RENACIMIENTO

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Catherine observó su entorno, sumida en una oscuridad profunda que ahora consumía por completo la cueva. El único resplandor que quedaba era el débil parpadeo del cristal de la reina, símbolo de su agonía. La reina, retorciéndose débilmente en el suelo, aún mostraba signos de vida. Con determinación, Catherine se aproximó a la figura caída. Sin un ápice de piedad, utilizó la pala para arrancar un fragmento del cristal, asestando el golpe final que puso fin a su existencia. Con el fragmento en mano, iluminó su camino a través de la caverna.

Catherine avanzó por entre las raíces ahora débiles, vestigios de la reina caída. Caminaba entre los seres ahora muertos, imitaciones de plantas resecas y putrefactas, evidencia del poder que una vez tuvieron. Finalmente, alcanzó el final de la cueva, donde las raíces que obstruían su camino cedieron ante la pala, revelando la luz celeste del exterior. Un alivio palpable la inundó, y la adrenalina cedió paso al agotamiento. Al salir, su cuerpo cedió, dejándola caer de rodillas, exhausta.

El silencio y la paz que anhelaba, aunque satisfactorios, fueron efímeros

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El silencio y la paz que anhelaba, aunque satisfactorios, fueron efímeros. Un rugido distante rasgó la quietud, aproximándose a través de la maleza. Era el ciervo transformado, que había seguido su rastro. La bestia la acechaba con ojos hambrientos; Catherine, inmovilizada por la fatiga, solo podía observarla de reojo.

Cuando la bestia se abalanzó con su feroz instinto asesino, una sombra emergió del oscuro manto del bosque. Cassiel, con una velocidad sobrenatural, interceptó al monstruo, impactándolo de lado y derribándolo en un choque estruendoso. La tierra tembló bajo su fuerza, y las hojas de los árboles cercanos se sacudieron como testigos de la brutalidad.

La bestia, aunque sorprendida, reaccionó con una ferocidad desenfrenada. Sus cuatro patas delanteras, más parecidas a las de un depredador sanguinario que a las de un ciervo, se lanzaron hacia Cassiel con zarpazos salvajes. Cada movimiento era un destello de muerte, pero Cassiel, armado con su khopesh, repelió cada ataque con destreza y precisión. Su espada cortaba a través del aire y la carne con igual facilidad, rebanando las extremidades de la bestia. Pero, como un horror de pesadilla, la criatura regeneraba sus miembros perdidos con una rapidez sobrenatural, negándole a Cassiel la ventaja.

En un cambio de estrategia, Cassiel comprendió que la espada no sería suficiente. Guardó su khopesh y, con un gruñido demoníaco, se lanzó a un combate cuerpo a cuerpo. Sus golpes eran brutales, cada puño y cada patada cargados con la fuerza de los abismos. Rompió las patas de la bestia antes de que pudieran regenerar, demostrando una ferocidad que rivalizaba con la de la criatura.

La bestia, superada por la fuerza bruta de Cassiel, lanzó rugidos de dolor y furia, pero no podía contra la implacable fuerza del demonio. Con un movimiento decisivo y feroz, Cassiel se abalanzó sobre la bestia caída. Tomó su mandíbula en un agarre férreo y la abrió con una violencia que parecía querer dividir el mundo. En ese momento, Cassiel concentró su poder demoníaco, y de su cara enmascarada y manos surgió una corriente oscura, una marea de magia negra que buscaba el núcleo del ser de la criatura. La bestia luchó, sus ojos mostraban un terror primal, pero el poder de Cassiel era abrumador. Lentamente, la magia negra que había corrompido al ciervo se desvaneció, siendo absorbida por Cassiel. La criatura se desmoronaba, perdiendo su color y su forma monstruosa, retrocediendo a su forma original de ciervo, un ser inocente y desafortunado en medio de fuerzas que no podía comprender. En un último aliento de dolor y liberación, el ciervo cayó al suelo, sus ojos se cerraron y su cuerpo se quedó inmóvil. Cassiel, con un gesto de satisfacción pero también con un atisbo de piedad, levantó su khopesh y, en un acto final, decapitó al animal, poniendo fin a su sufrimiento y a su transformación forzada.

La batalla había llegado a su fin, dejando tras de sí un silencio que pesaba sobre el bosque como una manta densa y oscura. La figura imponente de Cassiel, se mantenía erguida, una presencia enigmática y poderosa. Su respiración, aunque no visible, resonaba pesadamente, llenando el espacio con el eco de la lucha titánica que acababa de tener lugar. El aire alrededor de Cassiel vibraba con una energía casi palpable, una mezcla de poder demoníaco y una solemnidad profunda.

Catherine, tambaleante y exhausta, se aproximó a Cassiel y al cadáver del ciervo. Sus vestimentas estaban desgarradas y sucias, su rostro reflejaba el cansancio extremo y las experiencias traumáticas recientes.

-Te ves miserable -comentó Cassiel al voltear a verla.

Ignorando el comentario, Catherine se centró en el cadáver putrefacto del ciervo. Con hambre desesperada, arrancó un pedazo de carne y lo mordió vorazmente.

-¡Niña, no te comas eso! -exclamó Cassiel irritado, corriendo hacia ella.

-¡Está podrido, no te lo tragues! -advirtió Cassiel, forzando la boca de Catherine para impedir que tragara la carne contaminada. La niña, debilitada por el hambre y el agotamiento, luchaba por tragar, pero Cassiel insistió: -¡Escúpelo, escúpelo! -Finalmente, Catherine tosió y expulsó el pedazo de carne.

-Pareces un animal -dijo Cassiel, sacudiéndose las manos llenas de saliva.

-Toma, conseguí esto en el camino.

Luego sacó un gran puñado de bayas y frutos de un bolsillo y se los entregó a Catherine. Ella, sin dudarlo, devoró los frutos con la voracidad de un animal salvaje, reflejando su desesperada necesidad de sobrevivir.

Against MyselfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora