DESCUIDOS Y CAIDAS
HAYLEY
Las clases habían finalizado.
Salí del aula y me dirigí al estacionamiento. Encendí el móvil y me quedé abismada en el. Sin darme cuenta, tropecé con un chico.
¡No, esto no podía estar pasando! Me dije a mí misma.
Esto se estaba convirtiendo en el peor día de clases de mi vida, mejor dicho de mi existencia. La faz de la tierra me odiaba. El universo entero conspiraba contra mí. Lo único que pedía era un día tranquilo, pero claro, mi mala suerte siempre me acompañaba.
Estaba encima de un chico y lo peor era que estábamos muy cerca, tenía el cabello rubio como el trigo, ojos verdes que me miraban intensamente. Mis mejillas se sonrojaron. Rápidamente, me puse de pie, nerviosa. Y di unos cuantos pasos hacia atrás.
—Discúlpame.... Lo siento —lo miré fijamente.
—Descuida, pero si me lo permites podría darte un consejo. Debes tener cuidado al recorrer los pasillos —habló con una voz suave y amable.
—Así que te dedicas a dar consejos —bromeé.
El chico río
—No, pero contigo me pareció obligatorio hacerlo —admitió, y por primera vez una sonrisa genuina se formó en mi rostro.
—Entonces debo ser privilegiada —le dije, divertida.
—Eso creo —murmuró.— No me parece haberte visto antes —Frunció sus cejas mientras me miraba.
—Soy nueva en el instituto —Respondí sin ánimos.
Si que tenía razón la frase «A veces las circunstancias pueden causar que uno se percate de la existencia de alguien más.»
Solemos notar a las personas cuando nos vemos envueltos en algún problema o situación que nos enlaza. Esto era un claro ejemplo de ello.
—Oh, vaya, entonces debería presentarme, soy Ryan Carpenter. ¿Y tú damisela?
Me eché a reír cuando escuché lo último.
—Mucho gusto, soy Hayley Dufour —le tendí la mano a modo de saludo.
—El gusto es mío, damisela. —Sostuvo mi mano por unos segundos.
—Me recuerdas a alguien que también es un desastre poniendo apodos.
Era la verdad. Él y Susan ganarían el concurso de «los peores apodos del mundo.»
—De verdad. ¿Soy yo o estás tratando de restarle importancia a lo malo que soy respecto a los apelativos?
Su voz sonó jocosa.
—Jamás haría algo así —le di una sonrisa.
—Está bien. ¿Te gustaría almorzar mañana con algunos amigos? —agregó mientras se formaba una sonrisa en sus labios.
—Claro, me encantaría —dije, nerviosa.
—Será una bienvenida para ti—añadió, mientras se alejaba por los pasillos del instituto. Por un momento me quedé de pie atónita, asimilando lo que había pasado. Después de todo era mi primer día en estas instalaciones, no tenía amigos, así que tal vez consideraría su invitación.
«¿Qué podría salir mal?» Pensé mientras caminaba y me ponía los auriculares para escuchar música.
Estaba tan atenta a la melodía que había olvidado llamar a mi madre. Sin dudarlo, cogí mi teléfono y marqué su número. Al tercer tono ya me estaba respondiendo.
—Cariño, ¿sigues en el instituto?
—Sí ¿Puedes venir a buscarme?
—Lo haría, pero no puedo cariño. Con el traslado del estudio a este surgió un problema y tengo que resolverlo. ¿Podrías volver a casa con el autobús?
—Está bien —dudé.
—Nos vemos, cielo. Te quiero
—Si, mamá —colgué y metí el móvil en el bolsillo de la falda.
Me quedé sentada en un banco que estaba justo en la estación de autobuses, los minutos pasaron y no había rastro de ningún bus. Hasta que por fin uno se aproximaba. Se estacionó frente a mí y subí deprisa.
★★★
Soledad.
La palabra usada para referirse a un estado en el cual te sientes sola y triste.
En el transcurso de mi vida he escuchado decir a muchas personas que la soledad es lo peor que puede ocurrirle a alguien. Pero, más allá de la definición que se ha supuesto por años, existen personas quienes creen que para poder estimar o valorar, tenemos que pasar por ella. Perder para apreciar. Así es, una simple frase que conlleva una gran realidad.
Los seres humanos somos personas conscientes e inteligentes, pero a veces solemos ser tan arrogantes que pensamos que el mundo está a nuestros pies y que podemos manipularlo a nuestra conveniencia.
Sin embargo, la vida es enigmática.
La casa se sentía nostálgica, mi madre no había regresado de su trabajo. Por lo que estuve un buen rato leyendo un libro de fantasía.
Escuché el timbre sonar repetidas veces ¿Quién podría ser? Si mi madre conservaba las llaves o probablemente las había olvidado.
Salí del dormitorio y baje las escaleras apresuradamente. Abrí la puerta y apareció quien menos me esperaba. Maldije a la casualidad.
—Hola, ¿necesitas algo?
Pregunté, baje la mirada y vi que sostenía una charola que contenía varias galletas con chispas de chocolate. Percibía el olor, olía delicioso.
Estaba vestido con una camisa azul que marcaba sus músculos, unos vaqueros y zapatos negros.
—Hola.— Era la primera vez que escuchaba su voz. Era ronca e incluso sonaba hermosa —Mi madre horneo galletas para ti y tu madre —Me tendió la bandeja, la tomé y lo observé por unos milisegundos.
—Gracias, que amable de su parte —agradecí con una voz dulce.
—Tengo que volver a casa, adiós.
Se dio media vuelta y comenzó a caminar, hasta que lo perdí de vista.
Esto era raro, como si por alguna razón el chico estuviese evitando algo o mejor dicho alguien.
No podía comprender lo que él me hacía sentir. Era una intriga, de eso estaba segura, pero, y si estaba equivocada.
NOTA:
¿Qué les pareció?.
Es un poco breve el capítulo, pero hay un nuevo personaje:)📌Les dejo una pequeña frase que más adelante nos hará conocer Fred en un capítulo.
Saluditos✨
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Mi Chica Francesa
Teen FictionHayley Dufour es risueña, fuerte y simpática. Fred Russell es frío, misterioso e inexpresivo. Ella vive en Francia, y ha seguido adelante después de la trágica muerte de su padre. Él ha crecido con su madre en Melbourne, siempre soñó con...