VEINTE

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Atalanta Prior

Mis párpados pesaban... no solo mis párpados, todo mi cuerpo.

Era esa desagradable sensación con la que despertabas al siguiente día de una gran fiesta. Todo se sentía como una resaca.

No soportaba aquella sensación, así que me puse de pie sin pensarlo y metí mis pies en las pulcras Crocs blancas. Estiré mis brazos y me puse de puntillas, me gustaba hacerlo para recordar mis dos semanas como bailarina.

Estaba consciente de que la alarma aún no había sonado, pero lo cierto era que ya no iba a lograr quedarme dormida otra vez, así que había decidido salir de la cama unas horas antes... o minutos.

Aparté la silla de la mesa, la giré hacia el cristal del frente y me senté.

Karan seguía durmiendo al igual que Ilán, giré la cabeza hacia la izquierda, para ver a Maia, como era costumbre desde hace unas semanas.

Mi piel se erizó y un frío repulsivo se extendió en mi estómago.

Maia estaba tirada en el suelo, con las manos sobre su abdomen, desde mi posición podía ver a la perfección como sus dedos estaban tiesos y casi retorcidos, lo cual indicaba que en algún momento de la noche había sufrido un ataque de pánico o un dolor bastante fuerte. Su piel estaba pálida y su boca ligeramente abierta.

Me rehusaba a creer que estaba...

Retrocedí solo dos pasos. No podía creer lo que estaba viendo.

—Maia —musité, como si la chica pudiese escucharme a través de los benditos cristales —. Maia no... ¡Responde, por el amor de Dios!

Como era de esperar la chica no reaccionaba.

Caminé hasta el cristal que compartía con Leen y le di tres puñetazos, causando que mis nudillos se rompieran y el cristal se manchara con pequeñas chispas de sangre.

La chica se despertó desorientada y lo primero que vio fueron las chispas en el cristal. Sus ojos se abrieron en sorpresa y luego se movieron por toda mi celda.

Me esforcé en que ella entendiera lo que trataba de decir y supe que lo había logrado cuando sus ojos se desviaron hacia la celda de Maia.

Llevó su mano derecha a su boca, tapándola en un intento de reprimir un grito que de igual forma no sería escuchado por nadie más que ella.

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, y su reacción no hizo más que confirmar mis pensamientos: estaba muerta.

Como si la vida quisiera darme una cucharada de realidad, entraron seis GAP con una camilla y una bolsa blanca de plástico. No entraron caminando, como lo hacían de costumbre, se movían en un trote sincronizado.

El cristal bajó y dos de ellos entraron a la celda de Maia, la levantaron y otros dos metieron la bolsa desde sus pies, cerrándola finalmente encima de su cabeza. Solo uno de estos la llevó hasta afuera y la dejó en la camilla. Cuatro de ellos corrieron hacia el exterior del pasillo y dos más lanzaron unas bolas blancas a la celda, que estallaron en un extraño polvo blanco una vez que salieron y cerraron el cristal.

Cuando todos los GAP salieron del espacio pude ver hacia las celdas de los chicos. Se habían despertado, estaban despeinados y confundidos, pero el llanto de Leen y la bolsa donde habían metido a Maia seguro ya les había dado la respuesta que esperaban.

Nos sumimos en el ya familiar silencio de las celdas, sin saber qué hacer o qué pensar. Estábamos verdaderamente perdidos.

...

—Tal vez estaba deprimida —dijo Leen, se me hizo imposible no verla de mala forma.

—No existe muerte por simplemente tener depresión, Leen, lo que causa la muerte son las consecuencias del trastorno, como los problemas de alimentación, el mal sueño...

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