DIECIOCHO

17 3 0
                                    

Atalanta Prior

Las proyecciones habían desajustado cada pequeño aspecto en nuestras vidas, habían pasado dos días luego de la última y nadie hablaba más de lo necesario.

Tenía la mejilla pegada a una de las tantas mesas del centro de recreación, al tiempo que esperaba lo que se suponía que era el almuerzo. Mis planes eran guardar silencio, comer y pedir que me llevaran a mi celda, pero cuando Ilán se sentó a mi lado, acaparando todo mi campo de visión, supe que mis planes cambiarían.

—¿Tu cabello es pelirrojo o castaño? —inquirió, con los ojos iluminados —. A veces me confunde.

—Es castaño, ni que me diera todo el sol del mundo llegaría a ser del mismo tono que el tuyo —respondí, sin ánimos —. Tu cabello es bonito.

—El tuyo también —musitó y frunció los labios —, sé que ninguno de nosotros está del todo bien, pero tú pareces estar fatal.

Pasé de tener la mejilla apoyada en la mesa a tener la quijada sobre esta, extendí mis brazos hacia el frente y dejé de ver a Ilán, para pasar a ver la mesa del frente, la cual estaba vacía.

—La última proyección aún me persigue, y no sé por qué sigue causando tantos efectos negativos en mí —susurré, como si de un secreto se tratase. Un secreto a voces —. Sigo repitiéndome que no pasó, en realidad no pasó. No funciona.

El pelirrojo soltó un suspiro y adoptó la misma posición que yo, logré verlo por el rabillo del ojo.

—Hace unos días Darka me dijo que nuestro cerebro no es capaz de distinguir la realidad de lo imaginario, y que por eso los sueños nos afectaban tanto, dijo que...

—A mí me dijo exactamente lo mismo —espeté, volviendo a crear un incómodo silencio.

No era mi intención tratar a Ilán así, porque... vamos, es Ilán, pero ya estaba llegando al punto de no querer escuchar a nadie hablar, quería estar sola con mis pensamientos, aunque estos fuesen una total mierda.

Y sí, ahora usaba malas palabras. De todas formas íbamos a morir, tenía que experimentar.

—Sé que te sientes mal, Atalanta —musitó, al tiempo que enderezaba su espalda y dudaba entre tocarme el hombro y no hacerlo —, pero ninguno de nosotros tiene la culpa, no seas injusta con los que menos merecen injusticia.

Me giré hacia él y noté que aún tenía su mano en el aire, con la duda a su alrededor, como si de un aura se tratase. Tomé su mano y lo atraje hacia mí, para terminar fundiéndonos en un extraño y muy espontáneo abrazo.

—Creo que solo necesito dormir sin el miedo de experimentar una muerte más al siguiente día.

—Si de algo sirve, recuerda que me tendrás luego de todo eso —rió y se alejó de mí para poder verme —. No creo que vaya a otro lugar.

Lo observé detenidamente, sus ojos siempre brillaban, la comisura izquierda de su labio siempre estaba más arriba que la derecha, nunca estaba molesto o malhumorado, lo más sombrío que verías en Ilán sería una mueca de disgusto que incluso podía llegar a ser graciosa.

Era imposible pensar cosas malas de él, y en ese momento noté que el chico estaba tratando de conocerme, cuando para mí conocerlo no era tan importante. Él tenía razón, estaba siendo injusta.

—¿Quién es el responsable de que seas así? —inquirí, causando que sus ojos pasaran de estar iluminados a estar confundidos y llenos de miedo.

—¿A qué te refieres? —preguntó, con evidente inseguridad en sus ojos.

—Pues... alguien tiene que llevarse el mérito. Eres un buen chico, demasiado dulce para ser de esta generación.

El pelirrojo sonrió y desvió su mirada hacia la mesa, empezó a darle toquecitos a esta con la punta de los dedos de su mano derecha.

—La responsable es mi madre —comentó finalmente —. Es la persona más inteligente que conozco, supongo que esa inteligencia le ayudó a criarme, pero no le alcanzó para reparar lo que otros me hicieron.

Esta vez fui yo la que se mostró lo suficientemente confundida como para que él quisiera aclararme lo que acababa de decir.

—Mi experiencia en la escuela no fue buena, ni en la secundaria, mucho menos en preparatoria —Frunció su entrecejo y volvió a mirarme —. Tu misma lo has dicho, no parezco de esta generación, porque al parecer si ahora no eres hiriente no encajas. Yo nunca logré ser hiriente y nunca encajé.

Tuve que hacer una pausa para imaginar a alguien siendo malo con Ilán, me costó hacerlo. Luego no hice más que comparar su experiencia con la mía, yo era una intensa activista ambiental, pero no pasé malos ratos.

—¿Tan mal te fue?

—Podría decir que prefiero estar aquí que en medio del patio de la escuela.

Me armé de valor e hice la pregunta que había querido hacer desde hacía días.

—¿Le contarás a los demás chicos lo que sucedió con la guardia de Vesta? ¿Les dirás lo que vimos?

—No me quedan dudas de que Darka controla cada centímetro de este lugar —susurró, con la expresión más seria que había visto en su rostro —. Lo mejor es no exponernos, ni exponer a los chicos.

SMOKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora