INESPERADA VISITA
HAYLEY
No podía estar sucediendo esto. Y menos ahora, cuando estaba a punto de conocer la verdad.
«Gracias por nada, destino», pensé, sarcásticamente.
Había confirmado que la mala suerte sí existía, y llevaba mi nombre destacado en su lista negra, probablemente en letras mayúsculas y resaltado en negrita. No era de las que creían en supersticiones, amuletos o astros. O al menos yo me consideraba una persona de mente racional, pero había momentos, como este, que me hacían dudar de su existencia.
Ahora me estaba volviendo paranoica. ¿Qué seguía?
Respiré hondo y dejé escapar un suspiro que mostraba desesperanza; quizás eso resumía mejor mi situación, porque la oportunidad se había desvanecido, esa única e irrepetible oportunidad. En ese momento, comprendí cómo en cuestión de minutos, lo insignificante podía tornarse decisivo.
—Si prefieres, puedes quedarte aquí. Yo iré a investigar qué sucede —sugirió Fred con una sonrisa de alivio. Sabía que para él esto había sido un milagro, una excusa perfecta o algo por el estilo. Por el simple hecho de no desear responder mis cuestionamientos.
Con un bufido de frustración, decidí seguirlo hacia la sala. Al cruzar el umbral, ambos nos detuvimos en seco, y fijamos nuestra vista en dos figuras: una era la madre de Fred, quien me miraba con escepticismo, y en ese momento, supe que ella no estaba al tanto de mi visita. A su lado se encontraba Chase, el mejor amigo de Fred, quien lucía un pantalón verde que contrastaba con una camisa blanca, y su cabello rubio estaba perfectamente peinado, sin ningún mechón fuera de lugar.
Chase nos examinó un instante, antes de romper el silencio con su voz teñida de diversión.
—Vaya, no sabía que tenías visita, Fred. Si lo hubiera sabido, me habría quedado en casa. Pero ni una llamada he recibido de parte tuya, ¿has sido bastante cruel, no crees? —bromeó el chico, lanzando una mirada cómplice hacia su amigo.
Me sentí rara protagonizando la escena, no esperaba que las cosas tomaran ese giro.
—Hayley, ¿te importaría tomar asiento en el sofá mientras converso con mi madre? —preguntó Fred, al mismo tiempo que se dirigía a la cocina.
Asentí y me deslicé en el sofá gris, que crujía bajo mi peso. Cerré los ojos por un instante, permitiéndome un respiro. Al reabrirlos, mi mirada se posó en Chase. Se mantenía erguido, con una mano descansando sobre la mesa.
—Así que tú eres la famosa chica pelirroja de Francia —dijo Chase, rompiendo el silencio con un tono juguetón.
¿Acababa de decir famosa? ¿Fred había estado hablando de mí?
«Venga ya, seguro que no. Fred no haría eso, ni en mil años.»
«Pero entonces, ¿cómo explicaría su comentario?.»
Bajé la vista al suelo y sacudí mi cabeza, intentando concentrarme en el presente.
«Vale, respira»
—Eso parece. Y tú debes ser el mejor amigo de Fred. ¿No es así? —inquirí con curiosidad, aunque ya sabía la respuesta.
—Correcto, aunque no sé si seguiré siendo su mejor amigo después de tanto tiempo sin vernos. Fred podría haber encontrado a alguien más, y en lo personal eso me dolería bastante —respondió con una voz afligida.
—Oh, no creo que Fred te haya sustituido. Pero vamos, cuéntame, ¿dónde os habéis metido todo este tiempo? —indagué, observándolo detenidamente.
Chase sostuvo mi mirada por un momento, luego se acercó con pasos lentos y tomó asiento en un sofá azul cercano.
—Durante estos últimos años, mi familia y yo nos establecimos en Canadá. Mis padres recibieron una oferta de trabajo que no podían rechazar. Fueron dos años intensos, llenos de nieve, siropes de arce y la presencia constante de osos en la naturaleza y a lo largo de las carreteras. Pero hace poco, por razones personales, decidieron que era hora de regresar a Melbourne. Y, sinceramente, volver ha sido como respirar de nuevo el aire que me vio crecer. Estoy convencido de que mis padres hicieron lo correcto. ¿Sabes? La vida tiene esa peculiaridad, suele llevarnos por caminos inesperados solo para traernos de vuelta al lugar donde todo comenzó —explicó, sonriendo.
—En verdad, eso suena de maravilla, ¿no? —pregunté, intentando mantener la conversación. Parecía que, a diferencia de Fred, Chase no tenía esa tendencia a ser malhumorado. Me sentí aliviada por dentro; era un respiro estar en presencia de alguien con un temperamento más ligero. No me veía con fuerzas para lidiar con dos personas tan intensas.
Sin embargo, pensando en Fred, sabía que haría cualquier cosa por él.
Fred Russell. Aquel chico se había infiltrado en mi corazón.
Y lo había hecho sin esforzarse demasiado. Porque así era el amor, te atrapaba de repente, sin previo aviso, y cuando menos lo esperabas, ya estabas completamente enamorado. Quizás, solo quizás, yo también estaba enamorada.
—Definitivamente, pero también me enseñó a valorar lo que tengo, especialmente mi amistad con Fred. Aprendí a no dar nada por sentado; la vida puede dar giros inesperados en cualquier momento. Y a veces, aquellos cambios no suelen ser los mejores.
—Guao, eso fue profundo —expresé, asintiendo con la cabeza. Estaba de acuerdo con él; la vida a menudo nos presenta situaciones tan repentinas de las cuales aún no estamos listos para enfrentar. Pero así es la vida, tan imprevista.
Un silencio reflexivo se instaló entre nosotros. Hasta que el chico decidió retomar la charla.
—Entonces, Hayley, ¿alguna vez has jugado al videojuego ese… cómo se llama…? ¿“Una galaxia interminable”? —preguntó con un brillo travieso en los ojos.
Me reí y negué con la cabeza.
—No, nunca he sido muy buena con los videojuegos. ¿Ese es el que más te gusta? —me atreví a preguntar, esbozando una sonrisa. Aunque no era una experta, conocía algunos juegos gracias a Everly, quien era una verdadera fanática, y siempre lograba convencerme para qué jugara con ella.
Chase asintió con entusiasmo.
—¡Es genial! Pero claro, Fred siempre se lleva la victoria. Debe ser porque no tiene nada mejor que hacer que practicar todo el día, o porque aún no se ha conseguido una novia —dijo, lanzando una mirada burlona hacia la cocina donde Fred había desaparecido.
Sonreí, divertida.
El chico era realmente gracioso.
—Eh, ¿te has dado cuenta de que Fred no puede oírnos, cierto? —pregunté, siguiendo su juego.
Chase se inclinó hacia adelante, con una sonrisa cómplice.
—Por supuesto, pero eso es lo divertido. Cuando vuelva, fingiré que esto nunca pasó, y espero lo mismo de tu parte —comentó, guiñándome un ojo.
No pude contener una sonrisa ante la travesura de Chase.
—Eres gracioso —le dije, entre risas.
—Soy un encanto. ¿A qué sí?
—Sin duda.
El chico se inclinó hacia delante una vez más, adoptando una seriedad fingida que contrastaba con el brillo divertido de sus ojos. Parecía un crío a punto de jugarle una broma a alguien.
—¿Te gustaría saber un secreto? —interrogó, con un tono conspirativo.
—Vale, espero que sea algo que merezca la pena —añadí, compartiendo el mismo tono que había utilizado.
—Oh, verás que sí. Se trata de Fred, a él le encantan los cupcakes de fresa con chispitas de colores. ¿Puedes creerlo? Con chispitas y todo. Son sus preferidos. Esa es mi táctica infalible para convencerlo de jugar unas partidas. ¿No es genial? —afirmó, ensanchando su sonrisa.
—Creo que eres un genio —agregué, apreciando su humor ligero.
Él se encogió de hombros con un atisbo de orgullo.
—Bueno, tengo mis momentos de brillantez como todos —replicó, imitando una voz engreída que me hizo soltar una carcajada.
—Grandioso, ¿y has hecho alguna travesura que involucre a Fred? —pregunté, con cierta intriga.
—Por supuesto, una vez, cuando teníamos doce años, convencí a Fred para ir a la biblioteca que está justo al lado del parque. Al principio no estaba muy feliz, pero nada que unos cupcakes no pudieran arreglar. ¿Lo puedes creer? El poder de los postres. Así que allá fuimos, cada uno eligió un libro, el uno de fantasía y yo uno de terror. Cuando llegamos al mostrador, la bibliotecaria nos echó una mirada y, con una sonrisa alegre, nos soltó: “Vaya, estos sí que son libros de aventuras, pero lo siento, Fred, no puedo dejarte llevar este ejemplar. Eres un niño demasiado travieso e inquieto” —explicó, recordando la escena. Mientras yo ponía toda mi atención en él.
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Mi Chica Francesa
Teen FictionHayley Dufour es risueña, fuerte y simpática. Fred Russell es frío, misterioso e inexpresivo. Ella vive en Francia, y ha seguido adelante después de la trágica muerte de su padre. Él ha crecido con su madre en Melbourne, siempre soñó con...