Noah
Yo creo que dormir con ropa en verano debería ser ilegal. Tan ilegal como matar a un cachorrito o a una persona, bueno, más al cachorrito que a la persona. Por eso yo solía dormir como el de arriba me trajo al mundo con la excepción de que sí, al menos, me ponía un bóxer. No quería que nadie viera mis partes por do quier.
Esa noche me había costado horrores enormes dormir, no dejaba de pensar en la competencia y en todo lo que tenía que cumplir en los siguientes días del verano. Adelantar estudios para exámenes de la carrera, entrenar sin parar, entrenar(los) sin parar también y... claro, ser un novio ejemplar para Roma. Por todas esas razones, estuve un poco —y quizá bastante más para lo que suelo acostumbrar— inquieto.
Me movía de un lado a otro mientras sentía como una pequeña gota de sudor bajaba por mi sien. ¿Por qué sudaba tanto? Quité la transpiración con solo un desliz y cubrí mis ojos al percibir que ya era de día por aquel rayo que quemaba mi rodilla. Di vueltas en la cama buscando algún lugar más fresco por un minuto hasta que sentí como mi pecho rozaba a otra cosa igual de calurosa que yo, supuse que era el enorme peluche de dinosaurio con el que dormía desde pequeño y lo empujé, para que se cayera y se alejara de mi alcance, pero cuando recordé entre mis pensamientos de «recién me levanto, no me jodas» que lo escondí antes de que viniera Roma para no pasar vergüenza, me levanté sobresaltado.
Miré para un lado de la cama y no había nada, para el otro y... tampoco nada, entonces, ¿qué carajos estaba pasando? Yo no estaba loco. ¿O sí? Quizá todo era un mal sueño por dormir mal y ya. Estaba delirando, claro estaba.
—Maldición —escuché por lo bajo y no, tan claro al parecer no estaba.
Me arrimé hacia el piso, cuidadoso y sobretodo, cagado de miedo hasta que la vi. No les voy a mentir. Si que chillé como una niña al verla ahí y ella también lo hizo, horrorizada. Roma estaba acostada, en pijama en. Mi. Puta. Habitación. Y acababa de ser consciente de que su cuerpo era el que había tocado segundos atrás. Me dieron ganas de matarme en ese preciso instante y ni hablar de cuando vi que se estaba tocando la cabeza, irritada. «Joder, el daño que le hice. Sí que la empujé con ganas».
Me apresuré a cubrir todo mi cuerpo entre las pocas sábanas que tenía, acomodé mi melena asquerosamente desprolija y abrí mi boca, justo cuando dejé de gritar.
—¿Qué haces... tú... aquí? —susurré aquello y ella, poniéndose de pie, tuvo el instinto de cubrirse la pequeña musculosa que llevaba con sus manos extendidas, pensando lo peor.
Cerré mis ojos hinchados de la mañana para no incomodarla aunque en el fondo, el incómodo era yo. Ella no podía verme en este estado. Seguramente tenía olor fatal en la boca y como si fuera poco, el cuerpo todo sudado, repugnante, sin perfume.
—No... ¡No lo sé! —habló apurada como si de verdad no supiera que hacía allí—. Yo... pasé una noche difícil y soy sonámbula, ¿sabes? Quizá pasó eso, debí haber caminado dormida y llegar... hasta aquí, ¿no? Es decir, no hicimos nada, ¿no bebimos alcohol? No. No hubo alcohol, tengo ropa, todo está...
—Calma —murmuré, en el fondo, sin un poco de calma—. No hay problema, puedes decirme si quieres dormir conmigo por las pesadillas.
—¿Qué? No, de verdad, soy sonámbula, no era una excusa para... —bajó la cabeza al notar como se estaba pisoteando sola—: ¿De qué pesadillas hablas?

ESTÁS LEYENDO
Efectos Secundarios ©
RomanceNoah aprendió a hacer reír a Roma antes de decir "papá" por primera vez. Siempre fue consciente de la existencia de algo especial en su amistad, pero cuando se reencuentra con ella luego de dos largos años en su casa de verano, se da cuenta de que s...