SIETE

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Atalanta Prior

Llevaba exactamente un mes en aquel lugar, al que aún no lograba ponerle un nombre. Las cosas que sabía eran pocas, de hecho, no había descubierto absolutamente nada aparte del nombre de aquellas personas que nos escoltaban siempre. Darka les había llamado GAP, la curiosidad fue más grande que yo durante esa sesión y le pregunté el porqué del nombre.

Grupo Armado de Protección.

Esa fue su respuesta, y tenía sentido.

Karan e Ilán le daban toquecitos al cristal; hace unos días el pelinegro me había dicho que era su manera de comunicarse cuando permanecían en sus celdas. Había tratado de enseñarme, pero su manera de hablar durante ese día fue demasiado cortante y tosca como para poder concentrarme en lo que decía sin sentir que me estaba regañando.

Suspiré y me desparramé en el suelo. Las condiciones de las celdas habían mejorado, ahora teníamos camas, y podíamos comer tranquilamente dentro de ellas debido a que también teníamos una pequeña mesa de aluminio junto a una silla del mismo material.

Pero seguía prefiriendo estar en el suelo, me sentía más cómoda ahí.

Iba a volver a suspirar dramáticamente, como si eso pudiese solucionar algo, pero aquellas familiares botas blancas se posaron frente a mí. Me extrañó bastante, pues ya habíamos tenido la sesión de esa semana, ya habíamos salido al patio, nos habíamos aseado... ya todo estaba listo. No había una razón aparente para tenerlos ahí de nuevo.

Hasta que vimos otro par de crocs blancas.

Era una chica de piel oscura, cabello rizado y abundante, de cuerpo curvilíneo y delgado, su rostro era bastante atractivo si decidías ignorar el terror en sus ojos.

Parecía estar controlándose de la mejor forma, hasta que giró su mirada hasta mí. Sus ojos se agrandaron al tiempo que sus cejas se elevaban. Al parecer sabía quién era yo.

Y lo confirmé cuando sus labios articularon mi nombre.

La chica fue arrastrada por dos GAP hasta la celda que estaba a mi lado derecho. La lanzaron sin pensar en si podría hacerse daño y se retiraron. El cristal volvió a aparecer y esta se acercó gateando hacia él, para luego arrodillarse y posar ambas palmas en este.

Los ojos de Ilán solo transmitían una cosa: compasión. Aun así, el chico se limitó a observarla, con detenimiento.

Sabía lo que la chica estaba experimentando, la incertidumbre y desesperación que invadía al cuerpo, la sensación de no poder respirar bien y el pequeño gramo de esperanza al que te aferrabas.

Y ya debían faltar tres horas para que nos durmieran. Ella experimentaría por primera vez lo que traía consigo la muerte.

La chica se limitó a gritar. Desde mi celda solo podía observar como su boca se abría exageradamente y las venas de su cuello se tensaban con cada grito. Aun así, me estaba guiando por su expresión corporal, bastante obvia, pues no podía escuchar lo que salía por su boca.

Karan se impacientó y golpeó su mesa, haciéndole saber que no le gustaba ver como se retorcía y gritaba. La chica reaccionó al golpe como si pudiese escuchar el estruendo del puño de Karan impactando contra el aluminio de la mesa; así que pasó a un llanto menos expresivo.

Las próximas horas pasaron como de costumbre. Ilán estaba acurrucado en un rincón, Karan caminaba de un lado al otro, la nueva chica no paraba de llorar y yo no me había despegado del suelo.

Habíamos aprendido a contar el tiempo a la perfección, así que todos, excepto la nueva, éramos totalmente conscientes de que faltaban solo segundos para volver a dormirnos.

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