Capítulo 14

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CUIDADOR DE MASCOTAS

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CUIDADOR DE MASCOTAS

HAYLEY

Fred estaba sentado junto a mí en una banca del parque. Mientras que Kira jugaba con la pelota, y vaya que se divertía demasiado.

Mi mirada se dirigió al chico de mi lado. Su cabello rebelde lo hacía lucir perfecto y el color de sus ojos le daba un complemento único.
 
Seguro Fred hacía suspirar a varias chicas del instituto.
   
Celosa.
   
Claro que no.
   
Lo estás, admítelo.
   
No admitiré una falsedad.
   
Mentirosa.
   
Suspiré, lista para iniciar una conversación.
   
—¿Te gustan las mascotas? —pregunté sin mirarlo.
   
Sabía que no respondería, y si lo hacía probablemente diría algo desagradable. Además, no era tan valiente para observarlo, después de todo lo que había pensado.
  
Cobarde.
  
Bueno, esta vez mi subconsciente tenía razón.
   
—Sí —dijo y puso los ojos en blanco, divertido.
   
Dudé un momento. Me había quedado tan sorprendida que no sabía qué decir.
  
—Guao, me preguntó por qué no estás de mal humor —comenté, burlona. 
   
Giré mi rostro para poder tener una mejor visión del chico.
   
—Tal vez porque tú estás conmigo —Esbozó media sonrisa.
   
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente y mis mejillas se tiñeron de rojo.
   
Nunca me había sentido así. Nunca.
   
¡Cálmate
   
Me dije a mí misma.
   
—Siempre tan gracioso —aseguré, sonriendo. En el fondo sentía demasiados nervios.
   
Él se giró hacia mí cuando notó que lo miraba fijamente.
   
—¿Quién dijo que es una broma? —preguntó, frunciendo el ceño.
   
«Su voz es encantadora», pensé y alejé rápidamente ese pensamiento.
   
¿Qué me sucedía hoy? ¿Acaso la presencia de Fred me hacía actuar de esta forma?
   
Debo estar demente.
   
La razón es…
   
¡Basta!.
   
—Ah…
   
Fue lo único que respondí. Mi mente estaba en blanco y todo por culpa de él.
   
—Juliette…
   
¿Cómo sabía mi segundo nombre?
   
No pudo haber estado investigando sobre mí. Era imposible de creer.
   
—No me llames así —Negué con la cabeza.
   
Aunque tenía que admitir que mi nombre, no había sonado mal en su voz.
   
¿Qué pasa conmigo?
   
«Estas ena…».
   
¡No!
   
—¿Por qué? A mí me gusta —Le sonreí de nuevo, noté el calor de mis mejillas y tragué saliva.
   
Susan estaría orgullosa de mí.
   
Recordé la conversación que había tenido con ella.
   
—¿Te gusta algún chico? —me preguntó Susan, intentando sacar conversación.
   
—No —confesé.
   
Ella estaba leyendo una revista de moda, cuando me escuchó responder, la dejó en la mesa y se sentó a mi lado.
   
—Vale, cuando te enamores y estés cerca del chico, no muestres nerviosismo —sonrió, indicando con su dedo su primer consejo.
  
Esto era lo que siempre hacía con Everly, darle consejos. Se hacía llamar: “la consejera romántica”. Sí, eso era demasiado gracioso. Realmente era pésima con los apodos.
   
—No hagas eso, Susan —murmuré.
   
No quería oír sus consejos, pero tenía que hacerlo. Ella no se rendiría, lo repetiría un millón de veces. Así que estaba obligada a escucharla.
   
¡Qué suerte la mía!
   
—Tienes qué poner atención —Me sonrió ampliamente—. Háblale como si fuera cualquier amigo tuyo —dijo, enumerando su segundo consejo—. Por ninguna razón evites a la persona y como último punto, actúa normal.
   
La miré, esta vez le seguiría el juego.
   
—Imaginemos qué realizo todo correctamente. Pero al final los nervios me ganan, ¿qué hago?
  
Quería soltar una carcajada, pero era mejor retenerla.
   
—Fácil. Respira profundamente varias veces cogiendo aire, aguántalo unos segundos y suéltalo lentamente. Eso sí, repite varias veces este paso —respondió, haciéndolo como ejemplo.
   
—Te aseguro que lo tendré en cuenta —aseguré.
   
Y esa noche la pasé riendo. Jamás olvidaré ese recuerdo.
   
Extrañaba sus ocurrencias de Susan. Era toda una reina de las bromas.
   
Este día sería memorable. Utilizaría sus consejos, qué ironía de la vida. ¿Quién diría que en algún momento me serían útiles sus recomendaciones?
   
—Pues a mí no —declaré, enseguida. Mi respiración estaba agitada, pero poco a poco volvía a ser normal.
   
Gracias “consejera romántica.”
   
Él me miró y soltó una risa.
   
—¿Qué te pasa? —pregunté, confundida.
   
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
   
—Me parece divertido como te ruborizas —respondió y noté cómo el calor invadía mis mejillas.
  
¡Respira!
   
—Sí, pero no es por ti —mentí.
   
Debo actuar normal.
  
Él alzó una ceja y se lamió el labio inferior.
   
—¿Ah, sí?
   
Fred se rio. Se vio tan tierno que no pude evitar reírme un poco con él.
   
—Claro.
   
Después de unos minutos ambos nos pusimos de pie y comenzamos a caminar por el parque. El lugar era extenso y en medio se encontraba un pequeño lago, donde se podía observar varios cisnes, y eso no era lo mejor.
   
El cielo azul se reflejaba perfectamente en el agua cristalina, dando un efecto admirable y único.
   
Las personas se acercaban a fotografiar aquello. Y quién no. Si todo era hermoso.
   
Cambié el rumbo de mi vista, Fred sujetaba cariñosamente la correa de mi pequeña Kira, lo que me pareció bastante tierno.
   
Caminamos un buen rato, hasta que pasamos por un autoservicio de helados.
   
—¿De qué sabor quieres el helado? —su voz sonó gentil.
   
Esto era raro viniendo de él.
   
—De chispas de chocolate —hablé emocionada. 
   
Amaba ese sabor de helado. Todas las tardes, después de que mi padre regresaba de su empleo, salíamos juntos al parque y degustábamos deliciosos helados.
   
Aquella época había sido especial.
   
Me concentré en el presente. Fred me pasó la correa y yo la cogí. Él era raro, primero parecía odiarme y después era amable.
   
Vaya chico.
   
Me froté las manos, nerviosa.
   
Él se acercó al mostrador y pidió dos helados, uno de mi sabor favorito y el otro de fresa.
   
—Tu helado, chispitas —dijo, mientras me tendía la mano y me daba el helado.
   
—¿Chispitas? —pregunté curiosa recibiendo un asentamiento de cabeza por parte del chico.
   
—Sí, suena genial —confesó, para luego lamer su helado.
   
Oh.
   
Te puso un apodo. ¡Qué romántico!
   
No. Lo hizo para molestarme.
   
—¡No vuelvas a llamarme así! —demandé. Oí una risita por parte de él.
   
—Oh, claro que lo haré —admitió, ladeando la cabeza.
   
—Bien, entonces yo te diré… —me quedé en silencio, pensando en algún apodo para él.— Joven cuidador de mascotas.
   
Él me miró horrorizado.
   
Genial.
   
—¡Ni lo pienses!, es horrible —me aseguró con una sonrisa malvada.
   
—Vaya que sabes cómo lastimar el ego de una persona.
   
Fred se giró hacia mí, con un brillo en los ojos.
   
—No lo sé, chispitas —bromeo.
   
—Mejor dame un dato sobre ti —le dije.
   
Sentía una inmensa curiosidad por saber más de él. Esta vez no seguiría los consejos de Susan.
   
—Me gusta el helado de fresa.
   
Cuando creí que estaba cambiando su humor, vuelve su lado hostil.
   
Grandioso.
   
Si me pidieran describirlo, diría que es sumamente raro. Así es, esas cuatro letras lo definen perfectamente.
   
—Eso ya lo sé —me quejé.
   
Era la oportunidad perfecta para saber más sobre él, y no lo desaprovecharía.
   
Modo detective. Activado.
   
—Eres molesta —farfulló, dando una lamida a su helado.
   
—Dime algo que no sepa, por ejemplo: tus aficiones, temores, no lo sé. Algo original.
   
Esta vez mi vista se dirigió a él.
   
—No me apetece —objetó.
   
Golpeé el brazo del chico cuidador de mascotas y contesté:
   
—Habla, o será una lástima despedirte —demandé con un tono autoritario.
   
Fred se echó a reír antes de que acabara de hablar.
   
—Amenazándome, jefa —se aprontó a decir el recién nombrado.
   
—Solo te estoy informando lo que puede suceder si no acatas la orden —dije, sonando como una jefa. Ahora esta situación, me causaba gracia.
   
—¿Sabes? Deberías de respetar a tus empleados —aseguró, divertido.
   
Su sonrisa se amplió, dejando a la vista sus dientes delanteros.
   
—Seguro qué encontrarás otro empleo —comenté, tratando de convencerlo para hablar.
   
—Quizás, pero no creo que mi jefa sea así de… especial —agregó Fred.
   
Me puse nerviosa de pronto, lo que desencadenó una ola de colores rojizos en mis mejillas.
   
Basta, controla las hormonas.
   
—¿A qué viene eso? —cuestioné, formulando una risa llena de nervios.
   
Mi corazón latía demasiado rápido. Aún no podía creer que él estuviera provocando esto en mí.
   
—Tal vez no me divierta tanto como lo hago contigo —pronunció esculpiendo una sonrisa.
   
El silencio fue rotundo. Fred acababa de decir algo lindo.
   
¡Por dios! No me lo podía creer.
   
Él siente algo por ti. ¡Date cuenta!
   
No molestes.
   
—¿Hablas en serio? —necesité saber, así borraba la idea de haberme vuelto loca.
   
Sus ojos se posaron sobre mí y en sus labios se dibujó una sonrisa sincera. Dio un paso hacia mí, acortando la distancia. Nuestras respiraciones se sincronizaron y tragué saliva.
   
Aléjense nervios.
   
No es buen momento para que se presenten.
   
—Jamás he estado más seguro en mi vida —confesó sin quitarme los ojos de encima.
   
Estaba a punto de desmayarme, pero no por mi falta de alimentación, sino por la emoción.
   
Trágame tierra.
   
—Yo...
   
Tragué saliva, pestañeando con nerviosismo.
   
Tranquila. 
   
—Chispitas, te daré la oportunidad de preguntarme tus dudas —añadió, alejándose de mí.
   
Agradecí internamente su acción de alejarse.
   
¡Dios, esto me rebasaba!
   
Suspiré y lo escaneé: su cabello azabache hacía juego con su camisa negra y sus ojos grises brillaban de diversión.
   
¡Qué guapísimo!
   
Bien, debo concentrarme.
   
—¿Cuáles son tus aficiones? —quise saber.
   
Nos detuvimos cerca de una banca, donde tomamos asiento. 
   
—Mirarte sin que lo notes —contestó con tanta seguridad.
   
Mis mejillas ardieron, tuve que cubrirlas con mis manos frías.
   
¿Por qué haces esto, Fred?
   
Por primera vez, me sentía algo rara. Era como una mezcla de nervios, emoción y…
   
Tal vez el último sentimiento no era real. O no sería correspondido, prefería guardarlo exclusivamente para mí.
   
—Uhm…
   
No sabía qué decir. No sabía qué hacer.
   
Respiré hondo para calmar mis nervios.
   
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz, chispitas? —inquirió, señalando mi rodilla.
   
Rayos.
   
Mi vestido verde no era tan corto, pero se distinguía perfectamente mi rodilla. Me aclaré la garganta y reajusté mi vestido, roja de vergüenza.
   
¡Bien, ahora yo soy la interrogada!
   
—Yo soy la que hace las preguntas —Froté mi frente con la mano izquierda.
   
Él se giró hacia mí y nos sostuvimos las miradas.
   
—Creo que merezco una respuesta. No puedes pedir algo a cambio cuando ni tú eres capaz de darlo.
   
Lo pensé en silencio.
   
—Bien, pero tienes que prometer que responderás mis dudas.
   
Vale, era hora de negociar.
   
—Acepto.
   
Él sonrió de medio lado y asintió.
   
Perfecto.
   
Ahora solo tenía que elegir las preguntas que más me intrigaban. Y eran bastantes. 

NOTA:

Hola, ¿Cómo están?
Les deseo una bonita semana, solecitos.
¿Qué les pareció?
Les gustaría que HAYLEY se reencontrara con sus amigas.  💖
¿Qué tal Hayley y Fred? ❤️
Dejen sus comentarios, los leo 💗.
Saluditos ❤️
✨✨✨

Mi Chica FrancesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora