TREINTA

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Atalanta Prior

—¿Me estás diciendo que viene un grupo de personas con tres cuerpos inconscientes y los dejas alojarse en tu maldito hotel? —preguntó Karan, perdiendo los estribos.

El chico aún vestía ese conjunto blanco que nos había dado Darka, iba descalzo y despeinado, lucía como un completo loco.

—Caballero, le pido que por favor no se dirija a mí de esa manera, creo que no lo merezco —apuntó Lidia Beckman, la dueña del hotel en el que Ilán, Karan y yo habíamos despertado, una mujer que rondaba los cincuenta años, rubia, ojos verdes y un porte demasiado intimidante.

Lo último que recordaba era aquel estacionamiento llenándose de humo negro, a Karan gritando atrocidades, a Ilán llorando desconsoladamente y a mi cuerpo cediendo al humo. Luego de eso abrí los ojos en una lujosa habitación, acostada en un sillón, me había puesto de pie y encontré a los chicos tirados en el suelo de la misma habitación.

—¡Claro que lo merece! —gritó Karan, acercándose un paso más hacia ella.

Me aproximé a donde estaban y pude sentir como Ilán me seguía de cerca.

—Karan tienes que calmarte... así no lograremos llegar a ningún lado —susurré, tomándolo por el brazo. Este se zafó de mi agarre en un movimiento brusco.

—¡Claro que logramos llegar a un lugar! —vociferó, girando hacia mí, tenía las pupilas dilatadas y las venas de su frente lucían como si fueran a estallar —. ¡Llegamos a la puta Grecia, Atalanta! ¡Llegamos muy lejos y ni sabemos cómo coño lo hemos hecho!

Di un paso atrás, él tenía razón... tenía toda la razón y yo no podía evadir la realidad.

—¿Dejaron algún tipo de información? —pregunté, dirigiéndome a Lidia —. ¿Una carta... algo?

Lidia le hizo una seña a su asistente, quien se había alejado cuando Karan soltó el primer grito. El hombre se acercó y le tendió un sobre manila, tamaño carta que estaba a reventar a Lidia, y esta me lo ofreció a mí.

Yo lo tomé y lo rasgué, con desespero.

Dinero.

Mucho dinero.

—Atrás tiene un escrito —comentó Lidia, y yo no pude esperar más para girarlo.

Tienen la increíble oportunidad de iniciar una nueva vida, no la desperdicien.

Era la letra de Darka, y supe que Ilán también la había reconocido cuando me giré hacia él.

Estaba pálido y sus manos temblaban notoriamente.

—¿Qué mierda está pasando? —preguntó, viendo fijamente mis ojos.

—Nos han dejado tirados aquí —reconoció Karan, aproximándose a nosotros, dejando a Lidia atrás.

Negué repetidas veces con la cabeza. Esto no podía estar pasando.

—No podía dejarnos en Vesta, sabemos demasiado —comentó Ilán —. Tiene sentido.

—No, Atalanta sabe demasiado y de pronto han decidido tirarnos a los aquí —comentó Karan, arrebatándome el sobre.

—Yo no decidí saber más que tú, ni que Ilán —escupí, encarándolo por quinta vez en el día —. Fácilmente pudiste haber sido tú si Darka te hubiese llamado primero a ti.

El pelinegro me observó y asintió, dándome la razón de mala gana.

—¿Qué haremos? —preguntó Ilán, con un tono cargado de esperanza. Sabía que lo único que quería el chico era descansar, pero eso no iba a ser posible. No mientras siguiéramos a la disposición de Darka.

—Sobrevivir —musité, viendo al suelo.

La mano de Ilán busco la mía, yo dejé que la tomara y disfruté del suave agarre del chico.

—Sobrevivir —se burló antes de acercarme a él y plantar un beso en mi coronilla —. Aprendí a hacer eso.

Karan soltó una carcajada.

Parecía que nuestros hombros cargaban menos peso y que podíamos reír con más frecuencia, pero los tres sabíamos que no era así, luego de todo lo que habíamos vivido, era imposible empezar a vivir de manera plena. También sabíamos que la ola no había dejado de revolcarnos y que faltaba bastante para llegar hasta la orilla.

Resistir, esa era nuestra única opción.

¿FIN?

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