"¿Que había pasado?", se preguntaba Hans, ante el acto más irracional que había hecho en la vida.
Ni con su propia madre fue así, desde pequeño quería verse fuerte, intimidante como su padre, y sin sentimientos ya que era un símbolo de debilidad, y demostrar que él también era como ellos, que no era un ratón en medio de una familia de leones.
Pero una mujer, la mujer más hermosa que haya tenido la desgracia de conocer, ha logrado que cayera a su merced, desprendió la fuerte barrera que se había esmerado tanto en construir a lo largo del tiempo, todo por culpa de su inocente personalidad.
Sus sentimientos han sido sacudidos, ya no podía hacer nada para remediarlo, entonces sintió las manos de Anna rodear su toso, deslizando sus brazos hasta quedar complemente más apegados que antes.
Cómo consecuencia, sus latidos se sentían tan cerca el uno del otro, entrelazados entre un maravilloso sentimiento inexplicable, tan fuerte como la muerte, unidos a pesar de la horrible situación que se encontraban, es como si el tiempo se detuviera, nada de sto tenía sentido.
—Gracias —susurró Hans, sosegado en plenitud.
"¿En qué estoy pensando?", se preguntó en el momento en que el comentario escapó de su boca, esta situación se había vuelto ya muy personal, seguir sus instintos era absolutamente primitivo, pero su deseo de seguirla abrazando era más grande que su razonamiento, aún así, no estaba dispuesto a rendirse, aflojó su abrazo poco a poco, hasta que un susurro delicado lo detuvo en el acto
—No te vayas —Anna cerraba los ojos, mientras sus labios formaban una ligera sonrisa.
—No lo haré. . .— contestó relajado, ya apaciguado gracias al trato de la reina, pero retornó en sí, estremeciéndose ante el tono en que lo dijo—. Quiero aclarar. . . —carraspeó, tratando de ocultar su corazón blandido— No me iré, pensándolo bien, marcharme fue una decisión bastante estúpida y precipitada, tu reino seguiría invadido y, aunque odie admitirlo, me perdería sin un lugar a donde ir, todos pierden.
Anna se separó del abrazo, y luego lo miró directamente a sus ojos verdes, apreció cómo su semblante al principio relajado había cambiado a uno serio y decidido.
—¿Oh que escucho? —se rió con un cierto tono de bobería, luego arqueó una ceja juguetonamente —. Me pregunto que te hizo cambiar de opinión así de repente.
Hans se estremeció y frunció el ceño ante tal comentario aludido, estaba ligeramente ruborizado y miró hacia otra dirección, dándose cuenta de que no estaba Olaf
—El muñeco de nieve —expresó, relativamente sorprendido.
—¿Olaf te hizo cambiar de opinión? —hizo una mueca de confusión.
—No está —respondió y se encogió de hombros, no impotandole realmente
—¡¿No está?! —hizo un gesto de miedo, se estaba sintiendo pálida— ¡Pudo irse hace horas!, ¡¿Y si se perdió?!
—Elsa no puede hacerte, yo que sé, ¿otro igual?
—Olaf es único e irrepetible —le miró con una mirada seria y ojos furiosos, Hans al observar sus fracciones faciales le parecía aún más hermosa—. Además mi hermana vive lejos —hizo un gesto con sus manos, expresando la lejanía, era bastante—. Es una larga historia que te contaré más adelante, mientras tanto busquemos a Olaf.
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—¿Dónde está la reina? —preguntó un señor de cabellos blancos, súbdito y dueño de una panadería —¿Acaso nos dejó solos?
—Su majestad necesitaba estar sola por un momento —expresó Kai, tratando de calmar el bullicio de la gente agitada —No tiene la más mínima intención de abandonarnos
—¿Y como sabemos que dice la verdad? —preguntó una mujer con semblante amargado—. ¡Pudo haberlo sobornado para mentirnos y ella escaparse para dejarnos morir de hambre!, huyendo cuando se presentan problemas, sin dudas siguiendo los pasos de su hermana.
—¡Ella no sería capaz de hacer eso! —objetó John, el guardia que la escoltaba, estaba tan indignado que pensaran así, pero en el fondo, él también estaba empezando a creerlo.
—¡Tiene sentido! —repondió un padre devastado, por la muerte de su esposa en manos del ejército enemigo—. Ni siquiera dijo que se iba por un momento, aprovechó para huir en la situación donde todos estábamos tan sumergidos en nuestras miserias.
—Si, además ya pasaron horas desde que no aparece —finalizó una madre que perdió a sus hijos—. Y nosotros que ofrecimos nuestra devoción y servicio, para que nos devolviera los favores de esta manera tan cobarde.
Los pocos que apoyaban a la reina estaban empezando a perder las esperanzas poco a poco, como una chispa de fuego que luchaba por mantenerse.
Entonces, escucharon galopes, acercándose a las colinas, giraron la cabeza con miedo en sus caras, pensando que el ejército de los hombres de rojo los liquidarían en ese preciso momento, pero resultó algo absolutamente distinto.
Era un caballo de pelaje oscuro, que llevaba en su lomo dos pasajeros, no, tres, y relinchaba majestuosamente, luego la persona que lo manejaba chasqueó las riendas, acercándose a la población.
Las personas misteriosas se hacían más evidentes a la medida que se acercaban, era el príncipe Hans, la reina Anna y Olaf, el muñeco de nieve.
El primero en desmontarlo fue el príncipe, quien con su mano ofreció a la reina bajarse, la bajó con cuidado al suelo, luego el muñeco de nieve saltó a los brazos del pelirrojo y este al igual de cuidado lo acentó al suelo.
—Gente de Arrendelle, lamento mucho haberme ausentado, no estuve muy bien de ánimos y no quise molestarlos, ustedes estaban más heridos emocionalmente que no quería ser un estorbo.
—¡¿Esa es la razón de su ausencia reina?! —John no sabía cómo reaccionar, sentía alegría, mezclada con rabia y tristeza —¡Estabamos muy preocupados por usted que habíamos pensado que nos. . .
Hubo un silencio en esas últimas palabras faltantes, que Anna dió un grito ahogado, asimilando lo que quiso decir.
—¿Abandonarlos? —dijo consternada, poniendo una mano en el pecho por el asombro —. Ustedes son más que mis súbditos, ¡son mi familia!, yo por nada del mundo los abandonaría.
Hans bajó la cabeza, sintiéndose culpable, si hubiera tenido la mentalidad de Anna en los momentos en que más ella lo necesitaba, estaba arrepentido por haberla abandonado, es como si esas palabras atravesaran su pecho como una espada.
—¿Entonces por qué se tardó horas? —dijo enojada una súbdita, era una excusa increíble — ¡Llorar no toma horas!
—Hans y yo estábamos buscando a Olaf, se adentro tanto el bosque de las montañas que se perdió
—Es la tercera vez que me pierdo —dijo Olaf en un puchero, girando su pie en el suelo al estar avergonzado de su acción—. ¡Pero no lo volveré a hacer!, solo quería que ambos tuvieran su momento a solas.
Hans y Anna se sonrojaron drásticamente, a lo que los súbditos solo arquearon una ceja, confundidos por el comentario, ¿a solas en que sentido?, Anna se apresuró para aclarar las cosas a su gente.
—¡Para hablar de temas importantes! —Contestó con alteración en sus gestos, pero luego cambió su expresión, relajó sus hombros y bajó la mirada al suelo, puso un semblante gris, con dolor en su voz respondió —La mayoría de soldados, han muerto. . .
La gente se quedó desconcertada al oir esas palabras saliendo de la boca de su reina, como la vida se ha destrozado al frente de sus ojos, luego cayeron sobre sus rodillas, llorando amargamente, el llanto era abundante, había miles de corazones rotos.
—Gente de Arrendelle —Anna alzó la voz para captar su atención—. Demos nuestras más grandes condolencias, por aquellas personas que ya no están aquí con nosotros—. Se quitó la tiara e inclinó su cabeza, a lo que los demás súbditos hicieron los mismo, se levantaron, limpiándose las lágrimas de los ojos, y los que llevaban sombreros y velos en sus cabezas, los quitaron en señal de respeto, por aquellas personas que dieron su vida.
Fue la noche más oscura y sombría, lleno de lamentos y quebrantamiento de corazones, pasaron casi toda la noche, guardando silencio por las personas que regresaron al polvo.
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Una década extrañándote [Hans x Anna Fanfic]
Fanfiction--𝐋𝐨𝐬 𝐬𝐮𝐜𝐞𝐬𝐨𝐬 𝐭𝐫𝐚𝐧𝐬𝐜𝐮𝐫𝐫𝐞𝐧 𝟏𝟎 𝐚ñ𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐩𝐮é𝐬 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐞𝐥í𝐜𝐮𝐥𝐚 "𝐅𝐫𝐨𝐳𝐞𝐧".-- Los años pasan, dos almas vuelven a reencontrarse, la reina pelirroja no estaba preparada para ver al hombre que le había hecho sen...