Capítulo 20

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Es el primer domingo que estoy aquí y realmente estoy emocionada. Llegué media hora antes, ya que quiero ver mi uniforme.

—Buenos días, vaya que si te gusta madrugar.

—Buenos días, señor Fransis.

verdes; las líneas son blancas del borde, un cinturón negro y el pantalón es azul. Después de atravesar el portal, pude ver mi reflejo en un espejo y, al verme el uniforme, solo me sentía gorda; no se me veía nada bien.

—¿Cómo está tu padre?

—Bien.

—Me alegro, y espero que tengas un excelente entrenamiento.

—Sí, gracias.

—Y me saludas, Arturo. —Le sonreí antes de irme al segundo piso.

Al llegar a la habitación, tome el paquete que contiene mi uniforme. Es curioso los colores. Me dejé la blusa de tirantes abajo, me puse la camisa de manga larga azulada; la tela es delgada, pero cómoda. Los pantalones también son del mismo color, se ajustan a mi cuerpo; parece como si fuera al gimnasio. Hay otras prendas, pero no sé cómo va esto. Lo malo es que no está Olivia, así que tendré que averiguarlo cómo va esto.

Después de un rato supe cómo va esto, o al menos eso creo, ya que esta prenda de color verde oscuro y los bordes negros, me gusta que los bordes sean negros. La parte de arriba parece un chaleco, ya que no tiene mangas, tiene un cuello alto y, como la tela de atrás es larga, me llega debajo de la rodilla, casi como el pantalón, la parte de enfrente y atrás, y tiene un cinturón que cubre casi toda mi cintura, de color guinda oscuro. Me recordó a unas chicas que vi; se parece, solo que, en vez de este tono verde, el de ella es blanco, el cinturón negro como su pantalón, aunque el de ella es holgado hasta los tobillos. 

Cuando me vi al espejo y ver cómo se me ve, me sentí insegura por mi cuerpo; además, se podían ver los rasguños en mi pierna, provocados por el gato de mi mamá. Detestó que me agarre como su juguete. Luego de cruzar el portal, vi a Arturo con una enorme sonrisa; creo que es la primera vez que lo veo sonreír así.

—Buenos días, Sara.

—Buenos días, señor Arturo.

—Ya te dije, solo dime Arturo.

—Sí, perdón.

—Ah, por cierto, te traje algo. —Me entregó un paquete color café. —Espero y te gusten.

Al abrirlos, son unos tenis; ahora sé por qué me pregunto qué clase de tenis me gustaban. Pero además hay otra cosa, se ve algo blanco, parece algodón de azúcar.

—Gracias, están muy bonitos.

—Me alegro. —Arturo tomó ese pedazo de algodón. —Póntelos; yo te ayudaré a ponerte esto; son de un avambrazo y están son greba, aunque no son de metal como ves. Estos te ayudarán a que te circule mejor la sangre; además, te ayudarán si llegas a congelarte. No estaban listos, son especiales, te ayudarán, y con este frío te servirán aún más, y son cómodos.

Los tenis son todos negros, y la parte de arriba me cubre los tobillos; la suela es un poco gruesa a lo que estoy acostumbrada a usar. Son cómodos. El avambrazo que me puso se siente bien en mi brazo. Están calientitos, tienen unas tiras café algo delgadas.

—Estos de aquí no solo son accesorios, te ayudarán si tienen alguna herida; estos actúan para que no tengan una herida más grave. Además, no son fáciles de romper, si intentan lastimarte.

Las grebas son iguales, parecen más calentonas. Me alegro de que me cubran mis piernas, así no me avergonzaré de mis piernas.

—¿Cómo te hiciste esas heridas?

Yumbrel: nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora