SOLEDAD Y COMPAÑIA

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Cuando el desconsolado se aproximó a la niña, su lamento cesó, reemplazado por un silencio ominoso. Sus uñas, afiladas como cuchillas de obsidiana, se alzaron para desgarrar la piel de Catherine. Cassiel, cuya percepción del peligro era tan aguda como el filo de su sable, manipuló al cuervo para que se interpusiera en el ataque inminente. El ave, noble en su sacrificio, recibió el golpe fatal, permitiendo que solo un rasguño alcanzara a la niña. Con la precisión de un depredador, Cassiel arrojó su cuchillo, que encontró su lugar bajo el cuello del desconsolado, y con un movimiento fluido y letal, Cassiel se acercó a toda velocidad, agarró el cuchillo incrustado en la piel del desconsolado y le desgarró más de la mitad del cuello, arrancándole la vida.

—Debemos partir. Ahora. —exigió Cassiel, su voz impregnada en urgencia.

Catherine, aún en estado de shock, contemplaba la sangre que manaba de su brazo, un recordatorio cruel de la realidad que enfrentaban.

Sin más tiempo que perder, Cassiel tomó con fuerza a la niña del brazo y emprendieron una carrera frenética. La velocidad de Cassiel era tal que el dolor y las espinas de la maleza laceraban la piel de Catherine. Sus gritos de protesta se perdían en el viento:

—¡Detente, mi brazo!

Pero a pesar de las súplicas de la niña, él se negó a escuchar y siguió corriendo.

—¡Cassiel, para! —Gritó con más fuerza.

Finalmente, frenó en seco, liberando a la niña con tal descuido que la hizo caer y rodar por el suelo polvoriento.

Cubierta de tierra, con las piernas magulladas y el brazo latiendo de dolor, Catherine se levantó, apartando los mechones de cabello de su rostro.

—¡Ouch! —exclamó con una mezcla de dolor y rabia.

—¿Qué sucede? —Comentó Cassiel con desdén.

—¡Casi me arrancas el brazo! —replicó ella, la indignación tiñendo sus palabras.

—Te salvé de una muerte segura, y te quejas por un brazo. ¿Acaso tu vida no vale más que eso?

—Preferiría conservar ambos, gracias. —respondió ella con una chispa de desafío.

—No comprendes la magnitud de lo que nos espera. tendrás que aguantar cosas peores que esto si quieres la victoria, más vale que tengas el valor para sacrificar algo más importante.

Con esas palabras, Cassiel se alejó, dejando a Catherine sumida en un silencio reflexivo, su mirada perdida entre el suelo y sus heridas.

—Camina —ordenó Cassiel, mientras resonaban los ecos de los llantos lejanos de los desconsolados.

Catherine se puso de pie y siguió a Cassiel. Al cabo de un tiempo, llegaron a un lago cuyas aguas cristalinas emanaban escarchas que ascendían y se desvanecían en el aire, creando un espectáculo mágico bajo el cielo nublado.

—Descansaremos aquí. Lávate en el lago si así lo deseas —sugirió Cassiel.

Con cautela, Catherine se acercó al lago y, antes de sumergir su mano, preguntó:

—¿Esta agua está maldita o algo así?

—Lo está, pero el collar te protegerá, —aseguró Cassiel.

Ella sintió el frío penetrante del agua y sumergió sus pies por completo. Al levantar la mirada hacia Cassiel, un silencio incómodo se cernió entre ellos hasta que él rompió el hielo:

—¿Qué ocurre?

—¿Podrías darme un momento a solas? —solicitó ella con seriedad.

Cassiel, comprendiendo la petición, se retiró sin objeciones, dejando tras de sí un cuervo vigilante en la orilla del lago.

Catherine, despojándose de su vestido, se sumergió en la pureza del lago, entonando la melodía que su madre le cantaba en tiempos más felices...

Fue entonces cuando algo se quebró en su interior. La canción materna resonó en su pecho, desencadenando una marea de recuerdos que azotaron su mente con la fuerza de las olas contra las rocas. Su familia, su paz perdida, ahora no eran más que memorias distorsionadas que la atormentaban. Buscó consuelo en el vasto lago, pero no vió más allá de una neblina y un muro de árboles, solo encontró la soledad que la envolvía, sumiéndola en un llanto desconsolado.

Cassiel, la personificación de la soledad, observaba el denso bosque desde lo alto de un árbol, su espalda vuelta al lago. El llanto de la niña, un eco de pura humanidad, llegaba a él sin la distorsión de la magia negra, una expresión genuina de dolor por la pérdida. Manteniéndose a distancia, contemplaba el paisaje del bosque hasta donde la niebla le permitía, sintiendo un vacío que resonaba con la inmensidad del lugar. Ni Cassiel ni Catherine encontraron consuelo en la quietud del bosque; en cambio, el silencio parecía susurrarles, recordándoles su aislamiento en aquel vasto y solitario paraje.

 Ni Cassiel ni Catherine encontraron consuelo en la quietud del bosque; en cambio, el silencio parecía susurrarles, recordándoles su aislamiento en aquel vasto y solitario paraje

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Después de unos momentos, Cassiel se acercó al lago de nuevo, recuperando a su cuervo mientras se dirigía a la niña.

—Vamos. —dijo en voz alta, antes de voltearse y seguir el camino hacia la estatua.

Catherine se secó los ojos y se limpió la cara, salió del lago y se sacudió el vestido para ponérselo rápidamente.

—Espérame. —le dijo a Cassiel mientras se calzaba sus zapatillas.

Él se detuvo, hasta que ella se acercó y tiró levemente de su saco.

—Listo, ya vámonos —dijo ella, con una voz que intentaba ocultar su tristeza.

Los dos reanudaron su marcha, dejando atrás el lago y su poder para quebrar el espíritu. El bosque se volvía más denso y oscuro, y los llantos de los desconsolados se hacían más frecuentes y cercanos. Cassiel y Catherine se adentraban cada vez más en el territorio de Tristitia, la reina demonio, sin saber qué les esperaba en su destino.

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