Había una vez, una princesa pelirroja prisionera en un armario debajo de la escalera.
La princesa vivía en un castillo que no era suyo. Con un sufrimiento que no debería. Hasta que un día, un semigigante apareció en la puerta de este, tiñendo su des...
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《El Callejón Diagon》
Lilith:
Tengo mucho que asimilar.
¿Mis padres eran magos? ¿Habían muerto por ese…? ¿Como se llamaba? ¿Voldertort?
Resulta que nuestros padres habían estudiado en ese colegio, fueron asesinados por un mago tenebroso que intento matarnos -gran infancia-, ellos se sacrificaron por nosotros y como los Dursley eran los únicos familiares que teníamos nos llevaron con ellos.
Ahora nos encontrábamos rumbo a un banco de magos llamado Gringotts.
En serio ¿Qué clase de nombres les ponen los magos a las cosas?
Nos encontrábamos en lo llamado "Caldero Chorreante", según el señor teníamos que ir allí.
Estaba incómoda.
Tantos ojos sobre mí me agobiaba. Todas las personas que había en ese lugar se amontonaron alrededor de nosotros cuando el cantinero anuncio nuestra presencia.
¿Por qué tenían que mirarme tanto?
Me aferré a la mano de Harry. Odiaba que me vean tanto.
Él me oculto detrás de él, sabía lo que me causaban tantas miradas.
—¿Por qué la niña no tiene la cicatriz?— pregunto un hombre.
Lleve mi mano libre hacia la parte izquierda de mi cuello por instinto. Mis tíos me habían dicho -y ahora sé que es mentira- que era una horrenda cicatriz producida por el accidente, a diferencia de mi hermano, yo odiaba mi cicatriz y siempre intentaba ocultarla.
—No creo que ella haya enfrentado al mago más tenebroso del mundo— artículo otra mujer, incrédula —Si lo hubiese hecho tendría una cicatriz.
Mire en todas direcciones intentando desviar mi atención de toda la gente, podía sentir como el aire se iba poco a poco ante tanta atención.
Respira y todo estará bien.
Empecé a hacer inhalaciones y exhalaciones lentas para intentar calmarme un poco.
—Bueno, bueno. Creo que ya es hora de irnos— intervino el hombre —Con permiso— empezó a avanzar, a la vez que la gente se hacía a un lado para no chocar con el hombre. Sentía las miradas curiosas -quería creer eso- mientras caminaba —¡Profesor Quirrell!— llamo a un hombre con turbante.
