al mundo físico y ya estoy pagando mi condena eterna en las tinieblas. Tú, como invocadora, te vuelves culpable de todas las muertes que yo, de no haber sido invocado, nunca hubiera causado. Yo me quedo con sus almas y tú te quedas con sus marcas, ese es el trato.

—Oh, qué será de mí. —dijo con decepción y lástima mientras miraba al suelo.

Pasan unos segundos de silencio hasta que Cassiel decide decirle algo que la podría tranquilizar.

—Quizás no te vaya mal, ellos tienen sus excepciones para los niños… tal vez no te condenen.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—No lo sé, nunca fui juzgado, nací condenado por los pecados de mi padre.

—Eso es injusto, eres una persona distinta a tu padre, mereces una oportunidad.

—No soy una persona, niña, soy un demonio, estamos hechos de lo mismo.

—Quizás tú no. —dice la niña con inocencia y con emoción, mientras que Cassiel se mantiene callado.

Catherine continúa diciendo:

—Cuando me vaya, les voy a pedir que te den una oportunidad.

—Debería preocuparte más tu condena.

Catherine extiende sus brazos al aire expresando su cansancio y comenta entre un bostezo: —Igual lo intentaré.

El tiempo sin relojes era imperceptible, una tenue iluminación brotaba de la tormenta eterna que cubría el cielo a toda hora, ya no había días sino noches envueltas en nubes apagadas y descoloridas, el cielo había perdido su belleza natural para convertirse en un símbolo de tragedia. Pero a pesar de eso, había rayos de luz que lograban atravesar las densas nubes e iluminaban vagamente las tierras, dando la idea a quien lo apreciara, de que su esperanza no había desaparecido, solo estaba escondida detrás de las cortinas grises.

Against MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora