XXIII

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UNA CONFESIÓN QUE ARDE

-¿Qué es lo que me tienes que confesar? -mi mirada se posó preocupada en Aksel, notando la tensión que se apoderaba de su rostro. Un nudo se formó en mi estómago, no eran mariposas, sino una sensación más pesada, más inquietante.

-Yo... -sus palabras apenas susurraban su intención, su voz apenas un hilo de sonido en el aire cargado de incertidumbre.

Justo en el momento en que parecía reunir el coraje para revelar lo que sea que pesaba en su mente, la puerta de la habitación se abrió con un suave chirrido automático. Dante y Esme entraron, su presencia llenando la habitación con una energía que cortaba la tensión como un cuchillo afilado.

-Fuimos a comprar algo para comer y pensamos en ustedes -la voz alegre de Dante inundó el espacio, aunque su entusiasmo pareció desvanecerse al notar la atmósfera cargada que colgaba en el aire. Sus ojos se posaron en Alex, cuya mirada ahora yacía baja, ocultando cualquier emoción bajo una máscara de contención.

-¿Interrumpimos algo? -la pregunta de Dante resonó en la habitación, cargada de una preocupación evidente.

-De hecho...

-No, no interrumpieron nada -la respuesta de Aksel fue rápida, cortando cualquier intento de contradicción que pudiera escapar de mis labios. Lo miré con reproche, pero su mirada evitó la mía, desviándose hacia algún punto fijo en la habitación, evitando confrontar lo que sea que se estaba gestando entre nosotros.

Estábamos sentados, compartiendo el almuerzo como si todo estuviera en calma, pero en mi mente bullía una conversación que no podía dejar pasar desapercibida. Cada bocado era un preludio a lo que sabía que debía abordar, una conversación que no podía terminar sin ser discutida. No podía permitir que se desvaneciera como si careciera de importancia, especialmente cuando se trataba de Aksel; su presencia significaba mucho más.

Así que decidí esperar en silencio, observando cómo cada minuto transcurría hasta que llegó el momento en que cada uno debía partir. Sin embargo, cuando todos se levantaron para marcharse, Aksel seguía a mi lado tomando un camino diferente viendo desde lejos como Esme se despedía de Dante y nosotros en otra ruta.

-¿Qué es lo que sucede contigo? -Salieron de mis labios antes de que pudiera siquiera sopesar las consecuencias de mis palabras. La sorpresa se reflejó en su rostro, sus ojos buscando los míos en un intento de comprender la súbita confrontación.

-¿De qué hablas? -Su respuesta fue rápida, pero su tono denotaba una leve incomodidad. Frenó en seco y dio media vuelta, como si el simple acto de enfrentarme pudiera disipar la tensión entre nosotros.

-¿Qué es lo que me tenías que confesar? -Mi voz se elevó un poco más, impulsada por una urgencia que no podía contener más. Lo miré fijamente, buscando cualquier indicio de lo que había estado guardando.

-No es nada importante, creo que ya es demasiado tarde, te acompaño hasta tu casa. -Cambió de tema abruptamente, como si quisiera desviar la conversación hacia terrenos más seguros.

-Me estás mintiendo. -Mis palabras fueron firmes, decididas, mientras lo sujetaba del brazo para evitar que siguiera evadiendo la situación. Necesitaba respuestas, aunque temiera lo que pudiera revelar.

-No, no te estoy mintiendo, Sasha. Hay cosas que no se pueden decir a la ligera y debes respetar eso. -Su voz sonaba tensa, como si estuviera luchando internamente entre la verdad y la reticencia a compartirla.

-Sí, me estás mintiendo en la cara. -Repetí, sin darle oportunidad de continuar con excusas o dilaciones. La frustración y la incertidumbre se arremolinaban en mi pecho, exigiendo respuestas que parecían escurrirse entre mis dedos.

Until The Last Breath ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora