Capítulo 63

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IZAN


No me hace falta dar media vuelta para saber que quien acaba de entrar es Andoni. Finjo estar distraído haciendo pelotillas con mis calcetines, a pesar del martilleo que se aviva en mi interior. Andoni tiene un andar lento, chulesco, que hoy también es cauto. Sabe que voy a rechazar su compañía y, pese a ello, aquí está. Justo a mis espaldas.

—Recuerdo tu primer día en el palacio —comenta—. Te pillé instalándote y querías saber si mi trabajo era atenderos.

—Fue una broma, no soy imbécil —le respondo—. Aunque entonces sí que era bastante inocente. «Inocente...» —repito, y doy media vuelta—. No creo que ahora un juez me declarase como tal.

Andoni se remueve, nervioso.

—Tú no eres el culpable de lo de César. Tú eres otra víctima en todo esto.

—Pues no me siento así.

César ha dejado de respirar al toparse conmigo. Si yo no hubiese estado allí, él seguiría con vida. Es imposible que no me culpe de la tragedia.

—Izan... —me llama—. No te machaques.

Niego con la cabeza y vuelvo a lo mío.

Tengo un montón de ropa interior que enredar y encestar en la maleta que he abierto sobre la cama. La mayoría de estos lanzamientos fracasan, solo que esta vez no por mi torpeza, sino por el agobio. Mi respiración se ha vuelto pesada y tengo la vista borrosa por culpa de la humedad en mis ojos.

—¿Andoni, te puedes ir? —lo echo—. Sería un detalle.

—Vale, pero antes hay algo que quiero decirte.

—Dale, podré soportar otra mala noticia.

—No es eso. Es que...

Carraspea, con vigor.

—Max y yo no estamos liados —declara—. Ya no. Hace mucho que no.

Frunzo el ceño y me giro de nuevo para atenderlo.

—Anoche fui a su cuarto porque el tío no paraba de acosarme y debía dejarle las cosas claras —me explica—. Por eso estaba allí.

—¿De madrugada?

—Cuando se puso más pesado.

Hago un mohín.

—¿Te he dicho que ya no soy tan inocente, no?

—Hey, no es trola. Lourdes te lo confirmará.

—¿Hablas de tus ligues con tu abuela?

—Ella se entera de todo, ya lo sabes. Nos vigila con lupa y sobre todo a Max. Le dan miedo sus reacciones, son muy impredecibles.

—¿Tanto como para matarnos? Antes habéis insinuado que sería capaz.

—Bueno, es que sois los únicos con motivos para delatarnos... Tú encima le has quitado al chico que le gusta, y no es que el chaval tenga muchos candidatos estando aquí encerrado. Es normal que te tenga rabia.

—¿Estás justificando que me quiera asesinar?

—Hostia, no —espeta—. Solo digo que es una situación difícil.

No me convence y Andoni se desespera.

—Venga... Sabes que me cuesta expresarme.

—Pues tampoco hace falta que lo hagas —se lo pongo fácil—. ¿Crees que es momento de hablar de amantes? Todavía tengo la imagen de César grabada en la retina. Parpadeo y lo veo, desplomado en el baño, tan pálido como los azulejos... —Me estremezco—. Dios, es que ahora mismo, me da absolutamente igual lo que haya pasado entre Max y tú.

—Ya, bueno...

Se truena los dedos, inseguro.

—No he venido solo por eso.

—¿Y por qué? ¿Te da miedo que me chive a la poli? —deduzco—. Pues estate tranquilo. No lo haré.

—¡Tío, no! ¿Tan egoísta me ves? Iría a la puta cárcel si con eso me perdonases. —Se lleva ambas manos a la parte superior de la cabeza y resopla—. Lo que pasa es que no soporto verte así, joder.

Lo comprendo. Apenas logro no venirme abajo.

Para mí tampoco es sencillo ver cómo lo nuestro se desmorona.

Pero no hay nada que sus lamentos puedan solucionar.

—Me has fallado —le recrimino.

—¡Porque no tuve elección! —Su respiración se acelera pero mantiene el tipo—. La familia no se elige, Izan. Lo que sí puedo elegir es con quién disfrutar de mis días y, créeme... Quiero que sea contigo.

Aprieto los labios, me alejo y mis piernas se detienen al chocar contra la cama.

Por mucho que me vaya a costar, tengo que darle una respuesta.

—Vale, Andoni. Pero yo no siento lo mismo —le miento, porque es mejor así.

—Izan, sé que sí.

—No. Ya no.

Su expresión cambia de golpe y mis palabras salen antes de que pueda detenerlas:

—Después de esto, no quiero volver a veros. A ninguno.

Sus ojos se entrecierran.

—Vamos, no me jodas...

—Lo siento —repito.

Este da un paso al frente, lo paro al posar mi palma en su pecho, y el tiempo parece ralentizarse para nosotros. Es como si me ofreciera replantearme mi decisión, la cual es inamovible.

—Lo siento —mascullo una vez más.

Él asiente y retrocede.

Sin siquiera despedirse, descarga la rabia asestando un golpe contra el marco de la puerta, y se larga.

Me deja lidiando con el vacío que se acaba de crear en mí.

Un vacío que mi mente llena con recuerdos de momentos vividos en este puto palacio, y también..., con la pertubradora imagen de César.



*****

Ya está el siguiente capítulo ;)


El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora