4. La aprendiz del rey hechicero

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    Al año siguiente, Asha comenzó a asistir a la Escuela Primaria de Rosas. Sus padres le advirtieron que no hablara más de lo necesario sobre los deseos.
—Si alguien pregunta sobre quiénes serán los próximos en que se les sean cumplidos sus deseos, di que no lo sabes.— le ordenó su madre el primer día de clases.
—¿Por qué nadie debe saberlo? Ni siquiera yo lo sé.
—Porque eso pondría en peligro a Rosas. Debe mantenerse en secreto hasta la Ceremonia del Deseo— agregó el rey.
Asha suspiró —De acuerdo, es una promesa.
Enseguida alzó su dedo meñique y lo entrelazó con los de sus padres.
—Una promesa de meñique es la más sagrada que pueda existir hija mía.
—Está bien papi.
—¡Nos vemos pronto Asha!

Cuando la niña tomó su mochila, una pequeña rebanada de tarta y salió de la cocina del castillo para finalmente irse, Amaya se acercó a su esposo para comentarle. —¿Crees que los deseos vayan a estar seguros? ¿Que...la niña no diga nada?
—Descuida linda, le he enseñado que las promesas de meñique son sagradas. Los deseos de Rosas y nuestra hija estarán como si nada.

    En el reino, se acostumbra a que los niños comenzaran su educación primaria a los seis años. Si bien comparados con los estándares de la época, los cuales sugerían que los aldeanos no podían estudiar; los reyes habían garantizado educación primaria gratuita hasta la edad de once años.
El programa de estudio incluía asignaturas como Matemáticas, Álgebra Egipcia, Literatura, Mitología Griega, Filosofía, Civismo y Biología. Los niños también tenían la oportunidad desarrollar su creatividad por medio de materias artísticas tales como Canto, Danza, Dibujo, Teatro e Instrumentos.
Al concluir sus estudios básicos, podían dedicarse a algún oficio o si lo preferían, tenían la oportunidad de irse a otro país a estudiar. Pero nadie optaba por esa opción, pues todos querían el camino más fácil: esperar a que Magnífico les cumpliera sus deseos.

Sin duda era una nueva experiencia para la joven princesa. Caminó por las encantadoras calles del pueblo donde recibió los saludos de varios lugareños. Ella no los conocía pero en cambio todos parecían saber su nombre. De igual forma, había aprendido a ser educada por lo que les devolvió el saludo.
Trató de seguir el croquis que su madre había dibujado para ella pero se había perdido. Duró unos minutos sin poder ubicarse, se estaba empezando a desesperar hasta que se topó con una construcción enorme de piedra con arcos y bóvedas. Supuso que ése debía ser el lugar, pero para asegurarse le preguntó a una señora regordeta quien se encontraba barriendo la calle.
—Disculpe, ¿es aquí la Escuela Primaria de Rosas?
Sí niña tonta ¿¡dónde más crees que estás!? — Antes de que ella pudiera responderle, otra señora se apresuró a murmurar—¡Oye! ¿¡No te das cuenta que es la princesa Asha!? Será mejor que seas amable o le dirá a su padre que no cumpla tu deseo y ya sabes cuánto nos urge irnos de vacaciones a Francia con esos...esos guapos hombres ehhh.
—¡Por Dios! Se me ha ido. Disculpe su majestad, fue todo culpa mía. Sí, aquí es la escuela.
Asha les hizo una pequeña reverencia en gesto de agradecimiento y acto seguido subió los escalones para entrar.

Una vez dentro, dio un giro de 360 grados para poder admirar la belleza de aquella construcción. Era simplemente espectacular ver lo alta que era decorada con esos arcos, los cuales le daban una fachada de cuento de hadas. Uno de los maestros la condujo hasta su aula.
Tomó asiento y se puso a pensar en lo acontecido con las señoras. ¿Por qué se espantaron tanto cuando se dieron cuenta que se trataba de su persona? Y, ¿por qué pensaron que su papá no les concedería su deseo?
Aunado a eso, muchos de los niños presentes se le quedaban mirando excesivamente. No estaba segura si era mera curiosidad o si la estaban juzgando. Se sentía incómoda. Durante la primera clase apenas y mencionó unas cuantas palabras.

    Así pasaron como dos semanas y ella seguía siendo la más tímida de su escuela hasta que un día todo cambió. Estaba sentada almorzando unos buñuelos bajo la sombra de un árbol cuando se acercó una de sus compañeras. Tenía el cabello lacio y usaba unas gafas.
—¡Hola! ¡Wow esos buñuelos se ven deliciosos!
Asha sonrió y contestó —¿Tú crees? Los prepara el chef del castillo. Si quieres te comparto un poco.
La niña los probó y quedó fascinada —Definitivamente saben cómo se ven. Pero yo te recomiendo los dumplings, mi abuelita es experta cocinándolos. Mi familia es de China y bueno...la comida allá está buenísima.
La princesa se quedó sin palabras al probar los jugosos dumplings, aunque su timidez le impidió mencionarlo.
—Ah, cierto ¿dónde están mis modales? Soy Dahlia, y tú...
—Asha
—¿¡De veras de veritas eres la hija de los reyes!? ¿¡O sea la princesa!?
Asha rió un poco —Sí, creo que ya todos lo saben.
—¡Eso debe ser magnífico! Yo quisiera ser una princesa...— dijo Dahlia en un tono soñador.
—No es tan fácil como lo imaginas

—Ya no estés solita, seamos amigas.
Ella asintió y desde aquel día, Asha y Dahlia se convirtieron en las mejores amigas.
Hacían todo juntas: compartían el desayuno, realizaban sus tareas, corrían por todo el patio, jugaban.

    Al poco tiempo otros niños se comenzaron a juntar con ellas. Se trataba de Simon, Gabo, Bazeema, Safi, Dario y Hal.
Con ellos a su lado, la escuela dejaba de ser pesada y se convertía en toda una aventura. El poder dejar todas sus responsabilidades del castillo aún lado si quiera por unas horas cinco días a la semana era algo que Asha disfrutaba mucho, sobretodo cuando ella y sus amigos hacían una que otra travesura.
Incluso habían ocasiones en las que los chicos la invitaban a sus casas (sobre todo Dahlia) a pasar el rato. A veces era con el pretexto de hacer tarea pero todos sabían que más bien era para jugar hasta que las noche les ganara.

   
    Pero eso se fue acabando poco a poco a medida que Asha crecía. Sus padres ahora eran más exigentes con ella. Todos los días después de la escuela estaba obligada a tomar "clases" extra curriculares como la aprendiz de Magnífico. Estudiaban hasta el cansancio temas relacionados con las artes de la hechicería. Incluso sin darse cuenta el rey, su magia se estaba tornando oscura. Lo peor era que le estaba transmitiendo ese conocimiento a su hija.

    Asha pasaba tardes y noches enteras en el laboratorio de Magnífico esforzándose en preparar pociones, aprendiendo a leer la mano, memorizando las propiedades de los ingredientes, perfeccionando su pronunciación en latín, conjurando encantamientos entre muchas otras responsabilidades.
—Ya estoy cansada, ¿podemos continuar mañana?
—No. Un hechicero no descansa hasta conseguir la perfección. Tú poción no es perfecta.
Ella trabajaba duro por ser una hija obediente, pues sabía que era el honor de sus padres lo que estaba en juego.

    Ser la aprendiz de un rey hechicero resultaba agotador, sobre todo cuando tu maestro era tu propio padre. Fallar en la escuela no tenía tanta importancia, los maestros estaban ahí para ayudar a los alumnos en el camino. En cambio fallarle a Magnífico era una decepción para él, para su madre y para Rosas.

    No obstante, cuando encontraba algún momento de distracción por parte de sus padres, ella lo aprovechaba al máximo para fugarse del castillo.
Regularmente iba con sus amigos, pero cuando no era así, iba cabalgando hasta el bosque encantado, remaba por la Laguna de las Ilusiones, o leía historias mitológicas en la biblioteca del reino. También le gustaba cantar ya sea en su habitación o en cualquier lugar que se encontrara, Y por supuesto que aún no olvidaba eso de ir a contemplar las estrellas bajo el gran alcornoque. Era su lugar seguro.

    Asha a menudo se preguntaba si en realidad algún día llegaría a ser tan talentosa como su padre. Y si fuera así ¿ese era el futuro al cual ella estaba destinada?

Wish: La historia jamás contada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora