VEINTICINCO

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Karan Bennett

Darka era una perra, todos lo sabíamos, pero su comportamiento tras la muerte de Maia había sido algo inhumano. Por eso cuando vi el cuerpo de Leen tirado en el suelo de su celda, con un charco de sangre medio seca bajo su cabeza, sabía que lo más sano para todos era esperar una atrocidad de parte de la destornillada mujer.

Era consciente de que los chicos la pasaban tan mal como yo, por eso una ola de arrepentimiento casi me hace caer de bruces luego de lanzar el plato de comida y de que los GAP nos escoltaran de nuevo a nuestras celdas por mi mal comportamiento. Estaba tan apenado que susurré varias veces una disculpa floja y casi inaudible.

Atalanta e Ilán habían decidido ignorar mis disculpas y encerrarse en sus propios pensamientos, lo que me hizo sentir aún más imbécil.

Al llegar nuevamente a mi celda, caminé en círculos por más de un minuto, hasta sentirme lo suficientemente mareado como para seguir de pie. Me senté en la orilla de la cama, viendo hacia la celda de enfrente, que casualmente era la de Leen.

Las palabras traviesas que había dicho la chica la noche anterior, antes de sufrir, Dios sabe qué en su celda, retumbaban en mi mente. Tenía que admitir que sus gestos eran de lo más provocadores, pero ahora que sabía que su estado de salud era delicado, mi cerebro se había encargado de disfrazar esos gestos con máscaras y trajes de una ternura y estima considerablemente inesperadas.

La silueta de la indeseable mujer me sacó de mis repentinos y buenos pensamientos sobre Leen. Rodaba una maleta delante de ella con su mano izquierda, y en la derecha, con ayuda de su antebrazo, sostenía una laptop y una agenda. Tras ella apareció un hombre de la mediana edad, vestido con la misma cantidad de pulcritud: pantalones de vestir blancos, camisa azul rey y un chaleco blanco sobre este, zapatos marrón de piel, brillantes e impecables, el por su lado, traía un maletín y una pequeña caja en sus manos. Era el hombre que se había llevado a Leen.

El vidrio que nos separaba ya no era un problema, pues bajó lentamente, hasta permitirles pasar con tranquilidad a mi celda. Darka se acercó campante, despegando sus labios con gozo para empezar a hablar.

—¿Qué mierda haces aquí? —hablé antes de que ella pudiera hacerlo. Su expresión segura desapareció, siendo reemplazada por una de confusión —. ¿No te bastó con matar a Maia y a Leen?

—Leen no está muerta, Karan—aclaró ella, pero no me veía, sus ojos estaban posados en su compañero, quien estaba parado con gesto indescifrable a su lado —. Debes controlarte.

—Aún no está muerta, pero lo más seguro es que dentro de unas pocas horas lo esté, de hecho, tengo la convicción de que dentro de unos días no quedará ni uno de nosotros con vida.

—Para, Karan...

—Estás jugando con nuestras vidas, y lo sabes.

—Estoy aquí para medir tus niveles de cortisol —soltó ella, haciendo caso omiso a mis palabras —. Necesito que te calmes.

Una enfermera apareció con un carrito con varios instrumentos médicos y tubos de ensayo, cruzó en el pasillo, para entrar con éxito a mi celda.

—¿Corti qué?

—Solo necesito una muestra de saliva y una de orina, será rápido.

Mi primera opción fue voltear el maldito carrito y gritar hasta sentir que mi cráneo podría explotar. No estaba a gusto con sacar una muestra de orina en frente de tres personas, ni de saliva, simplemente no quería estar ahí y tener que obedecer. Pero ya no quedaba otra opción, sabía que el destino más seguro sería morir en manos de aquellas personas que ni siquiera habían tenido el valor de decirme sus nombres de pila.

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