Noah
Roma no tardó mucho en llegar. Me salió una sonrisa simpática en el rostro cuando la vi llegar a lo lejos con un vestido floral, caminando un poco más rápido de lo habitual para no pasar por el momento incómodo en el que sientes como, efectivamente, la otra persona te analiza de arriba abajo.
Y yo era esa persona.
Sin duda, Roma era una de las personas más guapas que conocía. Me gustaba hacérselo saber a menudo.
Comenzamos a subir un tipo de colina de arena rodeada de flores coloridas. El crujir de las piedrecillas del suelo y la leve brisa de verano le daban el punto justo a la tarde que recién comenzaba. Mi mirada descansaba en el cuerpo de Roma mientras se movía para alcanzar a esa florcilla bordó con centro amarillo chillón. Cuando la consiguió, se la colocó en un mechón de pelo y me enseñó sus dientes como niña pequeña.
—¿Me queda bien? —Posó con una mano en la cintura.
Estupenda.
Divina.
Hermosa.
—Horripilante —La miré con cara de asco (en broma) y ella volteó sus ojos hacia arriba (no sé si tan en broma).
—¿Sabes que no eres gracioso?
Arrugué las cejas.
—Justo en el ego, guapa.
Se quedó viéndome por unos segundos. Cómo me gustaría saber qué era lo que pasaba por su mente cuando me miraba así, luego me decía a mi mismo «deja de fantasear con ridiculeces» y seguía con mi vida como si nada hubiera ocurrido.
En el transcurso hasta llegar al mirador, Ro me habló de lo difícil que había sido vivir en más de tres polos opuestos del mundo cada dos semanas, de los celos de su padre, de lo tanto que le gustaba estar en la isla otra vez, del miedo que le daba cometer algún error surfeando, de lo tonta que se sentía de no habernos hablado casi nada por dos años y como eso, millones de cosas más. Lo único que me parecía extraño era que en ninguna de esas veinte conversaciones alternativas había mencionado a Owen.
Esta niña no se calla un segundo.
A pesar de eso, no me molestaba. De hecho, lo disfrutaba. Era un placer oírla.
Al llegar a aquel barandal, sonrió y apoyó sus manos. Se permitió un tiempo considerable para ver cada detalle. Los nuevos colores de la casa de María Rosseta, las incontables palmeras nuevas, el nuevo mecanismo de limpieza de nuestra playa favorita y los puestos de comida rápida cerca de la arena.
—Que bonito que se ve todo desde aquí —habló ella, despacito, anonadada.
Yo, que aún seguía unos pasos más atrás, me adelanté y una vez a su lado, la miré diciendo:
—Demasiado bonito —Y por si lo dudaban, sí, lo pensé, pero al menos no cometí el error de decir aquella palabra con a al final.
—Gracias por esto —murmuró girándose hacia mí. Quise decirle que no era nada, que lo hice por verla feliz, que había sido un mínimo e insignificante detalle hasta que ella terminó su oración—: ya colaron todos en que lo de nosotros es real. Eres el puto amo, Noah. No puedo creer como se te ha ocurrido lo del camarero.
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Efectos Secundarios ©
RomanceNoah aprendió a hacer reír a Roma antes de decir "papá" por primera vez. Siempre fue consciente de la existencia de algo especial en su amistad, pero cuando se reencuentra con ella luego de dos largos años en su casa de verano, se da cuenta de que s...