Capítulo 57

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ELENA


A mis oídos llega el estallido de un objeto de cristal, originado sobre mi cabeza. El techo retumba y me saca de la lectura de la carpeta; la que contiene información con la que resolver el ambiguo misterio de las amapolas. Hay un folio concreto que tiene todo lo que necesito, así que lo pliego hasta hacerlo pequeño y poder guardarlo en el bolsillo del pecho de mi blusa. Luego presto atención al ruido, que se ha originado sobre la sección de las esculturas.

Paso entre los muebles y me acerco al lugar.

Desde aquí, también descubro una voz familiar.

Mierda, es la de Izan. Y también está Rosa.

Me temía que dejarlos a solas no fuese una buena idea pero no los veía capaces de colarse de nuevo, no después de haber conocido la dimensión del fraude de los Ibarra y de haber vivido el inquietante momento del sótano.

No obstante, nada de esto los ha retenido y ahora ambos están en peligro.

Y en gran medida, es por mi culpa.

—Joder.

Subo por las escaleras y voy totalmente indefensa, así que hago una parada en la cocina para empuñar un cuchillo con el que poder defenderme en caso de ser necesario. Seguido regreso al pasillo donde hay dos puertas abiertas, lo que ya de por sí es extraño. Atemorizada, me dirijo a una de ellas, de la que provienen los sollozos, y antes de que me plantee echarme atrás, irrumpo en la habitación.

—Dios...

Un sonido metálico hace vibrar mis tímpanos, y esta vez, ha sido causado por el improvisado puñal. Este se me ha escurrido de entre los dedos al presenciar la escena. Me ha dejado conmocionada.

Están mis amigos, acompañados, no solo por un muerto, sino también por otros dos jóvenes a los que mi mente no sabe cómo situar en el lugar.

No comprendo nada.

Lo único que tengo claro es que hay un cadáver, al que solo puedo ver los pies porque la otra mitad del cuerpo se oculta en lo que intuyo que es un baño.

Con el corazón desbocado, recorto la distancia.

Voy dando pequeños pasos y me fijo en mis amigos. Ambos están desolados. Izan ni siquiera me mira. Permanece hecho un ovillo y no deja de llorar.

Por increíble que sea, junto a la cama, también están Andoni y Max: el trabajador que vino a por nosotros a la presa. Sus caras no expresan el mismo pavor, pero si miedo. Aunque más que por el cadáver, por mí.

Llego a la entrada del servicio y, lentamente, doy un giro de noventa grados.

Hasta que me quedo totalmente inmóvil.

Trato de asimilar lo que veo, pero es imposible.

—Qué... habéis... ¿¡¿hecho?!?



El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora