Capítulo 24

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PALABRAS Y COLORES BRILLANTES

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PALABRAS Y COLORES BRILLANTES

HAYLEY

¿Alguna vez has vivido algo tan maravilloso que te hace dudar de su realidad? Eso era exactamente lo que me estaba pasando. 
   
Fred me había mencionado que tenía preparada una sorpresa para mí, y la verdad, estaba llena de emoción. Me resultaba difícil asimilarlo, aceptar que él había dedicado tiempo a planear algo especial para mí.
   
—Ya puedes abrir los ojos —anunció Fred, con un atisbo de nerviosismo que apenas podía ocultar.
   
Lentamente, elevé mis párpados, permitiendo que la luz del sol se filtrara a través de ellos. A pesar del breve escozor, mis ojos se adaptaron rápidamente.
   
Delante de mí había un gran globo aerostático. Tenía franjas grandes de color morado profundo y rosa pastel. La canasta de abajo, hecha de mimbre, lucía muy bien hecha. En el interior, había asientos suaves con almohadones bastante cómodos. Todo era fascinante.
   
Era como si estuviera inmersa en una de las muchas historias que había leído en mis libros.
   
Sonreí y subí al globo, mientras él me seguía por detrás.
   
—¿Qué te parece?
   
No pude evitar sonreír, claramente maravillada.
   
Era, sin duda, la sorpresa más increíble que nadie podría haber soñado.
   
—Es… es maravilloso —logré decir finalmente —¿cómo organizaste esto?
   
Lo miré, arrugando ligeramente el ceño en señal de curiosidad.
   
Desde el primer día que lo conocí, daba la impresión de ser un chico distante e indiferente, pero a medida que lo ibas conociendo, te mostraba que detrás de esa fachada de hielo, había un corazón cálido y una sonrisa capaz de derretir el invierno más frío.
   
—Bueno, no fue tan sencillo —dijo él, rascándose la nuca—. Tuve que pedir algunos favores, especialmente de mi abuelo. Pero sabes que haría cualquier cosa por esa sonrisa tuya. 
   
Mis mejillas se calentaron y sentí un revoloteo de mariposas en mi estómago. Él me provocaba un nerviosismo que parecía imposible de contener.
   
En ese momento, mientras el globo ascendía, recordé a mi padre. Imaginé cuánto se alegraría al verme superar la depresión día tras día.
   
Y sonreí. Por cada victoria. Por cada caída. Pero sobre todo por él. Por la persona que me había mostrado cómo encontrar belleza en la simplicidad.
   
Un recuerdo llegó a mi mente.
   
Jugaba entre las flores del jardín, cazando mariposas con risas despreocupadas, mientras que mi padre me contemplaba como si yo fuera el tesoro más preciado de su existencia.
   
—¿Papá? —lo llamé, interrumpiendo sus pensamientos.
   
Me lancé hacia él con los brazos abiertos, como un pajarillo buscando refugio.
   
—Sí, mi pequeña solecito.
  
—¿Cómo sabes cuándo estás enamorado de verdad? —pregunté, inclinando mi cabeza y mirándolo con ojos inquisitivos.
   
Él sonrió.
   
—Verás, cariño…, es algo que sientes aquí —respondió, llevando mi mano a su pecho, justo donde su corazón latía fuerte y claro—. Es como si ese corazón no solo latiera por ti, sino que también bailara, saltara de alegría y hasta cantara cuando piensa en esa persona especial.
   
Lo miré, aún más intrigada.
   
—¿De verdad, papá? ¿Un corazón puede hacer todo eso?
   
Cuestioné, tratando de comprender esas emociones tan grandes para un corazón tan pequeño.
   
—Por supuesto, cariño. Aunque nuestro corazón sea pequeñito, cuando siente amor, se vuelve muy poderoso. Es como si dentro de ti hubiera un héroe diminuto que te hace sentir fuerte y valiente, y que hace que todo sea más brillante y bonito.
   
Fruncí el ceño, pensativa, tratando de imaginar mi propio corazón haciendo piruetas y cantando canciones.
   
—¿Y eso es lo que sientes por mamá?
   
—Sí, mi solecito. Por tu mamá siento eso y mucho, mucho más. Y sabes, cada vez que la veo, siento que tengo la suerte más grande del mundo.
   
Sonreí, sintiendo una felicidad que me llenaba de pies a cabeza, sabiendo que el amor que papá sentía por mamá era el mismo amor que yo veía en los cuentos de hadas.
   
Eso suena mágico, papá. Quiero que mi corazón baile y cante algún día.
   
Mi padre asintió, su sonrisa se hizo más amplia y cálida.
   
—Y lo tendrás, mi solecito. El amor es el mayor de los tesoros, y estoy seguro de que un día encontrarás a alguien que haga bailar a tu corazón.
   
Me acurruqué contra él, convencida de que el amor era tan maravilloso y mágico como los cuentos de hadas que mamá solía leerme antes de dormir, y prometí en mi corazón que algún día, yo también encontraría a alguien que hiciera bailar y cantar a mi corazón.
   
Sacudí mi cabeza y me concentré en el presente.
   
—Eres increíble, Fred.
   
Le di un codazo juguetón.
   
—Vale, soy tu superhéroe, aunque sin capa. Pero, si me compro una, estaré al cien por cien.
   
Expresó con un tono jocoso.
   
Abrí los ojos de par en par, no pudiendo contener mi asombro divertido.
   
—Ya, pero tú le temes a las alturas, ¿no es así? —le recordé, esperando ver su reacción. 
   
En su rostro se dibujó una sonrisa que jamás había visto. Una expresión de alegría, como si todas las estrellas del cielo se hubieran alineado solo para él. Era el tipo de sonrisa que podía iluminar una habitación entera y contagiar a todos con su felicidad.
   
—Sí, pero por ti, estoy dispuesto a enfrentar cualquier vértigo. —Fred me miró con una ternura que me hizo olvidar por completo todo a mi alrededor—. A veces, los miedos son como pequeñas sombras que se desvanecen cuando encuentras a alguien dispuesto a sostener tu mano y saltar al vacío contigo. Y tú, chispitas, eres la razón por la que hoy puedo volar sin alas.
   
Amaba a Fred. Amaba cada detalle suyo, desde el pequeño lunar en su mano izquierda hasta su sonrisa resplandeciente, que parecía capturar toda la luz del día. Su cabello negro le daba un encanto de lo más interesante.
   
Pero lo que realmente destacaba era la profundidad de su mirada cuando algo le importaba de verdad. Y su risa, … Oh, su risa era como una melodía, la más dulce y hermosa que jamás se haya escuchado.
   
—¿Incluso si eso significa coger un vuelo a la otra punta del mundo? —pregunté con un tono juguetón.
   
—A la otra punta del mundo y más allá —respondió, con una sonrisa genuina—. Solo hay una condición.
   
—¿Cuál?
   
—Que sea contigo —Él apretó mi mano con suavidad—. Porque contigo, cualquier lugar se siente como en casa. Todo es mejor, todo se llena de color; mi mundo dejó de ser gris cuando entraste en él.
  
¡Oh!
    Este no era un buen momento para gritar de emoción.
   
—Vaya, eso es mucho decir para alguien que no creía en los finales felices —comenté, con una sonrisa que reflejaba mi felicidad.
   
Fred dejó escapar un suspiro.
   
—Bueno, digamos que me has hecho cambiar de opinión —declaró, y sus ojos se encontraron con los míos. —He empezado a creer en los finales felices, en que la vida puede ser un arcoíris, pero sobre todo, en el amor verdadero, el que está aquí mismo, delante de mí.
   
Oh, dios mío. Eso sí que era una confesión.
   
¡Cálmate!
   
Es imposible.
   
¡Haz un esfuerzo!
   
El chico rio, y yo lo imité.
   
—Vaya, siempre me sorprendes —confesé, mi corazón latiendo al ritmo de nuestras risas—. Nunca imaginé que aquel chico que conocí, el que siempre tenía mala cara y era tan inexpresivo, sería el mismo que me haría sentir especial —concluí con una sonrisa.
   
—Vamos, hay que reconocer que tengo lo mío.
   
—Sí, claro, lo tuyo —repetí, mi tono lleno de sarcasmo y afecto a la vez.
   
Él se acercó, reduciendo la distancia entre ambos hasta que nuestras frentes casi se tocaban.
   
—Sí, aunque aún no logro comprender que fue lo que te gustó de mí.
   
Lo miré fijamente.
   
—Tu corazón —contesté segura—. Siempre tuve la sensación de que, bajo esa fachada seria, eras dulce como el algodón de azúcar. Y no me equivoqué. Hay mucho más en ti de lo que la gente ve a simple vista, eres excepcional.
   
Él sonrió.
   
—¿Algodón de azúcar? —repitió, divertido.
   
—Así es.
   
—Pues yo prefiero que me veas como el chico que cuida mascotas, antes que cargar con ese apodo tan cursi.
   
Le lancé una mirada de pocos amigos.
   
—No seas grosero.
   
Él me dio una sonrisa ladina.
   
—Créeme, ser grosero contigo es lo último que querría.
   
El mundo pareció detenerse. Solo existíamos él y yo, y un millón de nubes infinitas que nos rodeaban.
   
—Hayley.
   
—¿Sí?
   
—Perdona.
   
Mi ceño se frunció en confusión.
   
—¿Por qué?
   
—Por esto
   
Bajó su mirada a mis labios y, con una ternura que me dejó sin aliento, me tocó la mejilla. Su mano era cálida, y el roce de sus dedos contra mi piel me hizo estremecer.
   
—Siempre supe que había algo especial en ti —afirmó, con voz baja y cargada de intenciones—. Desde que te vi por primera vez, supe que serías la luz en mi universo.
   
Apenas podía respirar. La cercanía de sus labios a los míos era como un imán. Deseaba besarlo. Pero nunca había vivido algo así, y la sola idea me hacía temblar. Sus labios se acercaron a los míos, y mi cabeza se llenó de dudas. ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si no era como él esperaba?
   
¡Tranquilízate!
   
Entonces, sucedió. Sus labios se encontraron con los míos, y en ese momento, todo lo demás dejó de importar. El beso fue como un sueño hecho realidad. Fue un beso tierno, un roce delicado. Sus labios eran suaves, sabían a fresa.
   
Era la clase de beso que se recordaría no solo por la sensación física, sino por la emoción que despertaba dentro de nosotros.
   
—¿Lo he hecho bien?
   
—¿Eh? —inquirió, confundido por mi inseguridad. 
   
—El beso —murmuré, sintiendo cómo el rubor coloreaba mis mejillas.
   
—Fue lo suficientemente bueno como para desear otro.
   
¡Ya cálmense nervios!
   
—No mientas. Sé que lo hice mal. Lo siento.
   
Él negó con la cabeza.
   
—No hay nada por lo que pedir perdón —aclaró con dulzura, sus ojos fijos en los míos—. Cada parte de ti es perfecta para mí. No te imaginas lo complicado que ha sido estar tan cerca y no poder robarte un beso antes. Te amo tal y como eres, y no hay nada que debas cambiar.
   
Lo miré sorprendida.
   
Fred era tan lindo.
   
—¿Has dicho… que me amas?
   
La sorpresa en mi voz era evidente.
   
—Por supuesto que te amo, Hayley —reafirmó, acercándose para tomar mi mano entre las suyas—. Cada vez que te veo, mi estómago hace esos saltitos ridículos, como si estuviera en una montaña rusa. Y joder, diría que no me gusta esa sensación, pero sería mentira. Porque, en realidad, adoro sentir eso. Es que tú le das sentido a todo. Cuando no estás, siento como si me faltara algo, como si el día estuviera incompleto. Y cuando estás aquí, todo encaja. Es como si mi vida fuera un rompecabezas y tú fueras esa pieza que lo completa.
   
¿Esto es un sueño? Porque juro que se siente como uno.
   
Fred Russell me estaba declarando su amor.
   
Oh, cielos. La alegría que sentía era magnífica, una emoción tan intensa y sincera que casi parecía de otro mundo. Sí, era como vivir un sueño, y no podía ser más ideal.
   
¿Cómo podía ser tan afortunada? ¿Cómo había conseguido capturar el corazón de alguien tan extraordinario como Fred?
¿Cómo podía sentirme tan completa a su lado? Mi mente buscaba respuestas, pero quizás, solo quizás, no requerían ser contestadas. Porque más allá de cualquier duda, lo que verdaderamente importaba, lo que daba sentido a todo, era el amor que compartíamos. Ese que conectaba dos almas. Dos corazones.
   
—Vaya, esto… no me lo esperaba. Ha sido una sorpresa. Aunque, bueno. Yo… es decir, tú también eres la razón por la que mi corazón se acelera. A lo mejor no tengo ni idea de qué va esto del amor, pero si tiene algo que ver contigo, entonces quizá ya esté en medio de él.
   
Sus mejillas se sonrojaron. En ese instante, tuve la idea de capturar su imagen con una cámara y conservarla como un tesoro.
   
—¿Quiero que seas parte de mi vida? Quiero viajar contigo a cada rincón del mundo, sentir la emoción de descubrir lugares nuevos a tu lado. Quiero patinar contigo, reír cuando alguno de los dos pierda el equilibrio y celebrar cada pequeña victoria. Y por supuesto, quiero enseñarte a tocar la guitarra.
   
Abrí los ojos como platos, sorprendida y emocionada.
   
—¿Aún recuerdas mis sueños?
   
Sonrió.
   
—Cada uno de ellos.
   
—¿Por qué?
   
—Porque me importas, te lo he dicho ya.
   
—Yo también recuerdo tu sueño. El único que me confiaste.
   
Él me miró directamente a los ojos.
   
—¿Te gustaría ser mi novia, mi querida y hermosa novia?
   
¡Dios mío, esto es real!
   
¡Sí!
   
¡Sí!
   
¡!
   
¡Mil veces sí!
   
—Claro que sí.
   
Sus ojos brillaron de felicidad.
   
—Te amo, Chispitas —declaró, acercándose para depositar un suave beso en mi frente.
   
—Y yo a ti, Fred Russell.
   
Y volvimos a besarnos.
   
Nos olvidamos de todo a nuestro alrededor y solo existimos nosotros.

NOTA:

Holaaaaa, solecitos ☀️
¿Cómo se encuentran? ¿Qué les ha parecido el capítulo?
Estoy feliz de actualizar.

Estoy muy emocionada. Ya esperaba este capítulo con ansias.

Bien, gracias por leer, por sus votos y comentarios. Sus palabras motivadoras significan mucho para mí.
En verdad, me siento súper feliz.
Para mí ha sido un gran reto escribir este capítulo, no solo porque los protas ya estarán juntos, sino porque en verdad me emociona bastante saber que les ha agradado lo que he escrito aquí. 💗

Soy una principiante. Entonces, habrá varios errores. Pero espero y lo disfruten bastante.

Gracias a esta plataforma, he tenido el privilegio de conocer a personas grandiosas. ❤️💖

Gracias a mis amig@s quienes han estado para mí. Las quiero. Ustedes son parte fundamental en todo esto.

Evie20211
Nathali_Kell
NereaParis15
DianaArteagaAn
MahoHeca
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lukhadesknsi
Gracias ❤️

Saluditos 💖

Mi Chica FrancesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora