Capítulo 19

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APRENDIZ DE MUSICA

HAYLEY

Mi padre solía decir que la música alegraba siempre los corazones. Era un tipo de arte que se podía oír, pero no ver. Y tenía razón; así era la vida. A veces, solo necesitábamos escuchar el sonido de la naturaleza, de la vida misma, porque no hacía falta ver para darnos cuenta de lo hermoso que era. Esa era la verdadera belleza de las cosas: no captar con los ojos, sino con el corazón. Como cuando escuchaba el sonido de las hojas caer, o la risa contagiosa de una persona, o el latido de un corazón.
 
Creo que así era el amor. Una melodía que teníamos que escuchar y disfrutar a lo máximo, pero a veces podía desafinarse o romperse, y eso ocasionaba golpes y sufrimiento. Pero había que amar, ya que si no, la vida sería monótona. En fin, amar era procurar, pero también era no imponer nuestro ritmo, sino armonizar con la del otro. 
   
Y la verdad era que estaba empezando a sentir bastantes cosas por Fred. Cosas inexplicables que no podía manejar.
   
No sabía exactamente que era lo que me atraía de él, pero hoy lo descubriría. En este preciso instante, me encontraba fuera de la casa de él, con las manos temblorosas y el mentón en alto.
   
Suspiré, sintiendo un nudo en el estómago. Me armé de valor y toqué el timbre. Esperé unos segundos que se me hicieron eternos. De repente, escuché el ruido de la cerradura y la puerta comenzó a abrirse, y yo quedé muerta de nervios.
   
Vale, ya estoy aquí. Así que intentaré actuar lo más normal.
   
—Ah, eres tú. Has llegado más puntual de lo esperado —dijo Fred, con voz neutra, analizándome por completo.
   
Él vestía unos vaqueros azules que combinaban con su camisa del mismo tono. Su cabello estaba desordenado como de costumbre, y algunos mechones le caían sobre la frente, dándole un aspecto rebelde. Su rostro mostraba una expresión seria, aunque de vez en cuando, se le escapaba una sonrisa que me derretía. Yo, en cambio, llevaba un vestido morado que me llegaba por debajo de las rodillas, era de una tela suave y ligera. Las mangas eran cortas, y tenía un cinturón de terciopelo ajustado en la cintura. Mi pelo estaba recogido en una coleta alta perfecta. Mi madre siempre decía que a todo lugar debía ir presentable, y la razón era que ella era apasionada de la moda.
   
—Sí, llegué veinte minutos antes. Solo no quería hacerte esperar demasiado —expliqué, intentando sonar casual.
   
Me sentía como una tonta parada en su puerta. No sabía qué decir. Lo único que tenía claro era que el chico me ponía de los nervios.
   
—De acuerdo, no me molesta. Pasa, te enseño mi casa —me invitó, abriendo más la puerta.
   
Entré en su hogar y quedé maravillada. Las decoraciones eran modernas y elegantes, había un sofá gris enorme en la sala, tenía varias macetas con plantas preciosas y bien cuidadas. Vaya que en esta casa eran unos fanáticos de la flora. Las paredes eran blancas y hacían juego con los muebles.
   
—Es increíble —comenté, intentando hacer una conversación. 
   
¡Aunque claro! Fred podía pasar de todo lo que decía, ¿no?
   
—Sí, bueno. Mi madre es la que se encarga de la decoración —expresó, cerrando la puerta.
   
—Guao, ¿tu madre es una especie de decoradora? —inquirí, observando el lugar y fijando mi vista en él.
   
—No. Ahora sígueme. Te mostraré el estudio —añadió, mientras me hacía una seña con la cabeza para que lo siguiera.
   
Con entusiasmo lo seguí por un pasillo estrecho lleno de fotografías familiares y algunas piezas de arte, seguí observando con curiosidad sin ser consciente de que habíamos llegado hasta una puerta blanca. Fred la abrió y ambos entramos, mi vista recorrió cada pequeño detalle. El estudio era espacioso, con buena iluminación y había una estantería con varios discos, posters de bandas de rock y pop, todos ordenados y en buen estado. En un rincón había una guitarra, mientras que en el centro se encontraba una mesa con unas fotografías y una planta de interior.
   
Madre mía, en esta casa sí que controlaban el orden.
   
Las paredes eran de color verde, cada una de ellas estaba decorada de diferente manera: la primera tenía un diseño fantástico, en ella se observaba un dragón enorme en una isla. La segunda parecía un mural pintado a mano, que representaba flores, animales y árboles frondosos. La tercera tenía varios marcos con fotografías de su infancia, adolescencia, amigos y familia. Se podía apreciar los viajes que suponía que había hecho, además de la felicidad y las sonrisas que observaba. Y la cuarta y última pared estaba en blanco, lo que me hizo preguntarme por qué no tenía ninguna decoración.
   
—Este es mi rincón favorito de la casa —habló Fred con indiferencia, pero yo noté cómo sus ojos destellaban un brillo que delataba su emoción. Se pasó la mano por el pelo y se apoyó en la pared.
   
Por primera vez, sentía que Fred estaba siendo honesto conmigo y eso me alegró.
   
—¿Por qué la última pared no está decorada? —pregunté, señalando con mi dedo aquello. Era la única superficie vacía en todo el estudio, lo cual era raro.
   
Suspiró.
   
—Hayley, por un día deberías dejar de hacer preguntas tontas y concentrarte… pero bueno, respondiendo a tu pregunta, es un espacio reservado para algo especial que sé que algún día sucederá. —Respondió y puso los ojos en blanco, divertido.
   
—Ah, ¿estás de broma? —cuestioné, incrédula. No podía creer que alguien con esa personalidad fría e inexpresiva tuviera algún sueño así. Era irreal.
   
Pero, en cierta forma, no lo era. Mi padre solía decir que las personas podían darnos grandes impresiones. Eran como cajas de sorpresa, escondían dentro de ellas sueños y secretos esperando ser descubiertos. A veces, incluso lo más sencillo podía ser maravilloso.
   
Y quizás, eso era Fred, una pequeña caja de secretos.
   
—¿Por qué iba a estarlo? —replicó, encogiéndose de hombros.
   
—Bueno, no tienes pinta de ser ese tipo de chico —le aseguré, mirándolo detenidamente.
   
En efecto, no lo tenía.
   
—Ya veo, me estás juzgando por mi personalidad . Nunca creí que tú eras ese tipo de chica. La que juzga simplemente por la envoltura, sin antes ver lo que alguien esconde en su interior —afirmó, frunciendo el ceño.
   
Se cruzó de brazos y se acercó a mí, reduciendo la distancia entre nosotros.
   
Rayos.
   
—No, por supuesto que no —negué, nerviosa. Sentí como se aceleraba mi corazón al tenerlo cerca.
   
¡Contrólate!, me grité internamente.
   
¿Por qué me afectas tanto, Fred?
   
—¿Sabes qué? Yo veo en ti una chica mimada, molesta y bastante curiosa —me dijo en un tono burlón, alejándose de mí.
   
¿Acaso el chico no podía dejar por un día de insultarme?
   
Esto era agotador.
   
—No seas cruel —protesté, dándole mala cara. En el fondo, me habían dolido sus palabras.
   
Sin darme cuenta, Fred, se había convertido en un torbellino capaz de desgarrarme con apenas unas palabras.
   
—Solo estoy diciendo lo que veo a simple vista, pero cuando realmente te aprecio con detenimiento, veo una chica valiente, maravillosa y pesada —agregó, mirándome a los ojos. Su mirada era profunda, lo que me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. Algo que jamás había sentido.
   
—Pesada de buena forma —añadí, tímidamente. Recordando la conversación del baile.
   
—Sí, pesada de buena forma —repitió, regalándome una sonrisa leve, pero encantadora.
   
Dios, ¿qué tenía su sonrisa que me hacía sentir tan bien?
   
—Me gusta tu sonrisa —le dije, sin pensarlo.
   
—¿Ah, sí? —me interrogó el chico, con cierta picardía en su voz.
   
Oh, no. ¿Qué acabo de decir?
   
Lo he arruinado, bien. Debo improvisar.
   
—Era broma. Eh, deberíamos c-concentrarnos —balbuceé, sonriendo torpemente.
   
Venga, no ha salido tan mal. ¿O sí?
   
—¿Broma? ¿En serio? Hasta un crío miente mejor. —Bromeo él, divertido.
   
—Sí, broma —añadí, intentando sonar convincente. Pero en el fondo, sabía que era real. Su sonrisa era perfecta.
   
—No me importa lo que tú digas. Yo se perfectamente que lo que has dicho es real. Así que no evadas las cosas.
   
¡Oh, no!
   
¿Pero…?
   
—No estoy evadiendo nada, en este caso tú estás siendo bastante arrogante por aceptar un cumplido falso —contraataqué, intentando defenderme. Pero él no se inmutó, al contrario, solamente soltó una pequeña risa melodiosa.
   
—Soy realista, chispitas. No arrogante, no confundas las cosas —expresó, con una sonrisa ladina que me hizo sonrojar. 
   
—Eres arrogante. No te hagas el listillo conmigo. Admítelo —me defendí, alzando la voz.
   
El silencio se hizo presente, hasta que el chico decidió hablar.
   
—Vale. Ya. No te enfades, solo estaba bromeando —admitió, sonriendo.
   
—Pues no me hace gracia tu broma, de hecho creo que has sido bastante grosero —le dije, ofendida.
   
—Lo siento, pero yo sí debo admitir que tu sonrisa es encantadora —aceptó, ensanchando su sonrisa.
   
Pero que… ¿Cómo se atreve a decir algo así?
   
Ambos nos quedamos en silencio, mirándonos el uno al otro. Sentía curiosidad por saber lo que en este momento estaba pensando, pero no estaba dispuesta a cuestionarlo. Así que decidí cambiar de tema, ya que era lo mejor para ambos, o bueno, para mí lo era.
   
—Me gusta este lugar, es tranquilo, ¿lo habéis decorado tú? —cuestioné, admirando las paredes llenas de arte. Me acerqué a la primera pared, y la toqué con cuidado. Sintiendo con mis dedos la pintura, era suave y rugosa al mismo tiempo.
   
—Algo así, el dragón fue idea de Chase y juntos trazamos el dibujo, el mural lo he hecho con mi madre y las fotografías las he hecho con ambos. —Explicó, siguiéndome con la mirada.
   
—Vaya. Tenéis talento —lo elogié, sonriendo.
   
Era simplemente maravilloso. Mi abuela Mireille, decía que el arte es trasmitir tu perspectiva y esencia del mundo, es crear colores, ver a través de ellos, es sentir.
   
—Supongo, aunque te confieso que trabajar con Chase ha sido horrible, me ha hecho tomar por lo menos 30 minutos de descanso. Según él, para respirar y relajar el cerebro. Además de decir bromas cada cinco minutos —aclaró, con un tono de voz de queja, pero al mismo tiempo de afecto.
   
—Me recuerda a alguien que conozco —afirmé, sentándome en un sofá pequeño.
   
—¿Ah, sí? ¿Y quién es? —me inquirió, curioso. Tomando asiento a mi lado.
   
—Everly, una amiga de Francia. Seguro que os llevaríais de maravilla.
   
La echaba de menos. Era como mi hermana, conocía cada faceta de mí, y a pesar de todo, seguía a mi lado.
   
—¿Por qué lo crees? —cuestionó, frunciendo el ceño.
   
—Porque ella es parecida a tu amigo, es amante de los descubrimientos y se la pasa leyendo enciclopedias. Además, era la prodigio de la clase, o bueno, aún lo es —expuse, recordando a mi amiga con cierta tristeza.
   
—Creo que has descrito el tipo de chica perfecta para Chase —me dijo, bromeando.
   
—Ya verás, esta semana seguro se conocerán —le aseguré, mostrándole una sonrisa inocente.
   
—¿Por qué lo dices? Vivimos bastante lejos —me recordó, confundido.
   
—Lo sé, pero el jueves es mi cumpleaños y mis amigas vendrán a celebrarlo conmigo —confesé.
   
No estaba completamente feliz, no deseaba celebrarlo sin mi padre. Sin embargo, al mismo tiempo, tenía inquietud por leer la carta.
   
—Suena bien, ¿cuántos años cumples, chispitas?
   
Después de escuchar lo último, lo miré y una sonrisa se dibujó en mis labios.
   
—No sé si debería decírtelo.
   
Mis ojos se posaron en una foto, en la que se apreciaba a Fred y Chase abrazándose. Sus rostros irradiaban felicidad, y en sus manos sostenían un trofeo. 
   
Era una fotografía que resaltaba a Fred, pero era diferente. Como si ese momento hubiese sido el más feliz de su vida.
   
—Venga, hagamos un trato. Tú me dices la edad que cumples y yo te respondo lo que sea que quieras saber.
   
Oh, rayos.
   
¿Alguien se resistiría a un trato como este? Seguro que no. 
   
—Lo que sea —repetí sin creérmelo.
   
—Lo que sea —confirmó, mirándome a los ojos.
   
Claro. Tenía curiosidad por una cosa. Por algo que parecía simple, pero a mí me generaba incertidumbre.
   
—Vale, mi cumpleaños es el diecisiete y esa es la edad que cumplo.
   
Era un buen trato, y al parecer esta vez no habría más mentiras.
   
—De acuerdo.
   
Sonreí, triunfante.
   
—Bien, ahora es mi turno. ¿Por qué dejaste de ser el capitán del equipo de fútbol?
   
—¿Jamás dejas de cuestionar lo mismo? —exclamó, frustrado.
   
—¿Quieres que te repita lo que has dicho hace unos minutos? —lo reté, molesta.
   
—Bien, tú ganas. Te lo diré —accedió, elevando las manos en señal de rendición.
   
El chico sonrió y abrió la boca, pero cuando estaba a punto de hablar, se escuchó un ruido.
    
¡Diablos! La mala suerte siempre asechándome.

NOTA:

Hola, ¿Cómo están? Espero que muy bien. Bueno, antes me gustaría disculparme por no actualizar y abandonarlos por bastante tiempo:)

He estado ocupada, y esa es la razón por la que he estado ausente por aquí.

Solo volví para publicar este capítulo.

¿Qué les pareció?

¿Ya conoceremos la verdad?

¿Habrá una fiesta? ❤️❤️

¿Qué tal la relación de Fred y Hayley?

Son tan lindos 🫶🏻

Dejen sus comentarios por aquí, sus teorías. Muchas gracias por seguir apoyándome,❤️

Saluditos💗 

Por cierto.

📌Les dejo una frase de este capítulo

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📌Les dejo una frase de este capítulo.
Bueno, ahora sí. Me despido🚀
   

Mi Chica FrancesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora