ELENA
Media hora es el tiempo que ha estado Lourdes, encerrada con sus nietos y el cadáver de César. A nosotros nos ha dejado en el salón de la cabaña, bajo la vigilancia de su asistente —un hombre delgado pero fuerte llamado Federico—; y con Max, a quien tratan como si fuera un cero a la izquierda. Puede que por ello sea tan capullo.
Tras el íntimo velatorio que han improvisado, Lourdes se digna a saludarnos. A distancia. Sin el más mínimo contacto. Ni siquiera visual, ya que lleva unas gafas negras que le cubren media cara. Debo admitir que sería injusto relacionar esta frialdad a su auténtico ser. Entiendo que enterarse de que su nieta postiza y sus amigos han provocado un paro cardiaco a uno de los suyos, no es plato de buen gusto.
En un sofá con forma de «L», nos hemos reunido todos, salvo Federico. Se ha retrasado al preparar un vaso de vodka para la jefa, tan sedienta que se lo habría bebido de un trago de no ser por los comedidos llantos que la obligan a parar.
Al terminar, pide otro y Federico se lo recarga.
Apaciguada por el alcohol, al fin se dispone a arrancar.
—Tendréis muchas cuestiones.
Es tan obvio que nos mantenemos mudos.
—Todo se aclarará. Pero no voy a ser yo quien os lo explique —se escaquea.
—Pues deberías —ataco—. Qué menos que dar la cara.
Lourdes se quita las gafas, como si interpretara el reproche en el sentido literal, y se aparta un par de mechones castaños de su húmedo rostro.
—Querida..., las explicaciones te las dará tu abuelo.
Ahora sí que predomina el silencio, el que ni siquiera yo me atrevo a desafiar.
Lourdes hace un gesto de aprobación a Federico, él enciende la televisión y lanza contenido desde una tableta que llevaba en su maletín. La pantalla parpadea y en el centro, mi abuelo nos recibe. Está incómodo, pese a ser en diferido. Es una grabación.
—Hola, Elena. —Se acaricia la frente y suspira—. No sé por dónde empezar.
Sus manos temblorosas sostienen un simple folio como si se tratara de una losa pesada. En él habrá un guión, aunque tener un esquema con los puntos a citar no te garantiza desenvolverte, más cuando te diriges a tu nieta, a la que vas a presentar el mayor engaño de tu vida.
—Pequeña, te quiero —expresa antes que nada—. Debes saberlo...
¿Su estrategia consiste en apelar a la clemencia? Porque funciona. Me conmueve y he bajado la guardia, por ello me descoloca tanto la intervención de Izan:
—Es la frase que escuché en la presa...
Federico le da al pause.
—Sí —contesta Mikel—. La cosa se estaba poniendo fea, Elena ya sabía que el cuadro de las amapolas podía ser el robado y Lourdes nos mandó el vídeo por si había que ponerlo con urgencia. Andoni lo recibió y lo reprodujo lejos del grupo, no contaba con que tú estuvieses vomitando entre arbustos.
A mí todo ello no me importa. Por duro que sea no quiero distraerme. Lo único que debo hacer es prestar atención a la pantalla cuando Federico reanuda la grabación.
—Una vez he manifestado lo que siento hacia ti, mi querida nieta, puedo proceder. Si estás viendo esto, es que he fallecido. Me habría gustado hablar contigo en persona, pero ya es imposible. Aun así, te mereces conocer la verdad. Habrás averiguado muchas cosas por ti sola, lo sé. Parte del plan era dejar florecer tu faceta detectivesca, la que tanto disfruta con las tramas de Agatha Christie... Pero probablemente aún queden muchos flecos sueltos. Vamos a resolverlos.
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El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)
Teen FictionLAS COSAS DE PALACIO VAN DESPACIO... HASTA QUE EL AMOR LES OBLIGA A DESVELAR SUS SECRETOS. Elena no soporta la nueva familia de su abuelo, pero cuando este fallece, un último deseo lo cambia todo. Debe pasar las vacaciones de verano con ellos. Desde...