CAPÍTULO 1

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CHIARA


El olor a sangre revuelto con la pólvora llega directo a mis fosas nasales, mi respiración agitada comienza a fallar, a medida que corro, el aire falta en mis pulmones, las gotas de sudor combinado con las gotas de sangre, bañan por mi cuerpo completo.

Mis sentidos están en total alerta, cualquier movimiento del viento sobre de las ramas de los árboles o cualquier sonido proveniente del bosque, me pone alerta.

Mi padre siempre me ha dicho que al momento de cazar, tus sentidos son la mejor defensa y arma contra el enemigo. Aunque mis ojos estén vendados, puedo sentir cuantos son, a qué distancia están y en qué dirección se mueven.

—Confía en tus instintos Chiara —dice mi padre por el intercomunicador —sigue tus sentido mi tesoro.

El primer movimiento, el que ha estado más cerca que nunca, aparece a toda prisa por mi espalda, pero mis reflejos ya esperaban el ataque. Logro ir al suelo antes que el filo del cuchillo atraviese mis cuello, enredo mis piernas entre las de mi atacante y me pongo de pie antes de que me ataque estando derribada.

Sin darle tiempo a reaccionar, mi arma es disparada; un arma diseñada especialmente para mi, y podría jurar que fue directo a su pecho, a su corazón para ser exacta.

Más movimiento a mi alrededor me hace identificar a tres tipos, corro en dirección a uno de ellos, al sentir que estoy muy cerca, mi estatura me ayuda al momento de deslizarme entre sus piernas y pasar cortando una de ella con mi cuchillo. Me levanto enseguida y lo clavo en su espalda.

El siguiente me toma un poco desprevenida, patea mi cuchillo haciéndolo volar por el aire, pero en seguida saco una pequeña daga que ensarto en su brazo, rasgándolo hasta que llega a su muñeca.

—Bien hecho pequeña, pero...

Me giro a toda prisa cayendo sobre una de mis rodillas, lanzando mi daga ciento cincuenta grados al noreste, directo a su garganta.

—Excelente, tesoro, puedes quitarte la venda —dice mi padre apareciendo entre los árboles.

Me quito la venda y me cuesta un poco enfocar mientras mis ojos se acostumbran a la luz. Mi padre me toma entre sus brazos y me pasa su pañuelo por la frente.

—¿Lo hice bien padre? —pregunto envolviendo mis brazos en su cuello.

—Fue maravilloso —sonríe dándome un beso y n la frente —deberían aprender de ti esos idiotas.

Veo el desastre que cause y ambos sonreímos.

—Ya sé que quiero para mi cumpleaños padre.

—¿Si? —pregunta avanzando conmigo —lo que quieras.

—Quiero una casa en la playa papi.

—Eh, ¿Que dijimos sobre eso? —finge seriedad apuntándome con su dedo.

—Nadie nos está viendo, puedo decirte papi cuando no hay hombres del abuelo cerca —su risa lo es todo para mi.

—Tu ganas, en unas semanas tendrás tu casa en la playa, ahora vamos a descansar mi tesoro.

Llegamos al auto y el me deja que vaya con la ventana abierta mientras llegamos a la carretera. Al llegar a la carretera principal, subimos al otro auto que no me gusta, en este no puedo ver hacia fuera, es más espacioso, pero no me gusta.

—¿Porque no puedo ver hacia afuera? —pregunto suspirando.

—Es por seguridad tesoro, ese vidrio te protege de cualquiera que quiera hacerte daño. —acaricia mi cabeza y vuelve a lo que hacía con los papeles sobre sus piernas.

HeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora