Capítulo 25

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Si tengo que amarte

Si tengo que amarte; te amaré como te amo en las historias antes de dormir, te amaré como el príncipe a su rosa.

Si tengo que amarte; te amaré en nuestro mundo y en el otro.

Pasajeros del vuelo 236, favor de abordar por la línea 2B. El avión está por despegar.

- Regina.

- ¡José Luis! – se gira para saludarlo - ¿Cómo estás?

- Bien, algo cansado – dice respondiendo su abrazo - Tú, ¿cómo estás?

- Pues... - se separa.

- No... - dice cuando ve su vientre abultado. Regina estaba embarazada - ¿Pero...? ¿Cómo?

- Ay, no pretendes que te explique cómo se hacen los bebés – dice un tanto divertida.

- No – ríe – quise decir, ¿cuándo?

- Bueno hermano, en un año pasan muchas cosas – palmea su hombro – de camino a tu casa te platico.


José Luis había llegado a la ciudad un domingo por la mañana, la castaña se había ofrecido a ir por él en compañía de Camilo, su pareja y padre del bebé que estaba esperando. Todo el camino lo fue poniendo al tanto de las cosas que sucedieron durante su ausencia tanto en su vida, como en la corte, de Altagracia no fue necesario pues de ella recibía actualizaciones todos los días, claro que no a detalle, pero si se enteraba de la mayor parte de los sucesos que le ocurrían, ya después él les contó de lo que fue su estadía en España.

Cuando llegó a su casa, se aguantó las inmensas ganas de buscar a Altagracia. Quería verla, escuchar su voz, abrazarla, pero se aguantaría hasta el lunes, solo se tomó el tiempo para mandar un correo avisando de su regreso y después se dedicó a acomodar todas sus pertenencias.

A la mañana siguiente despertó, tomo una ducha, se cambió y no esta demás decir que se echó media botella de perfume encima; si había algo que Altagracia amaba era su olor, siempre se lo decía y no necesariamente con palabras, a veces la sentía recostar la cabeza en su pecho con la cara sumergida en su cuello aspirando su aroma.

Después de alistarse, desayunó algo ligero y partió a la corte. Luego de verse obligado a contratar seguridad por el tema de León, decidió contratar de base a Genaro, así que, con toda la confianza del mundo, se dedicó a leer los reportes que su abogado suplente le había mandado para que estuviera al tanto de los casos que llevaría a su regreso.

Al ingresar al estacionamiento de la corte, sonrió cuando notó la camioneta de la doña estacionada en su respectivo puesto. Así que se dio prisa para subir al edificio. Al verlo llegar todos lo saludaron con una amplia sonrisa, José Luis era un abogado bastante apreciado por todos los trabajadores que laboraban en la corte, al igual que Altagracia; aunque eso implicó que se demorara más de lo deseado para subir al piso donde se encontraba su oficina.

Cuando por fin logró hacerlo, saludó a Rosy quien seguiría siendo su secretaria y asistente, después saludó a Jazmín. Lo siguiente que hizo fue respirar profundo para armarse de valor ya sea para ir a saludar a Altagracia o para ir a su oficina, lo que implicaba pasar por la de ella pues cada una estaba en contra esquina de la otra.

Decidió que era mejor ir directo a la suya, pero escuchar una carcajada provenir de la oficina de la rubia hizo que su corazón diera un vuelco de alegría y comenzara a palpitar con velocidad; velocidad que pasó a ser bradicardia cuando una segunda carcajada se escuchó, no era una risa de mujer, sino de un hombre, eso ya no le gusto y la curiosidad de instaló en su pecho.


- Jazmín, ¿sabes quién esta con la doña?

- Sí, se trata de Dionisio Mikaelson.

- ¿Dionisio?

- Sí, se ha vuelto muy amigo de la doña – dice quitada de la pena.


¿Quién era Dionisio Mikaelson?

¿Por qué Altagracia reía con él?

Miles de dudas rondaban por su cabeza. José Luis era un hombre un tanto protector, por ende, era celoso llegando a ser un poco posesivo, pero hasta el momento no sentía ningún celo, no fue así hasta el instante donde Altagracia salió de su oficina seguida por un hombre de mediana edad, tocando su cintura.

Ahí sí sintió la rabia crecer en su interior.

¿Por qué demonios Altagracia permitía que la tocara?

¿Por qué se tenían tanta confianza?

¿De qué me perdí?

Más y más preguntas llegaban a su mente, pero se sintió explotar cuando vio que la rubia se despidió de él con un cálido abrazo y para colmo él dejó un beso en la comisura de sus labios. Se dijo que ya había sido suficiente verse como estúpido ahí parado a medio pasillo sin hacer nada.


- Buenos días – se acercó interrumpiendo.

- José Luis...


Altagracia pudo sentir como su corazón dejó de latir por un instante. En ese mismo instante las barreras del tiempo y la distancia parecían disolverse. Volver a verlo fue como remover el dolor del pasado, recordándole la perdida que tuvieron y la travesía que enfrentaron, pero lejos de causarle nostalgia, le regaló paz al sentir como su corazón volvió a latir con fuerza encendiendo cada miligramo de amor que aún latía por él.

Un amor inefable que sobrevivía pues su historia aún tenía capítulos por escribir.

Fue incapaz de contener la emoción y caminó la poca distancia que los separaba; lo abrazó. Lo abrazó aferrándose a su cuello como si no existiera un mañana. El mundo pareció detenerse por un momento mientras se aferraban el uno al otro, como si estuvieran redescubriendo la seguridad y el consuelo perdido.


- ¿Cómo estás? ¿cuándo llegaste?

- Ayer por la mañana – dice colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.

- ¿Y ese milagro? – sonríe – pensé que te quedarías definitivamente en España.

- Pues ya ves – da de hombros – dicen por ahí que uno siempre vuelve a donde fue feliz.


Altagracia asintió, sus ojos reflejaban gratitud y esperanza. La tristeza del pasado de desvanecía ante la promesa de un nuevo comienzo.

¿Su amor triunfaría?

No lo sabían. De lo único que estaban seguros era de que aún se amaban, de lo demás se encargaría el tiempo. Ambos eran dos personas completamente diferentes, así que tal vez les tocaría comenzar a conocerse de nuevo.




















El que se fue a la villa...

El que se fue a la villa

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