Capítulo 26

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PASTELILLOS

FRED

Me encontraba en el sofá de mi habitación, reviviendo un millón de momentos que habían dejado cicatrices en mi alma. Cada uno de ellos estaba vinculado a mi padre.
   
Sí, la persona más despreciable del mundo. No solo había destrozado emocionalmente a mi madre, sino también a mí.
   
¿Cómo era posible perdonar a quien nos había hecho bastante daño?
   
Había escuchado a miles de personas opinar sobre situaciones similares. Decían que perdonar te convertía en una buena persona. Pero para mí, eso no era tan sencillo.
   
A veces, un perdón no cambia nada; solo sirve para que las personas no sientan remordimiento.
   
Todavía podía escuchar los ecos de las palabras hirientes de mi padre.
   
«No eres nadie.»
   
«Estoy cansado de ti.»
   
«Eres un error que nunca debió existir.»
   
Aquellos pensamientos se habían infiltrado hasta lo más profundo de mi alma. A veces, llegaba a creer que eran ciertos; que no merecía nada, y que no era digno de ser novio de Hayley.
   
Eso es lo que sucede cuando te repiten una y otra vez lo mismo; al final, terminas por creértelo. Llegas a un punto en el que las palabras negativas se incrustan en tu mente como espinas. Y cuando alcanzas ese límite, recuperar la seguridad en ti mismo se vuelve muy difícil. 
   
Solo puedes fingir ante los demás, mostrar un lado que no es el tuyo. Las personas solo esperan tu vulnerabilidad para dañar lo que has reconstruido con tanto esfuerzo después de haber estado roto.
   
Así como ella lo había hecho.
   
Recordaba su voz diciendo:
   
«¿Sabes que eres el único chico en mi vida?.»
    
Qué idiota fui.
   
¿Cómo pude creer esa mentira?
   
Ella era una farsante, y no le importaba nada más que a sí misma.
   
—Cariño, tienes visita.
   
La voz de mi madre resonó desde el otro lado de la puerta, acompañada de unos suaves golpecitos que interrumpieron mis pensamientos.
   
¿Quién podría ser a esta hora?
   
Aunque no era muy tarde, me sentía agotado; la noche había sido intensa y no había dormido lo suficiente. Cerré los ojos por un instante y dejé escapar un suspiro.
   
«¡Eso es lo que pasa cuando no respetas el horario!» Me recriminó mi conciencia.
   
Lo sé.
   
—Bajo en un momento —le informé, intentando sonar alegre.
   
En ocasiones, simplemente no me apetecía charlar. Pero quizás ya era hora de soltar todo eso. Por Hayley. Porque ella no merecía lidiar con un tipo con problemas y traumas. No se lo merecía.
   
Sentía que era el momento de ser más fuerte, dejar atrás el pasado y concentrarme en construir un futuro mejor, tanto para ella como para mí.
   
Suspiré y volví a la realidad, incorporándome del sofá con un estiramiento perezoso. 
   
—No te demores demasiado —advirtió mi madre antes de alejarse. 
   
Asentí con la cabeza como si ella estuviera observando mi presencia, aunque sabía que no era así, dado que ella se encontraba al otro lado.
   
Después, descendí las escaleras con rapidez. Sin embargo, al llegar a la sala, no había nadie. El timbre seguía sonando, insistente. ¿Quién podría estar esperándome?
   
Abrí la puerta lentamente, y allí estaba ella:
   
Hayley.
   
La chica más deslumbrante que había visto en mi vida.
   
No había forma de describir lo perfecta y hermosa que era, porque ninguna palabra podía capturar toda su belleza.
   
Pero si tuviera que elegir un término para simbolizar lo que sentía por ella, sería “infinito”. Porque lo que experimentaba por Hayley no tenía límites, no podía ser contenido por ninguna palabra.
   
—Hola. ¿Cómo estás? ¿Interrumpo algo? —preguntó la chica con una sonrisa nerviosa en su rostro.
   
«Mi preciosa novia.»
   
Me quedé sin palabras por un momento, sorprendido por su presencia. Luego, como si mi cuerpo tuviera voluntad propia, sonreí.
   
—Estoy bien, y no interrumpes en absoluto.
   
Ella inclinó la cabeza, estudiándome con curiosidad. Sus labios se curvaron en una sonrisa más amplia.
   
—Me alegra escucharlo. Tenía ganas de verte.
   
Mis piernas parecían no responder mientras sostenía la puerta, y mi sonrisa se amplió como un tonto. ¿Cómo podía alguien tener un efecto tan poderoso en mí?
   
—También quería verte —admití, tomando un mechón de su cabello y deslizándolo detrás de su oreja—. Por cierto, ¿ya habías llamado a la puerta? Estoy seguro de que mi madre vino a verte. ¿Por qué no entraste?
   
La miré directamente a los ojos, notando cómo sus pupilas se dilataban ligeramente. Ella se rio suavemente, un sonido que me hizo sentir como si todo estuviera bien en el mundo.
   
Como si yo estuviera bien.
   
—Sí, pero preferí esperarte a ti —confesó Hayley, bajando la mirada por un instante antes de volver a encontrarse con la mía.
   
Una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios al escuchar su respuesta.
   
—¿Así que me esperaste a mí? ¿No puedes resistirte a mis encantos? —pregunté en tono juguetón, levantando una ceja.
   
Ella sonrió y negó con la cabeza, cruzando los brazos sobre el pecho.
   
—No seas tan arrogante.
   
—¿Yo? Si tú misma dijiste que preferiste esperarme aquí en lugar de pasar a mi casa. Eso solo puede significar que me amas.
   
Ella apartó la mirada, mientras sus mejillas se ruborizaban. No pude evitar sonreír al verla así, tan genuina y encantadora. 
   
La chica llevaba un vestido color rosa que se movía ligeramente con la brisa, y en sus manos sostenía una bandeja repleta de pastelillos. Al observar detenidamente, noté algo peculiar en ellos: estaban decorados con chispitas de colores. Eran mis favoritos, pero algo me hizo dudar: su tono no era tan vibrante como de costumbre, mostraban partes en tonos café y negro. ¿Acaso Hayley había quemado los pastelillos?
   
¡Qué gracioso!
   
—¿Qué es eso? —cuestioné, señalando con mi dedo índice la bandeja mientras arqueaba una ceja.
   
—Son pastelillos —respondió ella con entusiasmo.
   
—¿De verdad?
   
Mi curiosidad iba en aumento.
   
—Sí, ¿por qué?
   
—Porque tienen un aspecto raro. No deberían tener ese tono. Normalmente, son tan coloridos y alegres —comenté, observando detenidamente los pastelillos y volviendo a notar los tonos inusuales. Al acercarme un poco más, percibí un ligero aroma a tostado.
   
Hayley mordió su labio inferior, jugueteando nerviosamente con el borde de la bandeja.
   
—Son estupendos —insistió, aunque su mirada se desvió hacia el suelo.
   
—¿Qué has hecho? ¿Los has quemado? 
   
Abrí los ojos de par en par, horrorizado. 
   
—Tal vez un poquito. Nada de que preocuparse —confesó Hayley, y su voz sonó más baja.
   
—¿Un poquito? —repliqué, divertido.
   
—Bueno, admito que los he quemado bastante. Es la primera vez que horneo pastelillos sola. Solía hacerlos con mi…
   
Hayley dejó la frase en el aire, y era evidente que se refería a su padre. No quería que se entristeciera, así que me preparé para cambiar el rumbo de la conversación.
   
—Claro —añadí con una sonrisa. —Pasa, por favor.
   
Le señalé el pasillo y, con un gesto, le indiqué que pasara primero. Hayley asintió con una sonrisa tímida y comenzó a caminar hacia el interior de la casa.
   
La seguí lentamente hasta llegar a la sala, donde la invité a tomar asiento en un cómodo sofá. Con meticulosidad, coloqué la bandeja de pastelillos recién horneados en la mesa, asegurándome de que estuvieran bien acomodados para evitar que se cayeran.
   
—¿Te gustaría probar un pastelillo? —inquirió Hayley con una sonrisa, haciendo una reverencia mientras presentaba el postre con elegancia.
   
—Bueno… yo, la verdad es que… —vacilé un momento, sin querer herir sus sentimientos. Finalmente, decidí aceptar con una leve inclinación de cabeza. —Vale.
   
Tomé el pastelillo entre mis dedos con cuidado, observando su color ligeramente tostado. Lo acerqué a mi nariz y aspiré su aroma, una mezcla de fresa y algo más que no pude identificar. Con curiosidad, le di una pequeña mordida y dejé que su esencia se desplegara en mi boca. Sentí un sabor sutilmente amargo, pero me esforcé por mantener la compostura y no arrugar la nariz.
   
Por supuesto, no sería yo quien desanimara a la chica. Al contrario, haría todo lo posible para ayudarla a mejorar. 
   
—¡Perfecto! ¿Qué tal? —cuestionó, animada.
   
La observé por un momento, notando la esperanza en sus ojos, y luego desvié la mirada hacia los pastelillos.
   
—Les falta azúcar, pero están deliciosos —mentí, intentando sonar convincente. No quería herir sus sentimientos.
   
—Qué emoción.
   
—Sí, iré a beber un vaso de agua. ¿Te apetece alguna bebida?
   
Ella sacudió la cabeza, aun sonriendo.
   
—No, gracias.
   
Me dirigí a la cocina a por un vaso de agua para contrarrestar el sabor amargo de los pastelillos. Recordé los deliciosos postres que mi madre preparaba. Con el vaso en la mano, vi los utensilios esparcidos y una idea surgió en mi mente. Al acercarme a Hayley, la vi mirando una fotografía de mi padre. No estaba listo para hablar de él, pero forcé una sonrisa y me senté a su lado en el sofá, colocando el vaso en la mesa.
   
—¿Qué te parece si preparamos juntos unos pastelillos? —propuse, tratando de desviar la conversación hacia algo más ligero.
   
—¿Lo dices en serio?
   
—Por supuesto. Sería grandioso. Un plan entre tú y yo.
   
—Me gusta la idea.
   
—Lo sé. Vamos—añadí, tomando su mano con suavidad.
   
Mientras caminábamos, sentí una oleada de felicidad. La idea de pasar tiempo juntos, haciendo algo tan simple como cocinar, me llenaba de alegría. Llegamos a la cocina y comenzamos a sacar los ingredientes. Ella se reía mientras buscaba los utensilios, y yo no podía dejar de mirarla, maravillado por lo fácil que era hacerla feliz.
   
Con ella todo era más sencillo.
   
—Oh, Hayley. ¿Qué tienes aquí? —mencioné juguetonamente, salpicándola un poco con la mezcla de pastelillos.
   
Ella abrió los ojos de par en par y, con una sonrisa traviesa, trató de esquivar la mezcla. Sin embargo, una gota aterrizó en su mejilla.
   
—¡No hagas eso! —exclamó, riendo y tratando de limpiarse la cara con el dorso de la mano, pero solo logró esparcir más la mezcla.
   
—¿Por qué no?
   
Sonreí y fingí inocencia.
  
—Es un poco infantil —respondió entre risas.
   
—¿Y esto es infantil? —dije acercándome a ella lentamente hasta que nuestros rostros estuvieron a centímetros de distancia, y la besé suavemente. El sabor dulce de sus labios me hizo sentir una oleada de ternura.
   
Ella cerró los ojos y correspondió al beso, sus manos descansando en mi pecho.
   
—Es la primera vez que alguien me roba un beso —afirmó Hayley, mientras me separaba de ella. Sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, y una sonrisa tímida se dibujaba en sus labios.
   
—Espero que no sea la última —sonreí, sintiendo una calidez en mi pecho.
   
—¿A qué te refieres exactamente?
   
Volví a sonreír.
   
—Lo que quiero decir es que me encantaría seguir robándote besos por el resto de mi vida.
   
—¿Estás flirteando conmigo?
   
—¿Lo estoy haciendo? —expresé, fingiendo inocencia mientras me acercaba un poco más.
   
—No finjas ser un tonto, Fred.
   
—Eres mi novia, está claro que incluso siendo así seguiré coqueteando contigo —dije, tomando su mano y entrelazando mis dedos con los suyos, acercándola más hacia mí.
   
—¿Tan enamorado estás de mí? —murmuró, sus ojos suavizándose mientras me miraba.
   
—Como no tienes idea —declaré, inclinándome hacia ella y rozando suavemente su nariz con la mía en un gesto cariñoso.    
   
Hayley soltó una risita y se puso de puntillas para besarme de nuevo, esta vez con más confianza. Sentí sus manos deslizarse por mi cuello, mientras yo la rodeaba con mis brazos, atrayéndola aún más cerca.
   
Podía sentir el latido de su corazón acelerarse al compás del mío. Nos separamos lentamente, nuestras frentes aún tocándose, respirando el mismo aire.
   
—¿Quién diría que podrías ser tan dulce?
   
—Nadie, solo tú tienes ese efecto en mí. Y que quede entre nosotros, ¿vale?
   
—¿Por qué?
   
—Porque no quiero que nadie descubra que la pelirroja curiosa es la debilidad del chico más guapo del mundo. Y también porque quiero que este lado de mí sea solo para ti. Algo especial que compartimos, solo nosotros dos —expuse, mirándola a los ojos con sinceridad, mientras tomaba su mano.
   
—¿De verdad?
   
—¡Qué va! —aclaré, riendo y soltando su mano para rodearla con un brazo—. Me refiero a lo primero. Quiero que todo el mundo sepa que eres mi novia. Desde que aceptaste, he querido gritarlo a los cuatro vientos.
   
—Entonces, ¿por qué no lo has hecho?
  
—Por dos razones. Primero, quiero que sea algo especial. Te mereces que todo sea especial. Y segundo, Chase quiere grabar un video para burlarse de mí.
   
—¿Chase quiere hacer eso? No lo entiendo.
   
—Él sabía desde el inicio que me gustabas. El muy tonto me tendió una trampa para descubrir la verdad.
   
—Vaya. Eso es tan inesperado.
   
—Sí. Puede llegar a ser bastante molesto, pero aun así me agrada.
   
—Eres tan lindo.
   
Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la compañía del otro. Finalmente, decidí hablar.
   
—Mañana es tu cumpleaños, ¿no es así? —inquirí, entrelazando mis dedos con los de ella.
   
—¿Cómo lo sabes? —me interrogó, arqueando una ceja mientras una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios.
   
Sonreí, disfrutando de su reacción y acariciando suavemente el dorso de su mano con mi pulgar, notando cómo su piel se erizaba ligeramente bajo mi toque.
   
—He investigado sobre ti.
   
Ella me miró, divertida.
   
—Acosador —dijo, soltando una risita y dándome un suave empujón en el hombro.
   
—Entrometida —repliqué, fingiendo indignación mientras me inclinaba hacia atrás, pero sin soltar su mano. Sentí el borde de la mesa contra mi espalda.
   
—Tonto.
   
—Ingenua —contraataqué, acercándome de nuevo y mirándola a los ojos, sintiendo cómo el mundo se desvanecía a nuestro alrededor.
   
Je t'aime —susurró.
   
Hayley sonrió, apoyando su cabeza en mi pecho.
   
—¿Qué significa? —inquirí. No tenía idea de lo que significaba. No sabía hablar francés.
   
—Significa «te amo». Te amo, Fred.
   
Mi corazón dio un vuelco. Las palabras resonaron en mi mente, llenando cada rincón de mi ser con una calidez indescriptible. La abracé con más fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.
   
Cerré los ojos por un instante, grabando ese momento en mi memoria para siempre.
   
—Me siento halagado —dije finalmente, acariciando su cabello.
   
—¿Por qué?
   
—Porque es la primera vez que te escucho hablar en francés, y me parece increíble que lo primero que hayas dicho sea que me amas.
   
Sus labios se curvaron en una sonrisa suave, y sus dedos rozaron mi mejilla, enviando una oleada de calor por todo mi cuerpo.
   
—Porque te quiero. Hace unos meses no tenía ni idea de lo que era, pero ahora lo sé.
   
—¿Qué quieres decir?
   
La miré, confundido.
   
—Lo que es amar de verdad. Lo que es sentir que alguien es tu hogar, tu refugio. Y tú eres eso para mí, Fred. Eres mi todo. 
   
Tomé su mano y la apreté suavemente.
  
—No eres la única, chispitas. Créeme.
   
—¿Ah, no?
   
Negué con la cabeza, sonriendo aún más.
   
—Claro que no. Tú también has cambiado mi vida de maneras que nunca imaginé.
   
—¿Para bien?
   
—Sí, para bien.
   
Sonreí.
   
En ese instante, me sentía el chico más feliz del mundo.
   
Todo estaba volviendo a ser tan colorido, tan brillante.
   
Quizás… después de las grandes tormentas, todo volvía a estar en tranquilidad.
   
Pero a veces, no somos conscientes de que llevamos huracanes dentro de nosotros mismos.
   
Heridas, conflictos y problemas que jamás hemos resuelto.
   
Pero que tarde o temprano se manifestarán provocando un huracán emocional fuerte.

NOTA:

HOLAAA :)

¿Cómo están? Espero que estén muy bien.
Pronto podrán leer la carta del padre de Hayley. ☺️
Estoy muy emocionada.

Gracias a todos. 🤍

Chase siempre tan divertido, ¿no lo creen?

¿Fred está tan romántico?

❤️❤️

Saluditos.


Mi Chica FrancesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora