NUEVE

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Atalanta Prior

No había pasado un minuto de la desaparición de la crocs de Karan cuando humo negro empezó a salir de los árboles, de sus raíces o troncos. Era idéntico al que vimos por primera vez en las calles de Vesta, mientras festejábamos y éramos totalmente ajenos a toda esta situación.

Karan se alejó corriendo de donde estaba parado, en un intento desesperado por alejarse del humo.

—¡Mierda! —gritó al notar que por más que corriese el humo seguía expandiéndose —. ¡Muévanse!

No me movería, sabía que perdería energía y me desesperaría, tal y como lo estaba haciendo el pelinegro. De todas formas nos iba a alcanzar.

Maia, al igual que yo, estaba paralizada observando aquel fenómeno acercarse más y más, e Ilán solo movía su cabeza para poder seguir con la mirada a Karan, quien estaba a punto de llegar a las puertas.

—Karan, tienes que calmarte —le dijo, al tiempo que se aproximaba a las puertas con andar inseguro —, sabes que no nos abrirán.

—¡No pasaré de nuevo por esa mierda! —volvió a gritar, causando que mi piel se erizara. No entendía su reacción, se exponía al humo blanco tres días al mes y no reaccionaba así, ¿qué hacía a esta ocasión diferente?

El fenómeno parecía tener marcada una meta, y esta era el centro del patio. Por más que intentaba mantener la calma, había una fuerza sobrenatural que me empujaba a caminar hacia el centro y evitar el contacto con el humo. Así que tomé a Maia por el codo y la arrastré hasta el centro. Estando ahí podía ver con más detalle a los chicos y percibir más cosas, como el hecho de que Karan temblaba luego de darle golpes a las puertas, parecía realmente aterrado. Ilán por su parte, solo parecía angustiado por cómo se comportaba Karan, sus ojos demostraban su preocupación y sus intentos en vano de alejar a Karan de las puertas eran la prueba de que el chico era la persona más humana que conocía.

Pasaron unos segundos más de batalla entre los chicos y de nervios para nosotras. De un momento a otro la luz de lo que creíamos que era el sol ya no se veía, pues estábamos completamente cubiertos por aquel halo negro.

Cuando el humo parecía dejar de ser humo y pasaba a ser una extraña sustancia espesa, comencé a entender a Karan. Las náuseas que causaba el tóxico humo eran de otro mundo, mi cuerpo empezó a tener espasmos que ni bajo el esfuerzo más grande podía controlar; el no poder dejar de hacer que mi cabeza se echara violentamente hacia atrás causó pánico en mí y la manera en la que mi cuerpo encontró drenar aquella sensación fue soltar el grito más horrible y desgarrador que mis oídos habían escuchado.

Podía escuchar los gritos llenos de ira de Karan y los sollozos de Maia lo que estábamos viviendo sin dudas era digno de un relato de terror, y de nuevo fue Ilán la personificación de la luz entre la caótica oscuridad.

—Tranquilos, estaremos bien —soltó, con la voz algo temblorosa —, pasará en unos minutos, estoy seguro.

Me aferré a las palabras de Ilán como lo hice la primera vez, pero esta vez sufrí las consecuencias al instante y no un mes después. No aguanté más y dejé de luchar contra los espasmos y la sensación de debilidad, así que caí al suelo sin dejar de sufrir y esperé a que mi mente se apagara, aunque eso sucedió luego de minutos de agonía.

...

Aún sufría pequeñas secuelas de todo lo que experimenté en el patio, agregándole que me enfrentaba a un dolor de cabeza insoportable.

Sabía que había quedado inconsciente, tirada en la grama del patio, luego de eso... pues no podría explicar cómo había vuelto a mi celda y me había tumbado en la cama.

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