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Noah

Estábamos en mi habitación, era una tarde tranquila. Bueno, al menos por el momento, ya que Liam no me había visto encerrado con su hija, Roma, en un estado lamentable. La luz tenue se filtraba por las cortinas, creando una atmósfera relajante en el espacio. Roma estaba a mi lado, con una expresión adormilada y cansada en su rostro. Sus ojos cerrados aún mostraban los rastros de su resaca, resultado de ahogar sus penas emocionales en el almuerzo con bebidas alcohólicas.

Miré hacia mis zapatillas vomitadas, que ahora estaban dentro de un balde verde con agua, y luego dirigí una mirada preocupada hacia Roma mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para hablarle. Se había quedado dormida hace un rato y aún no había encontrado el valor para decir nada o despertarla.

Me sorprendí al ver a Roma abrir los ojos lentamente. Se frotó la cara, molesta por la luz que entraba por mi enorme ventana, y dio un respingo al darse cuenta de que estaba en mi habitación en lugar de la suya. Finalmente, decidí romper el silencio y enfrentar la verdad, por más incómoda que fuera.

—Tranquila —susurré, y ella miró su cuerpo. Al ver que aún tenía ropa puesta, suspiró y yo, intentando ser gracioso, volví a abrir la boca—. No he hecho nada inapropiado contigo. No soy ningún pervertido, amiga.

Un almohadón golpeó mi cara.

—Ya lo veo —murmuró ella, mordiéndose el labio inferior, nerviosa—. ¿Puedes decirme qué hago aquí? —preguntó avergonzada, intentando arreglarse el pelo como pudo. Estaba seguro de que si le decía que la había visto roncar y vomitar durante más de media hora con baba en la comisura de la boca, ni siquiera se molestaría.

—Oh, es una buena pregunta —que en realidad no tenía respuesta, podría haberla llevado a su habitación directamente, pero por alguna razón momentánea no lo hice.

Le sonreí.

—Noah, no estoy bromeando —se tocó la sien como si le doliera mucho—. ¿Qué pasó? ¿Por qué te ríes de mí? —Sabía que estaba borracha, pero no creía que tanto como para olvidarlo todo.

Otro almohadón golpeó mi mejilla. Este sí que fue directo, señores.

—¿De verdad no lo recuerdas? —Ella, confundida, negó con la cabeza y se acercó a mí:

—No, pues... quiero decir, recuerdo bailar contigo y que ellos llegaran. Hasta ahí. Después son solo recuerdos borrosos —¿Se acordaría del beso? Ojalá que no. No pude evitar soltar una carcajada—. ¿Por qué me miras así? ¿Hablé con Owen?

Me rasqué el brazo. ¿Cómo se suponía que debía decirle todo lo que había pasado con el mayor tacto posible?

—Realmente no recuerdas nada, guapa, así que... Vaya, prepárate porque esto te sorprenderá mucho.

Ella me miró desconcertada y negó con la cabeza.

—¿De verdad no lo recuerdas? —le pregunté, y ella, confundida, negó con la cabeza y continuó—: Entonces... ¿cómo empiezo?

—Solo... ve al grano. Sin anestesia.

La observé por unos segundos mientras se apartaba un mechón de pelo de la cara, y luego me di cuenta de que debía seguir adelante.

Efectos Secundarios ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora