Capítulo 3

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Uno de los dos miente

Tan valiente que dijo: ya no más y fue nunca más.

Después de su enfrentamiento con León, se encerró en el closet y entre lágrimas y sollozos empacó toda su ropa. No pretendía seguir compartiendo el mismo espacio que él, no podía. Salió de la casa seguida por su marido quien le suplicaba que se quedara; no lo escuchó, se marchó sin mirar atrás, se montó en su camioneta y le dio instrucciones a Matamoros de hacia donde tenía que ir.

Llegó a lo que una vez fue su fortaleza los días largos de universidad. Estando en la soledad de su departamento se permitió llorar y sacar toda su rabia. Miles de pedazos de vidrio yacían en el suelo, al igual que las fotos que una vez fueron la prueba de todos los buenos momentos que tuvo su matrimonio.

A la mañana siguiente recibió la notificación sobre la fecha del juicio, sería en dos días. Así que tomo aire para recuperar toda su fuerza y poco más, no iba a permitir que el poder hiciera de las suyas, iba a hacer todo lo posible por llegar a la verdad; fuera o no un violador, León iba a pagar todo daño hecho.

12 de febrero
Primer juicio

- Escúchame bien – pide – el abogado de León hará hasta lo imposible para sacarte toda la información, así que necesitas estar tranquila. Sé que no es fácil, pero ya diste el primer paso, vamos por el resto. Di la verdad, enfócate en ser sincera y no en meditar las palabras.

- Esta bien.

- Suerte.

En este primer juicio solo se interrogaría a la parte demandante, ambos abogados la interrogarían sobre los hechos con base a su declaración. Comenzó Altagracia dando contexto de cómo inició el ataque, realizó un par de preguntas y después cedió el pódium a José Luis.

- Emma, después de que se besaran... dice que comenzó el jugueteo previo antes de la agresión.

- Así es.

- Hasta ese momento, usted estaba de acuerdo.

- Sí.

- Recuérdenos, ¿qué pasó después?

- Le dije que parara, cuando me percaté de sus intenciones.

- ¿Qué le dijo exactamente?

- Que aquí no, que nos esperaban abajo.

- Aquí no – repite asintiendo – quiere decir que si hubieran estado en otro lugar o que si no los estuvieran esperando, ¿usted hubiera accedido a tener sexo?

- No

- ¿No?

- No, porque lo nuestro se había acabado.

- Emma ¿qué traía puesto ese día?

- Objeción su señoría – protesta Altagracia – La vestimenta de la víctima no es de relevancia.

- Ha lugar – responde el juez – Licenciado Navarrete ¿a qué va su pregunta?

- Si, quizás no di un poco de contexto – se disculpa – mi cliente dice que, durante el mes previo al suceso, usted le estuvo insistiendo que regresaran e incluso llegaba a provocarlo.

- Eso no es verdad.

- ¿Me va a negar que ese día llevaba puesta una falda corte recto, marca Versace, esa falda que él le obsequió confesándole que adoraba como ese tipo de falda resaltaba su curva trasera? – ella se queda callada – y que, además, portaba una blusa semi transparente con escote en el pecho, digámosle, atributos que el señor Contreras considera su debilidad – la observa fijamente entornando los ojos - ¿Qué pretendía?

- Objeción su señoría – protesta de nuevo.

- Objeción denegada. Señorita Sáez, responda la pregunta por favor – pide el Juez.

- No pretendía nada – pasa saliva.

- ¿No? ¿ni siquiera provocar un poco de arrepentimiento? ¿Celos...? – insiste.

- Tal vez... - murmura agachando la cabeza.

- ¿Cómo dijo?

- Tal vez – voltea a mirarlo.

- Bien, para recapitular – respira hondo – En primera instancia quiero que quede claro que, de no haber estado en el elevador, ella habría accedido a tener sexo con el señor Contreras; segundo, ella admite tener intenciones de querer provocarlo; tercero, la parte demandante mantuvo una relación sexo-afectiva con el acusado, relación que él mismo terminó – se dirige al panel de jurados – Así que los invito a reflexionar sobre el despecho como principal motor de acusación.


La ira e indignación se entrelazaban en el estómago de Altagracia formando una tormenta interior que eclipsaba momentáneamente su imparcialidad profesional. Cada palabra dirigida hacia Emma resonaba como un eco distorsionado de la verdad, dejando en su camino un rastro de desesperación.

Se sentía incrédula ante los argumentos del moreno y frustración al presenciar como señalaba a la víctima como la culpable. Le hervía la sangre el ver como se valía de fundamentos tan detestables.


- ¿Su vestimenta? ¿es enserio? – cuelga su gafete.

- Estoy defendiendo a tu marido, si me tengo que valer de cualquier argumento – la voltea a ver – lo voy a hacer – se retira.


La abogada luchaba contra el peso de la responsabilidad, consciente de que la verdad era un faro que debía iluminar incluso los rincones más sombríos del tribunal. La defensa de Emma no era solo un deber profesional, sino un acto de resistencia contra la injusticia que amenazaba con socavar los cimientos de la verdad que juró proteger.

Traía el estómago revuelto, las malpasadas, el desvelo, la tristeza y ahora la furia, se había somatizado en su estómago que pedía a gritos que parara, pero lo ignoró. Cuando llegó a la oficina, se sumergió en la declaración de León, para construir la defensa; lo que leyó ahí no le gusto para nada.

Estaban descritos los mismos detalles del contexto, solo que los hechos eran diferentes.

Uno de los dos estaba mintiendo.

La danza entre la sospecha y la posibilidad de que la versión se su clienta fuese falsa, se posó como un manto pesado sobre sus hombros.


- ¿Cómo te fue? – entra a la oficina.

- Fatal – bufa – Como era de esperarse, José Luis dio un buen golpe.

- Pero el tuyo será más fuerte.

- No lo sé – duda.

- ¿Cómo? ¿tú crees que León es inocente?

- Eso tampoco lo sé – suspira – creía conocer todos sus alcances, pero... - hace un mohín – no lo sé, me gustaría pensar que lo es.

- No – protesta – tú no puedes dejar que León salga impune por esto, él tiene que pagar todo el daño que ha hecho.

- Regina... - frunce el ceño, sintió en las palabras de su amiga la furia y vio en sus ojos miedo.

- Yo no creo que sea inocente, él es un violador y tiene que pagar.

- ¿Por qué no crees que sea inocente?

- Porque no y ya. Amiga, este es tu momento de hacerle pagar por todas las heridas que te hizo ¿o te las tengo que recordar?

- No – dijo seria, analizando el lenguaje corporal de Regina.


En su mente resonaban preguntas sin respuestas, mientras intentaba desenmarañar la verdad detrás de la narrativa de su mejor amiga. A este punto, dudaba de su capacidad de discernir, ya se estaba cansando de tener que separar sus emociones personales de la búsqueda imparcial de la verdad.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora