XIX

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¿QUÉ ES EL SENTIR?

Cuando te encuentras frente a alguien que está completamente roto por dentro, la sensación abrumadora de impotencia puede resultar desgarradora. Te das cuenta de que no puedes ser el arquitecto de su sanación, sino más bien un artesano que comparte herramientas y materiales valiosos. Aunque tu deseo sea ser el salvador que reconstruye cada fragmento de su ser, la realidad te recuerda que la verdadera transformación solo puede ser iniciada desde el interior.

Con todo tu amor y dedicación, comprendes que la voluntad de esa persona es la llave que desencadenará el proceso de curación. Es como sostener una linterna en la oscuridad, ofreciendo luz y apoyo, pero sabiendo que la elección de caminar hacia esa luz depende exclusivamente de la persona herida. Y ahí radica la paradoja dolorosa: amar intensamente a alguien, ser testigo de su sufrimiento, y al mismo tiempo aceptar la realidad de que no puedes obligar a nadie a aceptar la ayuda que tanto anhelas brindar.

En esos momentos difíciles, te encuentras equilibrando entre el deseo apasionado de aliviar su dolor y la dura verdad de que cada paso hacia la curación debe ser dado por ellos mismos. Puedes ofrecer palabras de aliento, proporcionar un hombro comprensivo, e incluso presentar opciones para buscar ayuda profesional. Sin embargo, al final del día, te enfrentas a la cruel realidad de que no puedes forzar la voluntad de alguien a aceptar la salvación, incluso cuando esa persona es tu tesoro más preciado, tu razón de vivir.

Amar a alguien que no desea ser salvado se convierte en un viaje de aceptación dolorosa, donde aprendes a soltar, a respetar los límites de la autonomía emocional y a reconocer que cada individuo tiene su propio tiempo y camino hacia la curación. Aunque te duela profundamente verlos sufrir, te conviertes en un faro de apoyo constante, siempre dispuesto a iluminar su camino cuando decidan dar los pasos necesarios hacia la reconstrucción de sí mismos.

Pero, a veces puede ser demasiado tarde.

-¡Dan! -al ser llamado, clavó sus ojos en mí con una expresión expectante, como si ansiara una explicación inmediata-, le pregunté por sus padres -confesé mi curiosidad. Su reacción fue desconcertante; se llevó la mano al rostro, como si mi pregunta fuera un tabú inesperado. Esmeralda, en cambio, buscó refugio detrás de Dante, como si intuyera un desconcierto inminente.

Observé con creciente inquietud cómo Jostyn se precipitaba hacia Aksel, intentando detener un impulso destructivo. Sus pasos apresurados no fueron suficientes para contener a Aksel, cuya imponente figura se resistía a cualquier intento de freno. Dan, desesperado, alzó la voz en un intento desgarrador de detener la furia desatada.

-¡Aksel, basta! ¡Detente! -exclamó Dan, su voz resonando con desesperación mientras luchaba por poner fin al caos que se cernía sobre nosotros. La tensión en el aire era palpable, como si cada palabra pronunciada contuviera la clave para desentrañar el enigma que envolvía a aquel momento tumultuoso.

Después de un prolongado lapso, logré percibir a Aksel visiblemente más sosegado. Parecía que Dante le susurraba palabras al oído, mientras le daba palmadas reconfortantes en la espalda. Aunque no pude captar las palabras exactas, el efecto en Aksel fue palpable: tomó las llaves de su automóvil y abandonó el lugar. Estaba a punto de seguirlo, pero la mirada disuasiva de Dante, acompañada de un sutil movimiento negativo con la cabeza, me frenó en seco.

Mis ojos se dirigieron hacia la pared y, por suerte, no había sufrido daños significativos, salvo por la sangre que se deslizaba desde algún punto. Aksel se había lastimado los puños, una dolorosa manifestación de su desahogo emocional. Una oleada de culpa me invadió, llevándome a bajar la cabeza en un gesto de pesar. Aunque Dante me llamó desde atrás, en ese momento, no quería permanecer en aquel lugar. Así que, recogí mis pertenencias y me retiré, incluso ignorando los llamados que provenían detrás de mí. La decisión de dirigirme hacia la plaza más cercana fue impulsada por la necesidad de distanciarme, de buscar un rincón donde la tormenta emocional pudiera encontrar algún respiro.

Until The Last Breath ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora