Capítulo 27

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IZAN


Desde el día de la presa, cuando tuve aquel breve encuentro con Andoni en el bar, nuestro tonteo disimulado no ha hecho más que avivarse. El Ibarra deportista no deja de provocarme la famosa dermatitis, le basta con guiñarme un ojo disimuladamente, rozarme más de lo necesario al pasar, hacer manitas bajo el agua de la piscina...

El rollo «romance prohibido» tiene su puntito.

Con cada interacción brotan chispas y el hecho de que haya venido en mi busca para estar a solas al fin, inunda de electricidad estática la estancia.

—¿Todo bien? —pregunto con cierto temblor, saboteado por mis propias palpitaciones.

Él recorta la distancia, le indico que se acomode a mi izquierda y el muslo me arde cuando lo acaricia dejándose caer al lado.

—Todo bien. ¿Y tú?

Su visita me tiene confuso, así que explica:

—Me preocupaba que te hubieses torcido el tobillo o...

—Ah, qué va. Mi tobillo está perfectamente.

—Genial, aunque veo que sigues sin saber dar patadas —vacila.

Le pego un golpe recostándome en él, tentado por la idea de desplomarme encima. Pero me comporto. Más o menos:

—¿Ya no te da miedo que nos pillen juntos o qué?

—Bueno, tan solo estoy comprobando que mi amigo se encuentra bien.

Menuda hostia me acaba de dar con el término «amigo». Mínimo debería ser su proyecto de novio, ¿no? Me dan ganas de atizarle con el calcetín, y Andoni debe notar el cabreo porque, incómodo, se vuelve a poner en pie.

Deambula por el cuarto mientras yo termino de calzarme, hasta que lo pillo hurgando en los trastos que tengo sobre la mesilla.

—¿Qué pasa? —Me yergo.

—Tío, pues que... —Me muestra mi peculiar llavero—: ¿Es una polla?

Se me salen los ojos, salto en su dirección aún con los cordones desanudados y se lo quito.

—¡Claro que no! —Corrijo—: Es el dedo de E.T. el extraterrestre.

Escéptico, repite:

—Es una polla.

—¡Que no! ¡Es un dedo! Y muy útil además.

Lo zarandeo y se enciende, hace de linterna.

—¿Lo ves?

—Uau, sí —se mofa—. Una chorra mágica.

—Joder. ¿Cuántos años tienes?

—Suficientes para saber que eso no es un dedo. ¡Mira, pásamelo!

—Y una mierda.

Lo intenta recuperar, yo me resisto y forcejeamos.

Tiro en mi dirección con tanto ímpetu que lo arrastro hasta rodar por la cama, y Andoni termina encima de mí, con nuestras manos entrelazadas a la altura de la clavícula, mientras sostenemos el miembro luminoso.

—Qué repelús. —Lo echa a un lado.

Provocándome una carcajada.

—¿A un chulo como tú le asustan los aliens?

—Si me apuntan con su cipote intergaláctico, sí.

Vuelvo a reír, hasta rendirme y dejar que Andoni me aplaste, mientras me rodea con sus fuertes brazos.

El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora