Capítulo 62

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- 44 días para el segundo muerto -


ELENA


Lentamente, el sol se asoma por el horizonte. Él también querrá decir adiós. Han sido tantas las mañanas apreciando los amaneceres, que cuesta tomar conciencia de que nunca más despertaré en este palacio. No volveré a contemplar cómo su paisaje se tiñe de rojo.

Cierro la maleta con todas mis pertenencias dentro y me siento en la cama, de espaldas a la luz, frente a mi sombra extendida a lo largo del cuarto. Al agachar la vista, mis mocasines resplandecen. Los he cepillado casi tanto como me he lavado las manos. Porque estoy inquieta, dándole vueltas a mi plan para protegernos. Lourdes se encargará de tenernos a salvo; nos cuidará a todos nosotros, por la cuenta que le trae...

Saco la hoja que llevo doblada en el bolsillo del pecho, la leo con suma atención y solo aparto la vista de esta cuando me llaman desde el pasillo. La devuelvo a mi pechera y camino a abrir la puerta. De lo que me arrepiento de inmediato. Es Mikel. Trato de dar un portazo pero su pie me lo impide. Lleva las botas del jardín. ¿Habrán cavado la tumba? Dios, es todo tan insólito.

—Elena, por favor...

Abro y le bloqueo el paso.

—Márchate. Ya.

Coge aire, su cuerpo se ensancha bajo una fina camisa de color beige, y separa levemente las piernas. No va a moverse de aquí.

—Dame un minuto —ruega—. No más. Has oído a Gabriel y a Lourdes. Dame la oportunidad a mí también.

Durante varios segundos, ni siquiera pestañeo.

Él tampoco. Su mueca se ha congelado en una tenue expresión de súplica.

Solo se despetrifica para cuestionar:

—¿Acaso lo del otro día no significó nada?

Mis ojos salen de órbita y debo alejarme para no perder los papeles.

—Elena, eh. —Viene detrás.

A ver con qué más me sorprende. Tal vez diga algo que me sea útil en un posible juicio contra la familia, porque desearía verlos entre rejas.

—Lo siento mucho, en serio.

—¿Qué es lo que sientes exactamente?

Estamos en el centro del dormitorio.

—Siento haber participado en esta farsa. Lo hice porque se lo debía a Gabriel.

—¿A Gabriel? ¿Por qué?

—Porque lo mandé al hospital. El tropiezo con el explosivo, fue culpa mía.

—¡Fue suya! —sentencio—. Por implicarte. Se lo merecía.

—Elena, tu abuelo estuvo a punto de perder la vida —me recuerda, como si no lo supiese, como si no hubiese acudido despavorida al hospital cuando lo ingresaron—. Todo por un error que yo cometí. Debía pagar por ello.

Me cruzo de brazos.

—Pagar —repito—. Y yo era tu moneda de cambio, ¿no?

—En absoluto.

—¿Ah, no? ¿No lo pagaste accediendo a engañarme?

—No —corrige al instante—. A lo que accedí fue a cumplir el último deseo de Gabriel. Que consistía en conducirte a la verdad.

—¡Y a tu cama! —grito estridente—. ¿Acostarte conmigo era parte del plan?

Pronunciarlo me ha causado una punzada en el vientre, que me dificulta mantenerme firme.

—Joder, no... Tú me gustas.

—Lo que te gusta es tenerme controlada. Por eso eras tan amable conmigo. ¡Me manipulabas! Querías que sintiera algo por ti, para moldearme a tu antojo. Te estabas asegurando de que no os denunciara.

—Elena, estás equivocada.

—¡Lo he estado! —puntualizo—. Durante muchas semanas, ya no.

Da un paso adelante y me obliga a alzar el mentón para mirarlo.

—Te lo juro —susurra—. Lo nuestro ha sido real. No sé cómo demostrarlo.

No voy a ceder lo más mínimo.

—Mikel, has tenido semanas para demostrarlo. Pero te ha faltado valor. Si lo único que te impedía contarme la verdad era tu familia, deberías haberte enfrentado a ellos. Haberlo hecho por mí.

—Lo sé. Soy un traidor. Un mentiroso. Pero no con mis sentimientos —insiste.

Aprieta la mandíbula y su cuerpo se tensa.

—Elena, cuando empecé a sentir me asusté, quise frenarlo y...

—¿Te asustaste porque ponía en riesgo el plan?

—¡Me asusté porque sabía que después de todo te irías! —Recorta aún más la distancia y juraría que está a punto de romperse—. Mierda, es lo que va a pasar, ¿no? Voy a perderte.

Verlo al límite me conmueve, pero no pienso derramar ni una sola lágrima por él. No después de todo.

—Mikel, tú me perdiste cuando me convenciste de que me quedara en el palacio.

Me distancio, tiene los ojos enrojecidos.

—Elena, en serio. Ojalá pudiera echar atrás en el tiempo.

—Pues sí —coincido—. Ojalá nuestra historia hubiese terminado en el funeral. Ojalá no hubiese venido al palacio nunca.

Mikel separa sutilmente sus labios; y no dice nada.

Porque no encuentra palabras.

Esto le ha hecho daño.

Lo sé porque paso por su lado y no se gira.

Me voy y tampoco reacciona.

No me sigue.

Había muchos posibles finales para nuestra historia.

Este era el más predecible.

Y aún así, también el que más duele. 


El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora