Capítulo 11

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Irresponsabilidad

- Alta...

- Estoy bien – susurra sobre su pecho – está bien.


Sabía que la duda siempre estaría ahí, no lo culpaba. Una noche estaban bien y al día siguiente ella estaba terminando todo lo que había entre ellos; tampoco esperaba que le tuviera la misma confianza de antes, así que le repetiría que estaba bien cuantas veces fuera necesario.

Sintió como su pecho se hundió en señal de un suspiro profundo, sonrió trazando círculos en el pecho salpicado de vellos oscuros. El sonido de la lluvia, el calor de sus cuerpos aun desnudos uno sobre el otro, todo estaba siendo perfecto.

Todo con José Luis siempre era perfecto.

Se enderezó apoyando la barbilla sobre sus manos para velos. Tenía los ojos cerrados y la boca entre abierta. Delineó con su dedo índice cada facción del moreno, sintiendo como cada recuerdo guardado en su memoria salía a flote.


- No lo entiendo, pero me fascinas – volvió a susurrar contorneando sus labios con el dedo.


Con disimulo la miró. Estaba desnuda sobre su pecho, acariciando dulcemente su rostro, sus ojos verdes brillaban como dos faroles, aún tenía las mejillas teñidas de rojo producto de los múltiples orgasmos que tuvo en la noche. Parecía haberse puesto al corriente por todos los años que no toco su cuerpo, y aun no se saciaba de ella, nunca tendría suficiente de su cuerpo.

Con un solo brazo rodeó su cuerpo y la sentó a horcajadas sobre él. Acarició con sus manos desde el costado de sus senos hasta sus muslos. Todo eso le causo un poco de gracia a la abogada que solo sonreía disfrutando de las caricias.

Su miembro se hizo presente en el momento. El pequeño bulto que comenzaba a crecer chocaba con su intimidad que inmediatamente comenzó a humedecerse sin disimularlo. La lujuria recorrió su cuerpo lentamente. La pasión se encendió y las ganas de agacharse a besarlo surgieron. Intentó resistirse, pero involuntariamente se fue inclinado queriendo sentir la totalidad del momento.

Estaba envuelta en una telaraña y no podría negar que le agradaba en todo sentido.

Se estaba moviendo para poder satisfacer su lujuria.

La estaban matando las ganas de lanzarse al abismo y pedirle que hiciera de ella lo que le viniera en gana.


- Hazme tuya – pidió sobre sus labios.


En un movimiento tal como el primero, la giro para que quedara con la espalda pegada a la cama. Sus peticiones eran ordenes que él con gusto acataría. Se sentía un adolescente con las hormonas a flor de piel cuando la pasión recorría su cuerpo. En eso vienen las locas ganas de que esa pasión se convirtiera en algo mucho más placentero.

Un escalofrío lo recorrió cuando sintió una tibia lengua rozarle el cuello.


- Lograste excitarme más – dijo subiendo sus manos entrelazadas con la de ella por encima de su cabeza. La dejo en una posición un tanto vulnerable, pero no planeaba hacer nada que ella no quisiera.


Comenzó besando su cuello muy lentamente. Altagracia mentiría si dijera que no le encantaba estar así, tan expuesta ante él; se estaba volviendo loca. Cerró los ojos, no podía evitarlo, le gustaba. Dejó que siguiera mientras se calentaba por dentro, aunque una parte de ella aún estaba consciente.


- Luis – dice agitada intentando mover sus manos – espera.

- ¿Qué pasa? – libera sus manos.

- No estamos siendo responsables – posa sus manos en el pecho del moreno. Él sabía a lo que se refería, no necesitaba ser explicita – No estoy panificando – por más que su centro estuviera palpitando, pidiéndole casi a gritos que no se detuviera, no quería cometer ningún error.

- ¿Quieres que paremos?


Habían pasado toda la noche teniendo sexo sin cuidarse, pero aún estaban a tiempo de ser responsables.


- No – negó. Ya después se encargaría de remediar la consecuencia de sus actos.


Sintió resoplar la sonrisa de José Luis en su cuello, lo beso y lamio con suma ternura. Esa sensación era realmente placentera. Bajo sus pesos por el pecho y fue mordisqueando el nacimiento de sus senos. Sus manos recorrieron todo el pecho desnudo del abogado, la suavidad y calidez de su piel eran realmente deliciosas ante su tacto.

Él se apartó un poco para observar lo que tenía en frente; le encantaba. La boca se le abrió ligeramente, su expresión se asemejaba a la de un niño con juguete nuevo; pudo sentir su calor corporal y poco a poco se acercó a robarle un beso.

- ¿Estás segura?

- Nunca en mi vida había estado más segura – afirmó.


Y esa fue la última oración que pronunció después de perder el raciocinio, después sintió como se fue introduciendo poco a poco, pudiendo jurar que se aproximarían los siguientes minutos más placenteros de su vida.


- Debemos volver – siente la risa del moreno - ¿qué te causa gracia? – voltea a verlo.

- Nada, es solo que... extrañaba esas palabras – sonríe.


Dos palabras que se pronunciaban cuando se quedaban a amarse más tiempo de lo debido. La había extrañado tanto, se sentía el hombre más afortunado por haber recorrido sus curvas, por haber tenido tiempo ilimitado en el estacionamiento de su cuerpo, sintiendo la gravedad de su centro.


- Ya habrá tiempo para seguir – sonríe.

- ¿No estas tirándome a loco? – la mira incrédulo.

- ¿Por qué habría de hacerlo? – se endereza


Se sentía en las nubes al escucharla decir eso. Muy a pesar de que su corazón le grita que no aguantaría un golpe más, no le importó, se permitiría disfrutar de lo que Altagracia estuviera dispuesta a darle, aun si eso significara hundirse de nuevo en la oscuridad.

Aun si haber pasado el resto de la noche juntos, cada uno durmió con el otro en su pensamiento. Sonreían como bobos al recordar todo lo vivido horas atrás, se sentían como dos jóvenes enamorados invadidos por la euforia del momento.

A la mañana siguiente, ambos tenían reunión en la corte para revisar los avances del caso. Robles había viajado hasta Colombia en búsqueda de Alonso y su guardia de seguridad que por suerte habían realizado una transacción a una cuenta de banco, lo que les facilitó dar con su ubicación exacta.


- En una hora y media estaremos llegando a México, Doña.

- Muy bien, José Luis y yo estaremos los estaremos esperando aquí – cuelga.

- ¿Cuál crees que sea su excusa? – acaricia su ante brazo.

- No lo sé – sonríe ante su tacto. Ni siquiera pensó una respuesta a su pregunta, como siempre su mente se nubló ante las caricias de José Luis.

- ¿Cómo amaneciste? – se acerca a ella, la brecha entre sus cuerpos le hacía sentir un vacío.

- Adolorida – confiesa - ¿y tú?

- También, si seguimos con esa rutina mis glúteos aumentaran considerablemente.

- No seas payaso – ríe. Adoraba cada ocurrencia de él.

- Te amo – confiesa.


Esas dos palabras lograron erizarle la piel.

¿Cómo era posible que después de tantos años le fuera posible repetirlas?

Aunque ella aun sintiera ese amor, le era difícil decirlas. No por miedo, sino por pena.

¿Cómo decirle te amo a alguien a quien lastimaste tanto?

Un nudo se formó en su garganta, prohibiéndole el paso a la voz, pero paso saliva para confesarle que ella también, aunque su intento se fue al caño cuando las puertas de la sala se abrieron.


- Ah claro... no por nada me pedirías el divorcio.

- León...

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora