PLAN A

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Bajo la luz tenue del cielo sombrío, Leonor desplegó su mapa sobre una caja polvorienta, sus dedos recorriendo las líneas que delineaban el palacio.

—Aquí estamos. —comenzó, señalando un punto en el mapa. —Esta inmensa estructura... es donde debemos ir. Está plagada de desconsolados, pero no de los comunes. Son grandes guerreros de antaño, transformados por la magia negra, ahora meros títeres de la reina, imbuidos con una fracción de su oscuro poder. Son un peligro inmenso, y mi consejo sería eludirlos en grandes conjuntos y enfrentarlos en grupos disminuidos.

Cassiel, con una expresión imperturbable, asintió. —Y tu plan es...?

—Los desconsolados suelen congregarse en el palacio, donde su ventaja es mayor. Nuestra estrategia debe ser dividirlos. Uno distraerá a los que se agrupan en el patio frontal, mientras el otro se adentra en las entrañas del palacio para neutralizar a los que custodian el interior. Si descubren nuestra presencia dentro, no dudarán en alertar a la reina.

—Entonces, uno será el señuelo y el otro el infiltrado. ¿Cuál será tu papel?

Leonor esbozó una sonrisa tenue. —Originalmente, este asalto se planeó con una legión, pero ahora somos solo tú y yo. Mi papel iba a ser el sigilo dentro del palacio. Aunque no siempre soy la sombra, puedo serlo... cuando es necesario.

Cassiel, con un deje de sorna, respondió, —A mí se me da bien la matanza. Me encargaré del patio.

—Perfecto. Te daré dos señales: una para confirmar mi entrada al palacio y otra cuando haya eliminado a los guardianes. Tras la segunda señal, entra de inmediato. Atraparemos a los restantes fuera y la reina quedará a nuestra merced.

—Si queda alguien para atrapar. —agregó Cassiel con un tono bajo y firme.

—Esa es la actitud.

La voz de Catherine irrumpió, cargada de curiosidad y ansiedad. —¿Y yo qué hago?

Leonor se volvió hacia ella, su expresión suavizándose. —Tú vendrás conmigo al palacio. Será más seguro que en el patio.

La niña miró a Cassiel, buscando en él alguna señal de aprobación. A pesar de la valentía que había demostrado, la perspectiva de separarse de Cassiel le infundía un temor sutil, debido a su negaste experiencia anterior, aunque la había llenado de determinación y aprendizajes, era una situación la cual no estaba dispuesta a repetir. Él, percibiendo su vacilación, le ofreció una señal de confianza: señaló su pecho y luego el collar de Catherine. —estaras bien — afirmó él. Era una promesa de que estaría con ella en espíritu, y que acudiría en su auxilio si lo necesitaba.

Con una determinación renovada y una reposando en su collar, Catherine asintió a Leonor y se preparó para seguir su camino. Antes de partir, Leonor se dirigió a Cassiel con un tono serio y desafiante:

—Te enfrentarás solo a un enjambre de seres hostiles. Desata tu furia y locura sin contención.

El aura de Cassiel se había vuelto más pesada, reflejando la ferocidad que estaba por desplegar.

—Ni lo dudes.

Ambos compartieron una mirada que desprendia ferocidad y determinación palpable, para luego partir a sus posiciones respectivas y comenzar su ataque al palacio.

Cassiel se detuvo ante las imponentes puertas del palacio, cuya custodia parecía abandonada. Detrás de sus muros macizos, un caos de sonidos inundaba el aire: gritos, suspiros ahogados, y el incesante choque de armas. Era como si una feroz batalla estuviera desarrollándose en su interior.

—Alguien comenzó la fiesta sin mí. —murmuró Cassiel, su voz cargada de una anticipación siniestra mientras se deslizaba sigilosamente hacia un costado.

—Espero que la señal de Leonor atraviese este alboroto. —reflexionó, flexionando sus músculos y articulaciones, listo para derribar la puerta si fuera necesario.

Tras una momentánea espera, un silbido agudo y penetrante cortó el aire, retumbando entre los muros en forma de eco. El tumulto dentro del palacio se silenció abruptamente, sumiendo el lugar en una quietud tensa.

Un crujido ominoso captó la atención de todas las criaturas en el patio. La puerta, antes bañada en un aura de magia negra y un resplandor celeste, comenzó a perder su color, oscureciéndose y agrietándose como si se estuviera pudriendo desde adentro. Con un estruendo ensordecedor, la puerta se desplomó, cayendo al suelo y desintegrándose en un montón de escombros, levantando una nube de polvo que ocultaba la vista.

Los desconsolados, que al parecer habían estado entrenando, se tensaron, armas en mano, esperando que el polvo se disipara para revelar al causante del estrépito. La mayoría permaneció inmóvil, expectante, pero algunos, guiados por un instinto bestial y carentes de cualquier razonamiento, se lanzaron al interior de la nube de polvo con un grito de guerra.

Solo pasaron unos segundos antes de que las extremidades y cabezas de estos desconsolados fueran lanzadas fuera de la nube, como si fueran juguetes rotos. Desde detrás del velo de polvo, Cassiel avanzó hacia los que quedaban en el patio. Revelando su imponente figura, su aura era la de un depredador implacable.

—Los arrancaré de este mundo, meras cáscaras sin vida, y los enviaré al vacío eterno al que ahora pertenecerán. —rugió con una voz profunda y desafiante, avanzando hacia la multitud. En una mano sostenía una cabeza decapitada, y en la otra, su khopesh, goteando con la evidencia fresca de su brutalidad.

Los desconsolados, ahora enfrentando a un enemigo tan formidable como misterioso, se prepararon para el enfrentamiento. Cassiel, con la furia y la precisión de un guerrero consumado, se abrió paso entre ellos. Era una danza mortal, cada movimiento calculado para maximizar el daño, cada golpe una sentencia de muerte.

El patio del palacio se convirtió en un campo de batalla donde Cassiel, como un espectro de venganza, se movía con una gracia letal. Los desconsolados, a pesar de su fuerza y habilidades mejoradas por la magia negra, eran incapaces de igualar la ferocidad y destreza de Cassiel.

Mientras la lucha se intensificaba, Cassiel se sumergía cada vez más en su elemento. Era un guerrero en su máxima expresión, un destructor implacable, cuyo único propósito era la aniquilación total de sus enemigos. A medida asesinaba a más y más desconsolados, sentía cómo su alma ardía en fuego. Su odio y rencor contenidos durante milenios finalmente se liberaron en una explosión de violencia pura.

Sin nadie cerca a quien proteger, tenía toda la libertad de sumergirse en la locura, y eso fue exactamente lo que hizo. Con cada gota de sangre derramada, sus sentidos se agudizaban, afilándose como navajas. Podía escuchar con mayor claridad, ver con mayor nitidez, atacar con mayor precisión y moverse con una agilidad sobrehumana. Todo esto, sin embargo, tenía un precio: su cordura. Se estaba convirtiendo en una máquina de matar imparable, una entidad sedienta de muerte y sangre.

Against MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora