"El mierdas"
Noah
Su sonrisa ya no radiaba tanta felicidad como en los últimos años que nos vimos. El brillo de sus ojos era más tenue de lo habitual, no sabía que era lo que pasaba por su mente para estar tan así: tan apagada, tan poco sensible, tan... no Roma. Hice una mueca cuando tomé su maleta, mueca que en parte era porque ella no me había respondido mi pregunta y por otro lado porque me ponía de muy malhumor pensar en que alguien podría haberle hecho algo mientras yo no estaba.
Mientras yo no estaba por dos esos largos años.
—¿No es aquí? —Eso fue lo primero y lo único que me dijo sin que yo tenga que forzar la conversación en todo el bonito camino hasta la puerta de su habitación.
—No —respondí más seco de lo que me gustaría—. Hay que subir un piso más.
La vi fingir una sonrisa y, ya que estaba, sonreí yo también para no hacerla sentir incómoda.
En el camino no pude apartar mucho la mirada de encima de ella. ¿Para qué mentir? Me daba curiosidad que había sido de Roma en esos años que no hablamos, porque claro, nuestra relación era exclusivamente de veranos; a lo largo del año solo nos llamábamos para ver cómo estábamos, para nuestros cumpleaños o hacíamos cosas básicas como enviarnos Tiktoks para pasar el rato, que por cierto, solo respondíamos con monosílabos o emojis. Nunca fui un tío muy amante de los celulares y todo ese rollo, pero por Roma lo usaba.
En cuanto a su aspecto, por lo que noté, estaba demasiado cambiada pero para bien, ¿vale? Al parecer se cortó el pelo por los hombros —le quedaba monisímo— y comenzó a utilizar prendas más escotadas, tema que no era para nada importante de aclarar, ¿no? ¿O sí? Bueno, mejor me dejo de enrrollar.
—¿Qué pasa? —cuestionó ella a la mitad del camino, algo preocupada, mirándome fijo a los ojos.
Parpadeé alguna que otra pequeña vez algo descolocado. ¿Me ha pillado viéndole el escote? Requería un poco de observación para ver las diferencias de ella con el año pasado en mi mente, no para... jolines, yo solo me meto en estas cosas con doble sentido.
—Nada, señorita perseguida —contesté como buen mentiroso de primera. Ella puso sus ojos en blanco y se mordió el labio como si me quisiera decir algo más y no se atreviera—. ¿Le puedo decir algo? —Solté la maleta de Roma y enarqué una ceja, señal de que esperaba su respuesta.
—¿Con qué me sorprenderás ahora, Noah? —habló repleta de sarcasmo.
—¿Puedo decírtelo o no? —Solo quería ir al grano.
—Que sí —dijo acompañado de un movimiento de cabeza.
Abrí la puerta de la sala de juegos. Roma me miró incrédula, perpleja, confusa, ¿todos los adjetivos que quieren dar a entender un claro "WTF"? Bueno de esos.
—La casa no tiene habitaciones de invitados en el piso número tres, idiota —le recordé.
—¿Me has hecho caminar por toda tu mansión playera solo para quejarte de mi memoria?
Solo para estar unos minutos contigo.
En el piso de arriba solo estaba el sitio de juegos nuevo que armaron mis padres el año pasado, pero yo era capaz de inventarme diecinueve sótanos y veinte escaleras más si eso me permitiera averiguar quién le había hecho tanto daño a esa chica.
—De alguna forma debía investigar qué te pasaba —salté a la defensiva, entrando su maleta a la habitación de juegos y, por alguna razón que desconozco, Roma me siguió el paso.

ESTÁS LEYENDO
Efectos Secundarios ©
RomanceNoah aprendió a hacer reír a Roma antes de decir "papá" por primera vez. Siempre fue consciente de la existencia de algo especial en su amistad, pero cuando se reencuentra con ella luego de dos largos años en su casa de verano, se da cuenta de que s...