𝐶𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑠𝑒𝑖𝑠

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La albina miraba con un ceño preocupado y los ojos entrecerrados a la pequeña pelinegra.

Se encontraba un poco preocupada por Yume, ya que está desde hace unos días que empezó a comportarse extraño.

Desde hace 3 noches que la pequeña le irrumpia el sueño a la medianoche para dormir con la mayor.

Pero hace unos momentos la había encontrado sollozando debajo de un árbol apartado del patio.

Inmediatamente se acercó a consolarla, ya que sabía que la de ojos verdes necesitaba de alguien que la apoyará en esas situaciones.

Pero cuándo le pregunto que sucedía, la pequeña solo se mantenía en silencio, aferrándose a ella con sus brazos.

No quiso ponerla bajo presión, así que no cuestionó nada.

Pero su mente no podía evitar formular tantas preguntas, se preguntaba que estaría sucediendo.

Le preocupaba aún más el hecho de que no hablará al respecto, temía que estuviera amenazada o algo así, de solo pensar que alguien se había atrevido a herirla de cualquier forma, solo hacía que su sangre hirviera con fuerza.

Esperaba que no fuera muy grave, no quería tener que llegar a ningún extremo.

Aunque estaba más que dispuesta a hacerlo.

Aunque estaba más que dispuesta a hacerlo

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El ambiente había cambiado.

Yumeko se veía más tranquila, ahora estaba pintando en un cuaderno que le había regalado ella.

La pelinegra tenía una gran adoración por el dibujo y la pintura.

Hay que destacar que no se le daba nada mal, en especial para una niña de siete años.

Aunque era mayor y más alta que kakucho por dos años, su personalidad era un poco más infantil, aunque sabía cómo y cuándo comportarse.

La albina admiraba cómo la niña trazaba líneas con el lápiz, sus trazos eran delicados pero precisos. Y de sus resultados ni hablar.

No sabía cuánto tiempo había estado observándola, comenzaba a atardecer y el cielo se había tornado de un precioso naranja y amarillo, junto con pequeñas tonalidades de rosa.

El ambiente era perfecto, todo se sentía tan pacífico cuándo estaba junto a ella, sentía que estaban en su propia burbuja y que nadie podía molestarlas.

Amaba cómo el tiempo pasaba junto a ella, era capaz de observarla pintar todo un día completo, y nunca se cansaría de ello.

La pelinegra quitó la hoja de aquel cuaderno con suavidad para no romperla, y una vez la retiró, se la tendió a la de tez canela. Quién recibió el dibujo con auténtica felicidad, apreciaba cada uno de los regalos que le otorgaba la menor, y a todos los guardaba con mucho cariño en el cajón de su mesita.

•𝘈𝘛𝘌𝘕𝘌𝘈• - 𝚕𝚊 𝚍𝚒𝚘𝚜𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚐𝚞𝚎𝚛𝚛𝚊 𝚓𝚞𝚜𝚝𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora