9. El café de la vergüenza

170 36 4
                                    

De repente pierdo la noción del tiempo.

Mi visión se ha oscurecido y siento mucho frío, lo que me hace dudar de mi supervivencia. Creo que sigo sentada en el baño, pero estoy tan alterada que por momentos me confundo y alucino con que estoy en mi casa.

Las imágenes de lo que viví vuelven a mi mente y, acto seguido, también mi memoria a corto plazo regresa a su función, lo que me trae de nuevo a la preparatoria. Me esfuerzo, pero mi primer intento falla. Así, me doy cuenta de que no puedo levantarme porque puedo caerme y golpearme. Es increíble, pero he perdido el control de mis piernas.

Ahora más congelada, mis huesos parecen estar a punto de romperse a falta de calor en mi cuerpo que comienza a sacudirse. Los temblores son más fuertes que los que había tenido antes. No sé qué me pasa. Tampoco el aire tiene intenciones de ingresar a mis pulmones. Lo único que se me ocurre es que estoy por morir. Sin embargo, algo sucede cuando poso mi mano entre mi garganta y mi pecho.

Y la taquicardia disminuye...

No me lo creo. He tocado la medalla de mi collar y ya me siento mejor.

Cuando siento que otra vez estoy por desmejorar, logro con mucha dificultad levantar mis manos y las llevo directo a ella. Así, la paz empieza a regresar a mí. Y, claro, no tendría que sorprenderme tanto, porque es lo único que me une a papá. De modo que creo que he encontrado mi "ancla".

Yo era un tanto pequeña cuando él perdió su vida en un evento tan trágico como misterioso justo en este estado de América. Se supone que yo nunca tenía que saberlo y aun así sucedió lo contrario porque, por mis propios medios, pude confirmar que tuvo un accidente y que luego se prendió fuego... Sus semanas finales las pasó discutiendo con mi madre por cuestiones que desconozco y que tampoco quisiera enterarme, pero no puedo negar todo el esfuerzo que hizo para que yo no estuviera mal. Nunca me faltó su cariño, a diferencia de ella que es más fría, y por eso su ausencia continúa carcomiéndome el alma. ¿Cómo iba a imaginar que esta cadena iba a ser el último regalo que recibiría de él, antes de partir rumbo a la muerte?

Según me contó al momento de entregármela, esta pieza de metal es una reliquia familiar antiquísima, como lo delata la oscuridad que va opacando la plata. De hecho, pertenecía a su abuela Hannah, quien a su vez la heredó de otras generaciones y que, por cierto, también murió en un incendio. También me dijo que esta joya contiene un grabado enigmático, como me aseveraron una vez, ya que se trataría de patrones geométricos antiguos.

Tampoco comprendo nada de eso (con suerte recuerdo tales detalles repletos de palabras raras), pero lo cierto es que me ha calmado del todo. Con la cabeza fría, medito otros segundos más y al fin me pongo de pie, lo que me permite caminar y arribar al lavabo que me despierta un poco más con su agua fresca.

Por lo pronto, mi meta es regresar a clase causando el menor alboroto posible. Después de todo, no es mi culpa ya que no puedo controlar nada de esto. Además, tengo muchas incógnitas todavía y un sinfín de problemas por resolver, pero eliminar a Blake de la faz del planeta no es algo que yo desee hacer. Es decir, él tiene que desaparecer, aunque no de una forma que implique convertirme en una asesina porque no soy eso y me parece horrible y maligno.

Si la licantropía existe, lo mismo debería suceder con algún artilugio o hechizo que pueda ponerle fin. Y, no, tampoco me gusta esa idea. Seguro hay mucha gente que ama a Blake de verdad, como su familia, por lo que todo esto implicaría para una parte u otra un gran sufrimiento. ¿Qué hay que hacer? Yo misma podría... amar a Blake. Y eso me deprime de la forma más espantosa que puede haber, puesto que no solo estoy confundida sino también ante un dilema que pretende convertirse en una de las pruebas más grandes que pudo colocarme el destino.

Plenilunio: Luna del Lobo [FINALISTA WATTYS 2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora