DIEZ

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Atalanta Prior

La herida de Ilán parecía ser grave, pues ya la mancha en su sudadera era gigante y su rostro estaba más pálido que de costumbre.

—Estarás bien, tranquilo —susurré, mientras seguía caminando con uno de mis brazos alrededor de su torso —. Resolveremos esto.

Karan se movía mucho más rápido que nosotros, tratando de conseguir solo una puerta abierta o dañada a causa de las fallas eléctricas. Llevábamos al menos cinco minutos en eso, y lo único que habíamos conseguido era que Ilán siguiera perdiendo sangre.

—No queda ni una mísera puerta abierta —anunció, causando que el pelirrojo soltara un suspiro —. Tendremos que esperar.

Giré un poco mi cabeza y pude ver a detalle el rostro de Ilán, era pecoso, con una nariz fina y labios increíblemente rojos, era imposible pensar en que no eran apetecibles, pero más allá de eso, podías notar que tenía unas grandes ojeras, debido a las inexistentes horas de sueño sano y natural, sus pómulos lucían afilados y parecían estar cubiertos por una muy fina capa de piel, esto se debía a la mala alimentación del chico. Todo en su salud debía de estar mal, y por si fuera poco, ahora tenía una herida abierta que no podía ser atendida en ese momento y de la manera correcta.

—¿Crees que puedes sentarte? —pregunté, sin apartar mi mirada de él. Este se limitó a asentir.

Lo acerqué despacio a la pared más cercana y lo ayudé a pegar su espalda contra esta, luego él logró deslizarse hasta llegar al suelo. Me arrodillé frente a él y tomé una profunda respiración al tiempo que me observaba las manos, estaban llenas de sangre.

Sabía que no podrían atenderlo ya mismo, si es que luego de intentar escapar harían algo por él. Me abstuve de pensar tanto y me quité mi sudadera, quedando así en una blusa blanca de tirantes, como todas las prendas que usaba desde que había llegado.

—¿Qué...? —balbuceó, frunciendo el ceño —. ¿Qué haces?

Me acerqué más a él y con un leve gesto lo obligué a despegarse de la pared. Puse la sudadera a la altura de su herida y me aparté.

Justo cuando volteé mi mirada, en busca de Karan, las puertas fueron abiertas.

Varios pares de botas se movían, conduciendo una camilla. Lo único que pude observar fue mechones de una larga cabellera negra azabache colgar de la camilla.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó, quien que parecía ser una doctora, pues no vestía de blanco como todos en el lugar y en vez de un chaleco antibalas llevaba un kimono de medicina —. ¿No deberían estar en sus habitaciones?

—¿Habitaciones? —inquirió Karan con amarga diversión.

—Está herido —dije, al tiempo que señalaba a Ilán. Ella frenó en seco antes de llegar a mí y se agachó al lado del chico.

No hizo falta que examinara mucho su herida, ya había visto la gran mancha roja en la sudadera y en sus manos.

—Lleven a la chica a su habitación y asegúrense de que ellos vuelvan a las suyas —indicó, señalándonos a Karan y a mí —. Yo llevaré a Trius a emergencias.

Me puse de pie, a la espera de un GAP que me tomara como a una delincuente y me llevara de vuelta a mi celda. Karan tampoco mostró resistencia, simplemente avanzó.

Nuestros pasos eran rápidos y firmes, si miraba de soslayo a mi lado izquierdo podía ver a Karan caminar al mismo ritmo y con una dura expresión. Al regresar mi vista al frente me sorprendí. La persona que llevaban en la camilla no parecía ser de este lado del mundo, sus facciones eran bastante asiáticas como para pensar que había nacido en este país, y la verdad era que jamás la había visto.

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